—Quiero que mis ganancias sean donadas a los fondos de la ciudad para reconstruir los orfanatos incendiados —dije con firmeza.
—Sí se?ora —respondió educadamente la mujer mientras volcaba los cubos.
Kisten cogió una ficha del montón.
—Esta sí la vamos a canjear.
Se la arrebaté de sus dedos, furiosa por haberme utilizado de esa forma. Eso era por lo que quería que Ivy le acompa?ase. Y yo había picado. Tras dar un silbido, le arrojé la ficha al crupier de los dados. La cogió e inclinó su cabeza como muestra de agradecimiento.
—?Esa era una ficha de cien dólares! —protestó Kisten.
—?De veras? —Molesta, cogí otra, y la lancé con el mismo destino que la primera—. No quiero ser taca?a —refunfu?é. La mujer me extendió un recibo por el valor de ocho mil setecientos cincuenta dólares, donados a los fondos de la ciudad. Lo miré durante un momento antes de introducirlo en mi bolso de mano.
—Rachel —insistió Kisten, con el rostro enrojecido bajo su pelo rubio.
—No vamos a quedarnos con nada. —Tras ignorar el abrigo de Kisten, que el portero sostenía para mí, crucé la puerta con la doble ese. ?Puede que una fuera de ?Saladan?? Dios, era una estúpida.
—Rachel… —La ira endureció la voz de Kisten cuando cruzó la puerta detrás de mí—. Vuelve aquí y dile que te canjee una.
—?Tú me diste las primeras y yo gané el resto! —grité desde el pie de la pasarela, envolviéndome con mis brazos bajo la nieve que estaba cayendo—. Voy a donarlas todas. ?Y estoy cabreada contigo, cobarde chupasangre!
El hombre al pie de la rampa dejó escapar una risita, y su expresión se tornó en indiferencia cuando le lancé una mirada furibunda. Kisten titubeó, luego cerró la puerta y bajó hacia mí, con el abrigo que me había prestado sobre su brazo. Fui directa a su coche y esperé a que me abriera la puerta o me dijera que llamase a un taxi.
Todavía poniéndose su abrigo, Kisten se detuvo a mi lado.
—?Por qué te enfadas conmigo? —preguntó secamente; sus ojos azules comenzaban a volverse negros bajo la suave luz.
—Ese es el barco de Saladan, ?verdad? —dije furiosa a la vez que lo se?alaba—. Puede que sea un poco lenta, pero al cabo de un tiempo me pongo al día. Piscary controla el juego en Cincinnati has venido hasta aquí a por la tajada que le corresponde. Y Saladan te ha rechazado, ?no es así? Está invadiendo el terreno de Piscary y me has traído de refuerzo sabiendo que te salvaría el culo si las cosas se ponían feas.
Furibunda, olvidé sus dientes y su fuerza y situé mi cara a centímetros de la suya.
—No vuelvas a enga?arme jamás para que te respalde. Podías haber hecho que me mataran con tus jueguecitos. Yo no tengo una segunda oportunidad, Kisten. ?La muerte es el fin para mí!
Mi voz retumbó en los edificios más cercanos. Pensé en los que estarían escuchando desde el barco y me puse colorada. Pero estaba furiosa, maldita sea, y tenía que resolver aquel asunto antes de volver a subirme al coche de Kisten.
—Me vistes para hacerme sentir especial —dije, con un nudo en la garganta y la ira a flor de piel—. Me tratas como si salir conmigo fuera algo que querías hacer por mí, incluso si solo era con la esperanza de clavarme tus dientes, ?y luego descubro que ni siquiera se trata de eso, sino que es por negocios? Ni siquiera fui tu primera opción. ?Querías que Ivy te acompa?ase, no yo! Yo era tu plan alternativo. ?Cómo de barata crees que me hace sentir eso?
Kisten abrió la boca, y luego la cerró.
—Puedo entender que me utilices como segundo plato en una cita porque eres un hombre, ?y por lo tanto, un cretino! —exclamé—. Pero me has traído aquí a sabiendas, a una situación potencialmente peligrosa sin mis hechizos, sin mis a muletos. Me dijiste que era una cita, así que lo dejé todo en casa. Diablos, Kisten, si querías tenerme como refuerzo, ?lo habría hecho! Además —a?adí, sintiendo cómo mi enfado comenzaba a disminuir, debido a que parecía estar realmente escuchándome, en lugar de perder el tiempo inventando excusas—, habría sido divertido saber lo que estaba ocurriendo. Podría haber sonsacado información, o algo por el estilo.
Se quedó mirándome, reflejando sincera sorpresa en sus ojos.
—?De verdad?
—Sí, de verdad. ?Crees que me hice cazarrecompensas por su seguro dental? Habría sido mucho más divertido que tener al lado a un tipo ense?ándome a jugar a los dados. Por cierto, ese era tu deber.