Antes bruja que muerta

Takata cerró los pestillos de la funda de su instrumento, y supe que la charla intrascendente había terminado.

 

—Se?orita Morgan —comenzó; los ostentosos confines de la limusina pare— cían ahora vacíos sin su música—. Ojalá pudiera decir que la he buscado por su opinión acerca de qué estribillo debería lanzar, pero me encuentro en una situación delicada, y usted fue recomendada por un colega de confianza. El se?or Felps dijo que había trabajado antes con usted y que llevó a cabo su trabajo con la máxima discreción.

 

—Llámeme Rachel —repliqué. Aquel hombre tenía el doble de a?os que yo. Hacer que me llamase se?orita Morgan era ridículo.

 

—Rachel —dijo él mientras Jenks volvía a atragantarse. Takata me dedicó una incierta sonrisa y yo se la devolví, sin estar segura de lo que ocurría. Aquello sonaba a que tenía una misión para mí. Algo que requería el anonimato que la SI o la AFI no podían proporcionar.

 

Mientras Jenks gorjeaba y se agarraba al borde de mi oreja, me enderecé, crucé las rodillas y saqué de la bolsa mi peque?a agenda para tratar de parecer profesional. Ivy me la había comprado hacía dos meses en uno de sus intentos de poner orden en mi caótica existencia. Tan solo la llevaba para tranquilizarla, pero preparar una caza para una estrella del pop de renombre internacional podría ser la ocasión perfecta para usarla.

 

—?Me recomendó a usted un tal se?or Felps? —inquirí, haciendo memoria sin que se me ocurriese nada.

 

Las expresivas y pobladas cejas de Takata se elevaron con confusión…

 

—Dijo que te conocía. En realidad parecía algo enamorado.

 

Se me escapó un sonido que indicaba comprensión.

 

—Oh, ?es un vampiro vivo, por casualidad? ?Con el pelo rubio, que cree ser un regalo divino para los vivos y muertos? —pregunté, deseando equivocarme.

 

Takata sonrió.

 

—Sí que lo conoces. —Miró hacia Jenks, quien seguía temblando, incapaz de articular palabra—. Creí que me estaba tomando el pelo.

 

Cerré los ojos al tratar de recomponerme. Kisten. ?Por qué no me sorprendía?

 

—Sí, lo conozco —murmuré al abrir los ojos, sin saber si debería sentirme ofendida o halagada de que el vampiro vivo me hubiera recomendado a Takata—. No sabía que se apellidara Felps.

 

Disgustada, abandoné mi intento de ser profesional. Tras guardar de nuevo la agenda en mi bolsa, me acomodé en una esquina, con un movimiento menos grácil de lo que esperaba, al ser acompa?ado por una sacudida del coche al cambiar de carril.

 

—?Y qué puedo hacer por usted? —quise saber.

 

El viejo hechicero se puso derecho, tirando de los pantalones de color naranja para alisarlos. Nunca había conocido a nadie a quien le quedase bien el naranja, pero Takata lo había conseguido.

 

—Se trata del próximo concierto —dijo—. Quería saber si tu empresa estaba disponible para encargarse de la seguridad.

 

—Oh. —Me pasé la lengua por los labios, desconcertada—. Claro. No hay problema pero ?no tiene ya gente para eso? —pregunté, al recordar la estrecha seguridad que había en el concierto donde le había conocido. Los vampiros tuvieron que taparse los colmillos y nadie pasó con nada más fuerte que un hechizo de maquillaje. Claro que una vez pasada la seguridad, los tapones desaparecieron y los amuletos ocultos en los pies fueron invocados…

 

—Sí —asintió—, y ahí está el problema.

 

Esperé mientras se inclinaba hacia delante, dejándome un aroma a secuoya. Entrelazó sus grandes manos de músico y miró hacia el suelo.

 

—Contraté la seguridad con el se?or Felps, como de costumbre, antes de venir a la ciudad —comentó al devolverme su atención—. Pero vino a verme un tal se?or Saladan, alegando que él se ocupaba de la seguridad en Cincinnati y que todos los emolumentos debidos a Piscary deberían ir destinados a él.

 

Exhalé un resoplido lleno de comprensión. Protección. Oh, ahora lo cojo. Kisten estaba actuando como el sucesor de Piscary, ya que muy poca gente sabía que Ivy le había relegado y que ahora ella ostentaba el ansiado título. Kisten continuaba llevando los asuntos de los vampiros no muertos, mientras que Ivy se negaba a hacerlo. Gracias a Dios.

 

—?Está pagando por protección? —espeté—. ?Quiere que hable con Kisten y el se?or Saladan para que dejen de chantajearle?

 

Takata movió su cabeza hacia atrás, entonando con su hermosa y trágica voz una carcajada que inundó la moqueta y los asientos de cuero.

 

—No —contestó—. Piscary hace un trabajo condenadamente bueno manteniendo a los inframundanos a raya. Quien me preocupa es el se?or Saladan.

 

Consternada, aunque sin sorprenderme, encajé mis rizos pelirrojos detrás de mi oreja, deseando haber hecho algo con ellos aquella tarde. Sí, yo utilizaba el chantaje, pero era para mantenerme con vida, no para enriquecerme. Había una diferencia.