Jenks no dijo nada, poniéndome nerviosa con su silencio. Mi preocupación se convirtió en perplejidad cuando llegué al aparcamiento de Nick y me detuve junto a su destartalada camioneta azul. Había una maleta en el asiento del copiloto. Por la ma?ana no había estado allí.
Miré a Jenks con la boca abierta y él se encogió de hombros con aspecto triste. Una fría sensación se deslizó en mi interior. Mis pensamientos viajaron a nuestra conversación en el zoo. Esta noche íbamos a ir al cine. ?Y había hecho el equipaje? ?Se iba a alguna parte?
—Métete en el bolso —le ordené suavemente, negándome a pensar en lo peor. Aquella no era la primera vez que había venido para encontrar que Nick se había marchado o que se iba. Durante los últimos tres meses había estado entrando y saliendo de Cincinnati un montón de veces; normalmente no me daba cuenta hasta que regresaba. Y ahora su teléfono estaba desconectado y había una maleta en su vehículo. ?Me había equivocado con él? Si lo de esta noche se suponía que iba a ser para romper conmigo, solo querría morirme.
—Rachel…
—Voy a abrir la puerta —atajé mientras introducía bruscamente las llaves en el bolso—. ?Quieres quedarte aquí a esperar y rezar porque no haga demasiado frío?
Jenks aleteó para flotar a mi lado. Parecía preocupado, pese a tener las manos sobre sus caderas.
—Déjame salir en cuanto estemos dentro —exigió.
Sentí una presión en la garganta mientras asentía, y él se dejó caer en el interior con una reacia lentitud. Anudé cuidadosamente los cordones de mi bolso y salí, pero una creciente sensación de angustia me hizo cerrar la puerta de un fuerte golpe y mi peque?o vehículo rojo se tambaleó. Al mirar en la parte de atrás de la camioneta, me di cuenta de que estaba seca y sin nieve en su interior. Parecía probable que Nick tampoco hubiera estado en Cincinnati en los últimos días. No me extra?aba no haberle visto durante la semana pasada.
Tomé el resbaladizo camino a la puerta principal con multitud de pensamientos rondando en mi cabeza, la abrí de un tirón y subí las escaleras, dejando unos pegotes de nieve sobre la alfombra gris que eran gradualmente más peque?os. Me acordé de dejar salir a Jenks en el rellano del tercer piso, y este flotó silenciosamente al intuir mi enfado.
—íbamos a salir esta noche —comenté mientras me quitaba los guantes y los apretujaba en el interior de un bolsillo—. Lo he tenido delante de las narices durante semanas, Jenks. Las llamadas de teléfono apresuradas, las salidas de la ciudad sin decirme nada, la ausencia de cualquier contacto íntimo durante Dios sabe cuánto tiempo.
—Diez semanas —aclaró Jenks, siguiendo mi ritmo con facilidad.
—Oh, no me digas —espeté con frialdad—, muchísimas gracias por ponerme al día.
—Calma, Rache —dijo él, derramando un rastro de polvo pixie al sentirse preocupado—. Podría no ser lo que tú crees.
Ya me habían dejado antes. No era una estúpida. Pero dolía. Maldita sea, aún dolía.
En todo el desierto pasillo, no había un solo lugar donde Jenks pudiera posarse, así que aterrizó de mala gana sobre mi hombro. Apretando los dientes hasta que me dolieron, cerré la mano en un pu?o para llamar a la puerta de Nick. Tenía que estar en casa; no iba a ninguna parte sin su camioneta, pero antes de poder llamar, la puerta se abrió de par en par.
Dejé caer el brazo y miré a Nick, con la sorpresa reflejada en su amplio rostro. Tenía el abrigo desabrochado y llevaba puesto un sombrero de lana de color azul claro ajustado hasta las orejas. Se lo quitó mientras le miraba, cambiándoselo junto con sus llaves a la otra mano, donde sujetaba un maletín de aspecto elegante, en contraste con su desali?ado atuendo. Llevaba el pelo revuelto, y se lo atusó hábilmente con la mano al tiempo que recuperaba la compostura. Había nieve en sus botas. Al contrarío que en su camión.
Dejó el maletín en el suelo con un tintineo de llaves. Tomó aire y lo expulsó lentamente. La culpa reflejada en sus ojos me hizo ver que yo tenía razón.
—Hola, Ray-ray.
—Hola, Nick —saludé, marcando especialmente la ?k?—. Supongo que nuestra cita queda anulada.
Jenks zumbó un saludo y detesté la mirada de disculpa que le ofreció a Nick. Tanto si medían diez centímetros como un metro noventa, todos jugaban en el mismo equipo. Nick no movió un dedo para invitarme a entrar.
—?Lo de esta noche era una cita para cortar? —pregunté abruptamente, con prisa por poner fin a aquello.
—?No! —protestó con los ojos muy abiertos, pero su mirada se dirigió al maletín.
—?Hay otra persona, Nick? Porque soy una adulta. Puedo soportarlo.
—No —repitió bajando la voz. Se removió con frustración. Estiró el brazo, deteniéndose tímidamente al tocarme el hombro. Dejó caer su mano—. No.
Yo deseaba creerle. Realmente lo deseaba.
—?Entonces qué? —inquirí. ?Por qué no me ha invitado a entrar? ?Por qué tenemos que hacer esto en el maldito pasillo?
—Ray-ray —susurró con el ce?o fruncido—. No es por ti.