Con un gesto de indulgencia, me adentré en el oscuro pasillo, siguiendo el olor del café. Al menos nadie me ha visto rodar en el suelo esquivando bolas de nieve de los pixies, pensé. Pero semejantes sustos se habían convertido en el día a día desde que llegaron las primeras heladas y la familia de Jenks se había mudado allí. Aunque ahora no había forma de la que pudiera fingir que no estaba aquí. Además, probablemente habían olfateado la corriente de aire fresco cuando abrí la puerta.
Pasé junto a los servicios opuestos, uno masculino y otro femenino, que habían sido convertidos en un cuanto de ba?o convencional y en una combinación de ba?o y lavandería respectivamente. Ese último era el mío. Mi habitación estaba en el lado derecho del pasillo; la de Ivy, justo enfrente. A continuación, la cocina; giré a la izquierda para entrar, deseando tomar algo de café y esconderme en mi habitación para evitar completamente a Kisten.
Había cometido el error de besarle en un ascensor, y él nunca desperdiciaba la oportunidad de recordármelo. Al creer en esa ocasión que no viviría para ver el amanecer, había bajado la guardia y decidido divertirme, casi entregándome al placer de la pasión vampírica. ?Incluso peor? Kisten sabía que me había llevado más allá del límite y que me había encontrado a soplo de decir que sí.
Exhausta, encendí el interruptor con el codo y solté mi bolsa sobre la encimera. Las luces fluorescentes parpadearon hasta encenderse, empujando al se?or Pez a un frenesí de movimiento. Un jazz suave y los altibajos de una conversación se filtraban desde el invisible cuarto de estar. El abrigo de cuero de Kisten estaba colgado sobre el sillón de Ivy, frente a su ordenador. Allí estaba la cafetera medio llena y, tras pensármelo un instante, la vertí en mi gigantesca taza. Me dispuse a hacer más intentando ser silenciosa. No pretendía espiar, pero la voz de Kisten era tan suave y cálida como un ba?o de burbujas.
—Ivy, cari?o —rogó mientras yo sacaba el café del frigorífico—. Solo es una noche. Puede que una hora. Entrar y salir.
—No.
La voz de Ivy sonaba fría, la advertencia era poco sutil. Kisten la estaba presionando más de lo que yo lo haría, pero ellos habían crecido juntos, como hijos de padres acomodados que esperaban que unieran las familias y tuvieran vampiritos que continuasen con el linaje de vampiros vivos de Piscary antes de morir y convertirse en verdaderos no muertos. Pero eso no iba a suceder (el matrimonio, no la muerte). Ya habían intentado vivir juntos y, mientras que ninguno decía lo que había ocurrido, su relación se había enfriado hasta que todo lo que quedaba era un retorcido afecto fraternal.
—No tienes que hacer nada —insistió Kisten, enfatizando su acento británico—. Tan solo estar allí. Yo seré quien lo diga todo.
—No.
Alguien apagó la música y yo abrí silenciosamente el cajón de la cubertería de plata para coger la cuchara del café. Tres chicas pixie salieron chillando. Reprimí un grito, con el corazón latiéndome agitado en el pecho mientras desaparecían en la oscuridad del pasillo. Con movimientos acelerados debido a la adrenalina, busqué a tientas la cuchara perdida. Finalmente la localicé en el fregadero. Debía de haber sido Kisten quien había hecho el café. De haber sido Ivy, su compulsiva manía por el orden le habría hecho lavarla, secarla y recolocarla en su sitio.
—?Por qué no? —La voz de Kisten adquirió un aire petulante—. No está pidiendo demasiado.
Estricta y controlada, la voz de Ivy hervía de furia.
—De ningún modo quiero tener a ese cabrón en mi cabeza. ?Por qué iba a permitir que viera a través de mis ojos? ?O que percibiese mis pensamientos?
Sostenía el decantador entre mis dedos mientras me inclinaba sobre el fregadero. Deseé no estar oyendo aquello.
—Pero él te ama —susurró Kisten, con un tono dolido y celoso—. Eres su sucesora.
—él no me ama. Ama pelearse conmigo. —Su tono era amargo, y casi pude ver endurecerse de rabia sus rasgos ligeramente orientales.
—Ivy —la persuadía Kisten—. Es una gran sensación, es embriagador. El poder que comparte contigo…
—?Es mentira! —exclamó ella, y me sobresalté—. ?Quieres el prestigio? ?El poder? ?Quieres seguir ocupándote de los intereses de Piscary? ?Fingir que aún eres su sucesor? ?No me importa! ?Pero no voy a dejar que entre en mi cabeza, ni siquiera para encubrirte!
Dejé caer ruidosamente el agua en el decantador para hacerles saber que estaba escuchando. No deseaba oír nada más, y deseé que lo dejaran.
El suspiro de Kisten fue largo y pesado.
—No es así como funciona esto. Si realmente quiere entrar, no serás capaz de detenerle, querida Ivy.
—Cierra… la… boca.
Sus palabras estaban tan llenas de ira, que tuve que reprimir un escalofrío. El decantador se desbordó, y me llevé un susto cuando el agua entró en contacto con mi mano. Torciendo el gesto, cerré el grifo y derramé el líquido sobrante.