Antes bruja que muerta

—Ya que te tengo aquí —me dijo, cambiando de posición para que el sol no me diera en los ojos al mirarle—, si estás interesada en mejorar la tarifa de tus seguros…

 

 

Suspiré y dejé caer la tarjeta. Qué pardillo. él soltó una risita y se precipitó a recogerla.

 

—Yo tengo mi seguro de salud y hospitalización por doscientos cincuenta al mes con mi compa?ía.

 

De repente, me interesaba.

 

—Los cazarrecompensas somos casi imposibles de asegurar.

 

—Cierto. —Sacó de su mochila una chaqueta negra de nailon y se la puso—. También los investigadores de seguros. Pero ya que somos tan escasos en comparación con los chupatintas que forman el grueso de la compa?ía, obtenemos un buen precio. La cuota de la compa?ía es tan solo de cincuenta al a?o. Consigues un descuento en todas tus necesidades de cobertura, alquiler de coches y todos los bistecs que puedas comer en el picnic anual.

 

Aquello era demasiado bueno para ser verdad.

 

—?Por qué yo? —pregunté, recibiendo nuevamente la tarjeta.

 

David se encogió de hombros.

 

—Mi compa?ero se jubiló el a?o pasado. Necesito a alguien.

 

Abrí la boca al comprenderlo. ?Ha creído que yo quiero ser investigadora de seguros? Vamos, hombre.

 

—Lo siento. Ya tengo trabajo —le contesté, dejando escapar una risita. David profirió un sonido de exasperación.

 

—No. Me has malinterpretado. No quiero un nuevo compa?ero. He echado a todos los aprendices que han tenido que cargar conmigo, y los demás me conocen demasiado como para intentarlo. Tengo dos meses para encontrar a alguien, o me van a cortar el rabo. Me gusta mi trabajo, y soy bueno en él, pero no quiero un compa?ero. —Vaciló, examinando minuciosamente la zona a mi espalda con una atención profesional—. Yo trabajo solo. Tú firmas el papel, formas parte de la compa?ía, obtienes un descuento en los seguros y no vuelves a verme, exceptuando el picnic anual, donde nos portamos como colegas y corremos la carrera a tres patas. Yo te ayudo; tú me ayudas.

 

No pude evitar que mis cejas se enarcasen, y mi atención se dirigió hacia la tarjeta que tenía en mi mano. Cuatrocientos dólares menos al mes sonaba genial. Y apostaría a que también podían abaratar el seguro de mi coche. Sintiéndome tentada, le interrogué.

 

—?Qué clase de seguro de hospitalización tienes?

 

Sus finos labios se torcieron en una sonrisa, mostrando un atisbo de peque?os dientes.

 

—La Cruz de Plata.

 

Mi cabeza se movió de arriba abajo. Estaba dise?ado para hombres lobo, pero era lo bastante flexible para los demás. Un hueso roto es un hueso roto.

 

—Vale —pronuncié arrastrando las letras mientras me reclinaba—, ?dónde está el truco?

 

Su sonrisa se hizo más amplia.

 

—Tu salario se desvía hacia mí, ya que soy yo quien hace todo el trabajo.

 

Ahhh, pensé. él obtendría dos salarios. Aquella era una estafa de las gordas. Con una risa entre dientes le devolví la tarjeta.

 

—Gracias, pero no.

 

David emitió un sonido de disgusto, recogiendo su tarjeta.

 

—No puedes culparme por intentarlo. En realidad, fue una sugerencia de mi anterior compa?ero. Debería haber sabido que no la aceptarías. —Vaciló un instante—. ?Es verdad que tu compa?ero se comió ese pez?

 

Asentí, deprimiéndome al hacerlo.

 

—Al menos, conseguí antes un coche.

 

—Bueno… —Dejó la tarjeta a mi lado, sobre el cemento—. Llámame si cambias de idea. La extensión que pone en la tarjeta te evitará hablar con mi secretaria. Cuando no estoy en la calle, estoy en mi despacho desde las tres hasta medianoche. Podría considerar tomarte como aprendiz de verdad. Mi última compa?era fue una bruja, y tú tienes aspecto de tenerlos bien puestos.

 

—Gracias —respondí desde?osamente.

 

—No es tan aburrido como parece. Y es más seguro que lo que haces ahora. Puede que cambies de opinión cuando recibas unas cuantas palizas.

 

Me preguntaba si aquel tipo hablaba en serio.

 

—No trabajo para los demás. Trabajo para mí.

 

Tras asentir, se llevó una mano a la sien a modo de inadvertido saludo antes de darse media vuelta y marcharse. Respiré con alivio cuando su oscura silueta cruzó la verja. Se subió en un vehículo biplaza gris, enfrente del lugar donde yo había aparcado mi peque?o coche rojo, y condujo hacia la salida. Sentí vergüenza al reconocerlo, y al darme cuenta de que el día anterior nos había observado a Nick y a mí juntos.

 

Al levantarme, tenía el culo congelado de estar sentada sobre el cemento. Recogí su tarjeta, la rompí en dos pedazos y me dirigí hacia una papelera pero, mientras sostenía los trozos sobre el agujero, me lo pensé. Lentamente, me los metí en el bolsillo.

 

?Investigadora de seguros?, dijo con burla una vocecilla en mi cabeza. Torciendo el gesto, volví a sacar los pedazos y los arrojé a la papelera. ?Trabajar para otra persona otra vez? No. Jamás.

 

 

 

 

 

9.