—A mí también —exclamé con suavidad, sinceramente sorprendida. Lee se apartó el flequillo de los ojos.
—Claro, si yo hubiera dicho eso, me habrías acusado de seguirte la corriente. —Sonreí, sintiéndome repentinamente tímida, y él se volvió hacia el alboroto que reinaba alrededor de la mesa—. No juegas, ?verdad? —preguntó.
Miré detrás de mí, y luego otra vez hacia él.
—Se nota, ?no?
él puso su mano sobre mi hombro y me hizo dar media vuelta.
—Acaban de sacar tres cuatros seguidos y no te has dado cuenta —dijo suavemente, casi en un susurro al oído.
Yo no hacía nada especial para animarle o desanimarle; el súbito latido de mi corazón no me decía lo que debía hacer.
—Ah, ?es poco habitual? —pregunté, tratando de mantener un tono poco serio.
—Aquí —espetó, dirigiéndose hacia el hombre de los dados—. Nueva lanzadora —clamó en voz alta.
—Oye, espera —protesté—. Ni siquiera sé cómo se apuesta.
Sin echarse atrás, Lee cogió mi peque?o cubo de fichas y me acompa?ó hasta la parte delantera de la mesa.
—Tú lanzas los dados, yo apostaré por ti. —Titubeó, con inocencia en sus ojos marrones—. ?Te parece bien?
—Claro —respondí sonriente. ?Qué me importaba? Kisten me había dado las fichas. El que no se encontrase allí para gastarlas conmigo no era mi problema. Se suponía que era él quien debería estar ense?ándome a lanzar los dados y no un tipo con esmoquin. Además, ?dónde se había metido?
Miré los rostros de la gente reunida a mi alrededor mientras cogía los dados. Los notaba resbaladizos, como si fueran huesos en mi mano, y los agité.
—Espera… —Lee se estiró para cogerme la mano—. Primero, tienes que besarlos. Pero solo una vez —me aconsejó, con seriedad en su voz, a pesar de que sus ojos brillaban—. Si creen que los vas a amar siempre, no se esforzarán.
—De acuerdo —respondí, y soltó mi mano cuando la llevé hasta mis labios, pero me negué a entrar en contacto con ellos. Por Dios. Puaj. La gente movía sus fichas de un lado a otro y, con el corazón más acelerado de lo que dictaba el juego, lancé los dados. Miraba a Lee, y no a los dados, mientras saltaban y bailoteaban.
Lee observaba con una profunda atención, y pensé que, aunque no era tan guapo como Kisten, era más probable que estuviera en la portada de una revista que Nick. Solo un tipo del montón y una bruja titulada. A mi madre le encantaría que lo llevase a casa. Algún defecto debía tener. ?Además de su marca demoníaca?, pensé lacónicamente. Dios, sálvame de mí misma.
Los espectadores manifestaron diversas reacciones hacia el ocho que había sacado.
—?No es bueno? —le pregunté a Lee.
Sus hombros se levantaron y volvieron a caer mientras cogía los dados que el encargado de la mesa empujaba hacia él.
—Está bien —dijo él—. Pero tienes que sacar de nuevo un ocho antes de que salga un siete para ganar.
—Ah —asentí, fingiendo que le entendía. Desconcertada, lancé los dados. Esta vez salió un nueve—. ?Sigo? —inquirí, y él asintió.
—Colocaré algunas apuestas de una sola tirada por ti —me informó antes de hacer una pausa—. ?Te parece bien?
Todo el mundo estaba esperando, de forma que respondí.
—Claro, eso sería genial.
Lee asintió. Frunció el ce?o durante un instante y luego colocó un montón de fichas rojas sobre un recuadro. Alguien soltó una risita burlona y se inclinó hacia su vecino de mesa para susurrarle al oído: ?Será una muerte dulce?.
Sentí la calidez de los dados en mi mano, y los puse a rodar. Rebotaron contra el tope y se detuvieron. Era un once, y se oyó un gemido de disgusto generalizado. Sin embargo, Lee sonreía.
—Has ganado —me dijo, poniendo una mano sobre mi hombro—. ?Lo ves? —Se?aló con su dedo—. Las apuestas están quince a uno para sacar un once. Me imaginaba que serías una cebra.
Mis ojos se quedaron muy abiertos cuando el color predominante de mi montón de fichas pasó de rojo a azul mientras el encargado apilaba un montón de estas sobre el mío.
—?Disculpa?
Lee puso los dados en mi mano.
—Cuando oigas un galope, busca caballos. Eso sería lo normal en estos casos. Sabía que tú sacarías algo extra?o. Una cebra.