Kisten no dijo nada; se limitaba a mirarme con el ce?o fruncido, y me pregunté si había dicho algo malo. Pero aquella noche, él me había dado líquido embalsamador egipcio, creyendo que dejaría inconsciente a Piscary. Me había dicho que quería que yo le matase. ?Quizá había cambiado de idea?
La música que provenía de la segunda planta crecía a medida que ascendíamos por la escalera. Era un ritmo de baile continuo y, al resonar en mi interior, descubrí que deseaba moverme al mismo compás. Podía sentir cómo la sangre me zumbaba y, mi cuerpo se contoneaba al tiempo que Kisten me llevaba hasta un rellano en lo alto de las escaleras.
Allí arriba hacía más calor, y me di aire con una mano. Las enormes ventanas de vidrio cilindrado que una vez dominaron el río Ohio, habían sido sustituidas por paredes, al contrario que las aberturas que permanecían abajo. Habían quitado las mesas de comedor para dejar un espacio abierto con la anchura del edificio y de techo alto, bordeado con altas mesas de cóctel pegadas a las paredes. No había sillas. En un extremo había una barra larga. Tampoco tenía sillas. Todo el mundo estaba de pie.
Encima de la barra, justo debajo del techo, había un oscuro habitáculo donde se encontraba el pinchadiscos con el panel de luces. Por detrás, había lo que parecía ser una mesa de billar. Un hombre alto de aspecto preocupado se encontraba en el centro de la pista de baile con un micro inalámbrico, discutiendo con la muchedumbre de vampiros: vivos y muertos, hombres y mujeres, todos ellos vestidos con una indumentaria parecida a la que yo llevaba unas horas antes. Aquello era una discoteca para vampiros, pensé, queriendo taparme los oídos ante los sonoros abucheos.
El hombre del micro advirtió la presencia de Kisten y su amplio rostro se relajó de alivio.
—?Kisten! —exclamó; su voz amplificada provocó que la gente volviera la cabeza y que las mujeres de alrededor, con escuetos vestidos, le jaleasen con ánimo—. ?Gracias a Dios!
El hombre le hizo se?as y Kisten me cogió de los hombros.
—?Rachel? —dijo—. ?Rachel! —exclamó llamando mi atención, absorta en las hermosas luces giratorias sobre la pista de baile. Sus ojos azules se mostraban preocupados—. ?Te encuentras bien?
Asentí, subiendo y bajando la cabeza.
—Sí, sí, sí —afirmé con una risa floja. Me sentía tan cómoda y relajada. Me gustaba la discoteca de Kisten.
Kisten frunció el ce?o. Dirigió su mirada hacia aquel hombre, quien iba demasiado arreglado y del que todos se estaban riendo, y luego volvió a mirarme.
—Rachel, esto solo me llevará un momento. ?De acuerdo?
Me encontraba de nuevo sumida en las luces y Kisten giró mi barbilla para mirarme a los ojos.
—Sí —le contesté moviendo lentamente mis labios para pronunciar correctamente—. Te esperaré aquí mismo. Tú ve a abrir la pista. —Alguien chocó conmigo y estuve a punto de caerme—. Me gusta tu club, Kisten. Es genial.
Kisten me sostuvo en pie y esperó hasta que recuperé el equilibrio antes de soltarme. La multitud había empezado a corear su nombre, y él levantó una mano en respuesta. Redoblaron sus cánticos y me tapé los oídos con las manos. La música palpitaba en mi interior.
Kisten le hizo una se?al a alguien al pie de las escaleras, y vi a Steve subir los escalones de dos en dos, moviendo su enorme cuerpo como si nada.
—?Es lo que creo que es? —le preguntó al grandullón cuando se acercó.
—Desde luego —afirmó el hombretón arrastrando las vocales mientras ambos me observaban—. Tiene la sangre almibarada. Pero es bruja. —Los ojos de Steve se desviaron hacia Kisten—. ?Verdad?
—Sí —afirmó Kisten, casi teniendo que gritar sobre el clamor de la gente para que cogiera el micrófono—. La han mordido, pero no está vinculada a nadie. Quizá ese sea el motivo.
—Fero… eh… fero… —Humedecí mis labios, arrugando el entrecejo—. Feromonas vampíricas —dije con los ojos muy abiertos—. Mmmm, genial. ?Cómo es que Ivy nunca se siente así?
—Porque Ivy es una estrecha —respondió Kisten. Dejó escapar un suspiró y yo estiré los brazos buscando sus hombros. Tenía unos hombros bonitos; fuertes, llenos de músculos y posibilidades.
Kisten apartó mis manos de él y las sostuvo delante de mí.
—Steve, quédate con ella.
—Claro, jefe —acordó el gran vampiro, poniéndose a mi lado, ligeramente por detrás.
—Gracias. —Kisten me miró a los ojos y sostuvo la mirada—. Lo siento, Rachel —me dijo—. No es culpa tuya. No sabía que esto iba a pasar. Volveré enseguida.
Se marchó y yo estiré los brazos hacia él, parpadeando ante el tumulto que se acrecentó cuando ocupó el centro de la sala. Kisten se detuvo un momento; estaba muy sexy con ese traje italiano mientras cavilaba con la cabeza inclinada, esperando. Estaba actuando para la multitud incluso antes de pronunciar una sola palabra; no puede evitar sentirme impresionada. Sus labios cerrados dibujaron una sonrisa maliciosa cuando levantó la cabeza, mirando a todos a través de su rubio flequillo.
—Por todos los diablos —susurró al micrófono, y la multitud le ovacionó—. ?Qué co?o estáis haciendo aquí todos vosotros?