Antes bruja que muerta

 

Me invadía una cálida placidez al espolvorear el azúcar amarillo sobre la galleta glaseada con forma solar. De acuerdo, era un círculo, pero con aquel azúcar brillante podía ser el sol. Ya estaba harta de las largas noches y la constancia física del cambio de estaciones siempre me había dotado de una fuerza silenciosa. Especialmente el solsticio de invierno.

 

Coloqué la galleta terminada sobre el papel de cocina y cogí otra. Todo estaba en silencio, salvo por la música que me llegaba desde el cuarto de estar. Takata había lanzado Lazos Rojos en la WVMP, y la emisora la estaba emitiendo hasta la saciedad. No me importaba. El estribillo era el que yo había escogido como el que mejor quedaba con el tema de la canción, y me resultaba agradable haber desempe?ado un peque?o papel en su creación.

 

Todos los pixies estarían durmiendo en mi escritorio durante, al menos, dos horas más. Probablemente, Ivy no llegaría armando ruido en busca de un café hasta más tarde aún. Ella había llegado antes del amanecer con aspecto calmado y relajado, buscando tímidamente mi aprobación por haber saciado su ansia de sangre en algún pobre ingenuo antes de caer en la cama como si fuera una adicta al azufre. Tenía la iglesia para mí sola, y me disponía a exprimir cada gota de soledad que fuese capaz. Sonreía al contonearme al pesado ritmo de los tambores, de una forma en la que jamás lo haría de estar viéndome alguna otra persona. Era agradable estar sola de vez en cuando.

 

Jenks había obligado a sus vástagos a hacer algo más que disculparse, y esta ma?ana me había despertado para encontrar un cazo de café caliente en una cocina limpia y reluciente. Todo brillaba, todo había sido bru?ido. Incluso habían retirado el barro del círculo que yo había grabado en el linóleo alrededor de la encimera central. Ni rastro de telara?as en las paredes o en el techo, y mientras hundía el cuchillo en el glaseado verde, me prometí tratar de mantenerlo limpio todo el tiempo posible.

 

Sí, claro, pensé al untar el glaseado sobre la forma circular. Lo dejaría pasar hasta que volviese todo al mismo nivel de caos del que los pixies me habían sacado. Le daría dos semanas, como mucho.

 

Acompasando mis movimientos al ritmo de la música, coloqué tres peque?os caramelos para que pareciesen bayas. Un suspiro me hizo subir los hombros, lo aparté y cogí el molde en forma de vela, tratando de decidir si hacerla morada por la sabiduría de la edad o verde para variar.

 

Me encontraba intentando alcanzar el morado cuando sonó el teléfono en el cuarto de estar. Me quedé paralizada un instante, antes de colocar el envase de glaseado boca abajo y corrí a descolgarlo antes de que pudiera despertar a los pixies. Era peor que tener un bebé en la casa. Recogí el mando a distancia del sofá y lo apunté hacia el equipo de música para silenciarlo.

 

—Encantamientos Vampíricos —dije al contestar al teléfono, esperando no estar respirando demasiado fuerte—. Rachel al habla.

 

—?Cuánto me costaría una acompa?ante para el día veintitrés? —inquirió una voz joven con tono cambiante.

 

—Eso depende de la situación. —Busqué frenéticamente un calendario y un bolígrafo. No estaban donde los había dejado, así que al final escarbé en mi bolso en busca de mi agenda. Pensé que el veintitrés sería sábado—. ?Existe una amenaza de muerte o se trata de protección en general?

 

—?Amenaza de muerte? —exclamó la voz—. Lo único que quiero es una chica guapa para que mis amigos no piensen que soy un inútil.

 

Cerré los ojos reuniendo fuerza. Demasiado tarde, pensé al pulsar el botón del bolígrafo para cerrarlo.

 

—Este es un servicio independiente de cazarrecompensas —dije con cansancio en la voz—, no una casa de citas. ?Y sabes qué, chico? Hazte un favor y lleva a la chica tímida. Es más marchosa de lo que crees, y ella no poseerá tu alma por la ma?ana.

 

Colgaron y yo fruncí el ce?o. Aquella era la tercera llamada de esa clase en lo que iba de mes. A lo mejor debería echarle un vistazo al anuncio de las páginas amarillas que compró Ivy.

 

Me sacudí las manos de azúcar y rebusqué en la mesita en la que descansaba el contestador automático; extraje la guía telefónica y la dejé sobre la mesa del café. La luz roja parpadeaba, así que apreté el botón a la vez que hojeaba el pesado volumen hasta encontrar ?Investigadores privados?. Me quedé helada al oír la voz de Nick saliendo del aparato; con aire culpable e incómodo, me decía que había venido a las seis de la ma?ana para recoger a Jax y que me llamaría dentro de unos días.