Me ruboricé ante el cumplido, convencida de que el enorme disco era algo más que art decó; pero cuando se volvió hacia el crupier, miré frenéticamente hacia la pared de espejo que había junto a la escalera. Me quedé de piedra al verme con mi sofisticado atuendo, mis pecas y el pelo empezando a rizarse. Todo el barco era una zona antihechizos; al menos para nosotras, las brujas terrenales que usábamos amuletos; y sospechaba que aquel gran disco purpúreo tenía algo para interferir también con la magia de las brujas de líneas luminosas.
Tan solo con tener el barco sobre el agua era una especie de protección contra las líneas luminosas, a no ser que dieras un rodeo utilizando un familiar. Con toda probabilidad, el sistema de seguridad del barco anulaba los hechizos ya invocados de líneas luminosas y detectaría a cualquiera que activase una línea a través de un familiar para invocar uno nuevo. Una vez había tenido una versión más peque?a en las esposas reglamentarias de la SI, perdidas ya hacía tiempo.
Mientras Kisten departía amablemente con el crupier sobre su miserable ficha de cincuenta dólares, me recliné en mi asiento y examiné a la gente. Habría unas treinta personas, todas ellas bien vestidas, y la mayoría de más edad que Kisten y yo. Fruncí el ce?o al darme cuenta de que Kisten era el único vampiro que había allí; brujas, hombres lobo y unos pocos humanos con los ojos enrojecidos por estar despiertos a deshoras, pero ningún vampiro.
Aquello tenía que ser falso, así que mientras Kisten doblaba su dinero con unas cuantas manos, yo desenfoqué mi atención, con la intención de examinar la sala con mi percepción extrasensorial. No me gustaba utilizarla, sobre todo por la noche, cuando podía ver superpuesto siempre jamás; pero prefería sufrir un episodio de ?canguelitis? a no saber lo que estaba pasando. Deseché la idea de que Algaliarept supiera lo que yo estaba haciendo; y decidí que no podía saberlo, a menos que activase una línea. Lo cual no iba a hacer.
Tras prepararme, cerré los ojos para que mi, escasamente entrenada, percepción extrasensorial no tuviera que competir con mi visión más mundana y, con un impulso mental, abrí el ojo de mi mente. De inmediato, los mechones de mi pelo, que se habían liberado por su cuenta, se movían al viento que siempre soplaba en siempre jamás. El recuerdo del barco se disipó en la nada, y el abrupto paisaje de la ciudad demoníaca ocupó su lugar.
Se me escapó un leve sonido de desagrado, y recordé el motivo por el que nunca hacía esto tan cerca del centro de Cincinnati; la ciudad demoniaca era fea y estaba derruida. Probablemente, la luna en su cuarto menguante ya habría salido, y había un brillo rojo bien definido en el perfil inferior de las nubes, que parecía iluminar el inhóspito paisaje de edificios destrozados y escombros salpicados de vegetación con un fulgor que lo cubría todo y que, de alguna forma, me hacía sentir pegajosa. Se decía que los demonios vivían bajo la superficie y, al ver lo que le habían hecho a su ciudad, construida sobre las mismas líneas luminosas que Cincinnati, no era de extra?ar. Había visto una vez siempre jamás durante el día. No era mucho mejor.
No estaba en siempre jamás; tan solo podía verlo, pero aun así me sentía incómoda, especialmente cuando comprendí que la razón por la que todo parecía más nítido de lo normal era porque yo estaba envuelta en el aura negra de Algaliarept. Al recordar mi trato incumplido, abrí los ojos, rezando porque Algaliarept no encontrase una manera de usarme a través de las líneas, como había amenazado.
El casino flotante estaba tal y como lo había dejado; los ruidos que me habían mantenido conectada mentalmente a la realidad volvían a cobrar sentido. Estaba utilizando ambas visiones y, antes de que mi percepción extrasensorial pudiera sobrecargarse y perderse, me apresuré a mirar a mi alrededor.
Mi atención fue inmediatamente atraída por el disco metálico del techo, y torcí mis labios en un gesto de desagrado. Parpadeaba con un denso fulgor purpúreo que lo cubría todo. Habría apostado a que eso era lo que había sentido al cruzar el umbral de la entrada.
Aunque eran las auras de los demás lo que más me interesaba, no era capaz de ver la mía, incluso cuando miraba hacia el espejo. Una vez, Nick me había dicho que era amarilla y dorada; pero no lo que cualquiera vería ahora, bajo la de Al. La de Kisten era de un saludable y cálido rojo anaranjado, con trazos amarillos concentrados sobre su cabeza, y una sonrisa se dibujó en mis labios. Utilizaba su cabeza para tomar decisiones, no su corazón; aquello no me sorprendía. No había negrura en ella, aunque al examinar el local, comprendí que las de casi todos los demás que había en la sala estaban te?idas de cierta oscuridad.