Antes bruja que muerta

—No te morderé —protestó, con una pícara inocencia en sus ojos.

 

Desde debajo de la encimera central, saqué el recipiente de cobre para hechizos más grande que tenía para usarlo como bol de mezcla. Ya no era fiable para la hechicería, ya que tenía una abolladura por golpear a Ivy en la cabeza. La pistola de bolitas de pintura que guardaba en su interior emitió un reconfortante sonido contra el metal cuando la saqué para volver a guardarla bajo la encimera a la altura de mis tobillos.

 

—Y debería creerte porque…

 

Los ojos de Kisten se movieron hacia Ivy.

 

—Porque ella me matara dos veces si lo hago.

 

Fui a coger los huevos, la leche y la mantequilla del frigorífico, esperando que ninguno de ellos notase que mi pulso se estaba acelerando. Pero yo sabía que mi tentación no surgía de las feromonas subliminales que emitían de forma inconsciente. Echaba de menos sentirme deseada, necesitada. Y Kisten poseía un doctorado en cortejar a las mujeres, incluso si sus motivos eran falsos y egoístas. Por su aspecto, se satisfacía con la toma de sangre fortuita de la misma forma que algunos hombres se satisfacían con el sexo fortuito. Y no deseaba convertirme en una de sus sombras que le seguían a todas partes, atrapada por la vinculante saliva de su mordisco para ansiar su tacto, sentir sus dientes hundiéndose en mí y llenándome de euforia. Mierda, ya lo estaba haciendo de nuevo.

 

—?Por qué debería? —dije sintiendo una calidez en mi interior—. Ni siquiera me gustas.

 

Kisten se inclinó sobre la encimera cuando regresé. El azul inmaculado de sus ojos atrapó los míos y los retuvo. Era evidente, por su impúdica sonrisa, que percibía mi debilidad.

 

—Es la mejor razón para salir conmigo —replicó—. Si puedo hacerte pasar un buen rato con unos penosos sesenta dólares, piensa lo que podría hacer alguien que te gustase. Todo lo que necesito es una promesa.

 

El huevo que tenía en la mano estaba helado, así que lo dejé en la encimera.

 

—?Qué? —inquirí, e Ivy se removió.

 

—Nada de evasivas —dijo ampliando su sonrisa.

 

—?Cómo dices?

 

Kisten abrió el envase de la mantequilla y metió en él su dedo antes de lamérselo hasta dejarlo bien limpio.

 

—No puedo hacerte sentir atractiva si te pones en tensión cada vez que te toco.

 

—Antes no lo hacía —repliqué, con mis pensamientos regresando al ascensor. Que Dios me ayude, casi lo había hecho con él allí mismo, contra la pared.

 

—Esto es diferente —explicó él—. Es una cita, y daría un colmillo por saber por qué las mujeres esperan que, durante una cita, los hombres se comporten de una manera diferente a cualquier otro momento.

 

—Porque tú lo haces —le acusé.

 

Le dedicó una mirada a Ivy enarcando sus cejas. Enderezándose, estiró su mano a través de la encimera para tocarme la barbilla. Retrocedí bruscamente, torciendo el gesto.

 

—Ni hablar —dijo mientras se apartaba—. No arruinaré mi reputación con una cita de sesenta dólares por nada. Si no puedo tocarte, no voy.

 

Me quedé mirándole, sintiendo los latidos de mi corazón.

 

—Vale.

 

Impresionado, Kisten parpadeó.

 

—?Vale? —inquirió mientras Ivy sonreía satisfecha.

 

—Sí —dije acercándome la mantequilla y sacando media taza con una cuchara de madera—. No quería salir contigo de todas formas. Eres demasiado egocéntrico. Crees que puedes manipular a cualquier persona para que haga cualquier cosa. Tu actitud machista me pone enferma.

 

Ivy rió mientras soltaba sus piernas y saltaba al suelo con ligereza, provocando un tenue sonido.

 

—Te lo dije —afirmó—. Paga.

 

Tras encogerse de hombros con un suspiro, se giró para sacar su cartera de un bolsillo trasero y extrajo un billete de cincuenta que puso en la mano de Ivy. Ella levantó una de sus finas cejas y anotó una nueva marca en el aire. Lucía una sonrisa poco habitual en ella mientras se estiraba para meter el billete en el bote de las galletas, sobre el frigorífico.

 

—Típico —dijo Kisten, con sus ojos dramáticamente tristes—. Intento hacer algo bueno por una persona, animarla, ?y qué es lo que recibo a cambio? Que me insulten y me roben.

 

Ivy dio tres largos pasos para ponerse detrás de él. Girando un brazo sobre su pecho, se inclinó hacia él y le susurró en su maltrecho oído.

 

—Pobre de mi ni?o. —Parecían estar bien juntos, la sedosa sensualidad de Ivy y la confiada masculinidad de Kisten.

 

él no reaccionó de ninguna forma cuando los dedos de Ivy se deslizaron entre los botones de su camisa.

 

—Te lo habrías pasado bien —me dijo.

 

Sintiéndome como si hubiera superado un examen, despegué la mantequilla de la cuchara y me limpié el dedo con la lengua.

 

—?Cómo lo sabes?

 

—Porque te lo has pasado bien justo ahora —respondió—. Te olvidaste de ese vacío y egoísta humano, que no reconoce algo bueno ni cuando ella le muerde en la… —Miró a Ivy—. ?Dónde dijiste que le mordió, Ivy, cari?o?