Antes bruja que muerta

 

—?Ya voy! —grité, aceleré el paso y crucé el santuario en sombras para llegar a la puerta. Mis botas de nieve dejaban peque?os terrones de nieve invertidos a mi paso. La enorme campana que antiguamente se utilizaba para llamar a la cena y que nosotras utilizábamos de timbre volvió a repicar y corrí un poco más—. Ya voy. No llaméis otra vez o los vecinos van a llamar a la SI, por el amor de Dios.

 

Las reverberaciones seguían resonando cuando cogí el pomo, el nailon de mi abrigo se deslizó por mi cuerpo con un ruidito. Tenía la nariz fría y los dedos congelados, el calor de la iglesia no había tenido tiempo suficiente para calentarlos.

 

—?David! —exclamé al abrir la puerta y encontrarlo en los escalones apenas iluminados.

 

—Hola, Rachel —dijo, parecía incómodo y estaba muy atractivo con sus gafas, el abrigo largo, la barba cerrada y el sombrero vaquero salpicado de nieve. La botella de vino que llevaba en la mano también ayudaba. A su lado había un hombre un poco mayor que él, con chaqueta de cuero y vaqueros. Era más alto que David y observé con aire especulativo su físico un tanto arrugado pero sin duda en forma. Un mechón de cabello blanco como la nieve asomaba por debajo del sombrero. Llevaba una ramita en la mano, una incuestionable ofrenda simbólica para la hoguera del solsticio que ardía en el patio de atrás, y entonces me di cuenta de que era brujo. ?El antiguo compa?ero de David?, pensé. Una limusina estaba aparcada con el motor en marcha pero sin ruido detrás de ellos pero me imaginé que ellos habían llegado en el cuatro puertas azul que había aparcado delante de la limusina.

 

—Rachel —dijo David, lo que me obligó a mirarlos otra vez—. Te presento a Howard, mi antiguo compa?ero.

 

—Encantada de conocerte, Howard —dije al tiempo que le tendía la mano.

 

—El placer es todo mío. —Sonrió y se quitó un guante para tenderme una mano arrugada y llena de pecas—. David me ha hablado mucho de ti y me autoinvité solo. Espero que no te importe.

 

—En absoluto —dije con calor—. Cuantos más, mejor.

 

Howard me estrechó la mano con fuerza dos o tres veces antes de soltarme.

 

—Tenía que venir —dijo con un destello en los ojos verdes—. No se presenta muy a menudo la oportunidad de conocer a la mujer que es capaz de dejar atrás a David y soportar encima su modo de trabajar. Los dos lo hicisteis muy bien con Saladan.

 

Tenía una voz más profunda de lo que me esperaba y la sensación de que me estaban evaluando se reforzó.

 

—Gracias —dije un poco avergonzada. Me aparté de la puerta para invitarlos a entrar—. Estamos todos atrás, junto al fuego. Entrad, por favor. Atravesar la iglesia es más fácil que recorrer todo el jardín hasta la parte de atrás.

 

Howard se deslizó en el interior con un tufillo a secuoya mientras David se detenía a sacudirse la nieve de las botas. Dudó un momento y miró el letrero nuevo que había encima de la puerta.

 

—Muy bonito —dijo—. ?Lo acabáis de poner?

 

—Sí. —Me ablandé un poco y me asomé para mirarlo. Era una placa de bronce grabada en profundo relieve y la habíamos clavado con varios tornillos a la fachada de la iglesia, encima de la puerta. Venía con una luz y la única bombilla iluminaba el pórtico con un fulgor suave—. Es un regalo de solsticio para Ivy y Jenks.

 

David hizo un ruidito de aprobación salpicado de comprensión. Lo miré y después volví a mirar el letrero: ?Encantamientos Vampíricos S. L. Tamwood, Jenks y Morgan?. Me encantaba y no me había importado pagar más para que lo entregaran a tiempo. A Ivy se le habían quedado unos ojos como platos cuando la había sacado al pórtico esa tarde para verlo. Creí que iba a llorar. Le había dado un abrazo allí mismo, en los escalones, porque era obvio que ella quería darme uno pero temía que yo me lo tomara por donde no era. Era amiga mía, joder, y podía darle un abrazo si me daba la gana.

 

—Espero que ayude a acabar con esos rumores de que estoy muerta —dije mientras lo acompa?aba al interior—. El periódico se dio mucha prisa para publicar mi esquela pero como no soy vampiresa, no piensan poner nada en los anuncios de revividos a menos que me rasque el bolsillo.

 

—A quién se le ocurre —dijo David. Oí la carcajada que intentaba contener y le lancé una mirada desagradable mientras se sacudía las botas una última vez y entraba—. No tienes mal aspecto para ser una bruja muerta.

 

—Gracias.

 

—Ya casi has recuperado tu pelo normal. ?Qué hay del resto?