—En la mu?eca. —Ivy se enderezó y me dio la espalda mientras se ponía otro café.
—Que no reconoce algo bueno ni cuando ella le muerde en la… mu?eca —concluyó Kisten.
Mi cara se puso al rojo vivo.
—?Es la última vez que te cuento algo! —exclamé mirando a Ivy. Y no era como si le hubiera hecho sangre. ?Por Dios!
—Admítelo —prosiguió Kisten—. Has disfrutado hablando conmigo, enfrentando tu voluntad contra la mía. Habría sido divertido —me dijo mientras me miraba a través de su flequillo—. Tienes aspecto de necesitar un poco de diversión. Encerrada en esta iglesia durante Dios sabe cuánto tiempo. ?Cuándo fue la última vez que te arreglaste? ?Que te sentiste guapa? ?O deseable?
Me quedé muy quieta, sintiendo que mi aliento se movía dentro y fuera de mí, equilibradamente. Pensé en Nick marchándose para salir de la ciudad sin decirme nada, nuestras caricias e intimidad, que habían terminado con una repentina brusquedad. Había sido hace tanto tiempo. Echaba de menos su tacto, haciéndome sentir deseada, removiendo mis pasiones y sintiéndome viva. Quería que regresara ese sentimiento; incluso si era una mentira. Solo por una noche, y así no olvidaría lo que se siente hasta que volviera a encontrarlo.
—Nada de mordiscos —dije, sabiendo que estaba cometiendo un error.
Ivy levantó su cabeza de golpe, con el rostro inexpresivo.
Kisten no parecía sorprendido. Había una intensa comprensión en su mirada.
—Nada de evasivas —dijo él con suavidad, con viveza en sus ojos brillantes. Yo era como el cristal para él.
—Máximo sesenta dólares —repliqué.
Kisten se puso en pie y cogió su abrigo del respaldo de la silla.
—Te recogeré a la una de la ma?ana, la noche después de ma?ana. Ponte algo bonito.
—Nada de trucos con mi cicatriz —le advertí sin aliento, incapaz de encontrar suficiente aire por algún motivo. ?Qué demonios estaba haciendo?
Se puso su abrigo con una gracilidad amenazadora. Vaciló, pensativo.
—No pienso ni soplarle —accedió. Su pensativa expresión se convirtió en maliciosa impaciencia cuando se detuvo en el umbral que conducía al pasillo y extendió su mano hacia Ivy.
Lacónicamente, Ivy volvió a sacar el billete de cincuenta del bote de galletas y se lo entregó. él siguió esperando, y ella cogió otro y lo puso en su mano con un sonoro golpe.
—Gracias, Ivy, cari?o —dijo él—. Ahora tengo bastante para mi cita y también para un corte de pelo. —Su mirada se encontró con la mía, y la sostuvo hasta que no pude respirar—. Nos vemos, Rachel.
El sonido de sus zapatos de vestir se oyó vibrar con fuerza en la oscuridad de la iglesia. Le oí decirle algo a Jenks, seguido por el amortiguado golpe de la puerta principal al cerrarse.
Ivy no estaba contenta.
—Eso ha sido una estupidez —espetó.
—Lo sé —respondí sin mirarla a los ojos mientras mezclaba el azúcar y la mantequilla con una acelerada rudeza.
—?Entonces por qué lo has hecho?
Continué removiendo la mezcla.
—Puede que sea porque, al contrario que a ti, me gusta que me toquen —contesté con aire cansado—. Puede que sea porque echo de menos a Nick. Puede que sea porque ha estado ausente durante los últimos tres meses y he sido demasiado estúpida como para darme cuenta. Déjalo ya, Ivy. No soy tu sombra.
—No —coincidió, menos furiosa de lo que esperaba—. Soy tu compa?era de piso, y Kist es más peligroso de lo que aparenta. Ya le he visto hacer esto antes. Quiere darte caza. Darte caza despacio.
Me detuve y la miré.
—?Más despacio que tú? —inquirí sarcásticamente.
Ella mantuvo su mirada.
—Yo no te estoy dando caza —respondió aparentemente dolida—. Tú no me dejas.
Solté la cuchara, puse las manos a ambos lados del cuenco e incliné la cabeza sobre él. Vaya pareja. Una demasiado temerosa de sentir algo por miedo a perder el control de sus inflexibles sentimientos; y la otra tan deseosa de sentir algo que arriesgaría su libre albedrío por una noche de diversión. El no haberme convertido en lacaya de un vampiro durante todo este tiempo había sido todo un milagro.
—Te está esperando —le dije al oír las revoluciones del motor del coche de Kisten a través de las aisladas paredes de la iglesia—. Ve a saciar tu ansia. Me disgusta cuando no lo haces.
Ivy se puso en movimiento. Sin decir una palabra, salió caminado rígidamente, acompa?ada por el sonido de sus botas al golpear el suelo de madera. La puerta de la iglesia se cerró con un suave golpe. Lentamente, el chasquido de las manecillas del reloj que había sobre el fregadero se hizo notar. Tras tomar aire despacio, levanté la cabeza y me pregunté cómo demonios me había convertido en su guardiana.
8.