Los ojos negros de Newt destellaron y el demonio puso el extremo del bastón en el suelo.
—No lo vas a averiguar. No vas a creer, todavía no. Tienes que hacer un trato… conmigo.
Asustada, me tambaleé y con el paso siguiente tropecé con la línea. La sentí como si fuera un arroyo cálido y generoso que me llenaba. Casi con un jadeo me tambaleé, veía los ojos que me rodeaban, entrecerrados de codicia y rabia. Me dolía todo. Tenía que salir de allí. El poder de la línea me atravesaba con un zumbido, pacífico y reconfortante. En ningún lugar se está como en casa.
La expresión de Newt se hizo burlona, en sus ojos de pupilas negras solo había desdén.
—No puedes hacerlo.
—Sí que puedo —dije, se me nubló la vista y estuve a punto de desmayarme. En las sombras más profundas resplandecían unos ojos verdes. Cerca. Muy cerca. El poder de la línea zumbaba a través de mi cuerpo. ?No hay lugar como el hogar, no hay lugar como el hogar, no hay lugar como el hogar?, pensé con desesperación mientras introducía energía en mi interior y la entretejía en la cabeza. Había viajado por las líneas con Lee. Había visto cómo lo había hecho. Lo único que había tenido que hacer él era pensar adonde quería ir. Yo quería irme a casa. ?Por qué no funcionaba?
Me temblaron las piernas cuando la primera forma oscura salió para plantarse ante mí con una delgadez irreal, lenta y vacilante. Newt la miró y después se volvió poco a poco hacia mí con una ceja levantada.
—Un favor y te mando a casa.
Oh, Dios. Otro no.
—?Déjame en paz! —grité, los bordes ásperos de una roca me ara?aron los dedos cuando se la tiré a una forma que se acercaba, estuve a punto de caerme y ahogué un grito que parecía más un sollozo pero al fin recuperé el equilibrio. El demonio menor se agachó y después se enderezó otra vez. Tres pares más de ojos brillaban tras él.
Di un salto, asustada, cuando Newt se plantó de repente delante de mí. Ya no quedaba luz alguna. Unos ojos negros se clavaron en mí, ahondaron en mi alma y me la apretaron hasta que salió el miedo como una burbuja.
—No puedes hacerlo. No tienes tiempo para aprender —dijo Newt, y me estremecí. Allí tenía poder, puro y a mi disposición. El alma de Newt era tan negra que casi ni se veía. Podía sentir su aura apretada contra mí, comenzaba a deslizarse por la mía con la fuerza de la voluntad de Newt. Podía apoderarse de mí si quería. Yo no era nada. Mi voluntad no significaba nada.
—Puedes deberme un favor o morir en este escuálido montón de promesas rotas —dijo Newt—. Pero no puedo hacerte atravesar las líneas con ese lazo tan endeble llamado hogar. El hogar no sirve. Piensa en Ivy. La quieres más a ella que a esa maldita iglesia —dijo. La honestidad del demonio era más cortante que cualquier dolor físico.
Las sombras se agolparon y se lanzaron gritando con voces agudas y llenas de rabia.
—?Ivy! —grité, acepté el trato y deseé estar con ella: el olor de su sudor cuando nos peleábamos en broma, el sabor de sus galletas de azufre, el sonido de sus pasos y el movimiento de sus cejas cuando intentaba no echarse a reír.
Me encogí cuando sentí de repente la presencia negra de Newt en mi cabeza. ?A cuántos errores puede sobrevivir una vida? resonó claro como el cristal en mi mente, pero no supe de quién era ese pensamiento.
Newt me arrancó el aire de los pulmones y mi mente se rompió en mil pedazos. Estaba en todas partes y en ninguna. La desconexión perfecta de la línea me atravesó como un rayo y me hizo existir en cada línea del continente. ?Ivy! pensé otra vez, y empecé a aterrarme hasta que la recordé y me aferré a su voluntad indómita y a la tragedia de sus deseos. Ivy. Quiero ir con Ivy.
Con un pensamiento salvaje y celoso, Newt volvió a unir mi alma de un tirón. Jadeé y me cubrí los oídos cuando me sacudió un estallido seco y atronador. Caí hacia delante y choqué con unas baldosas grises con los codos y las rodillas. Varias personas chillaron y oí el estruendo del metal. Volaron papeles y alguien gritó que llamaran a la SI.
—?Rachel! —gritó Ivy.
Levanté los ojos para mirar entre el pelo que me caía por la cara y vi que estaba en lo que parecía el pasillo de un hospital. Ivy estaba sentada en una silla de plástico naranja, con los ojos rojos y las mejillas hinchadas; en sus grandes ojos marrones había una expresión conmocionada. David estaba a su lado, sucio y desali?ado, con la sangre de Kisten en las manos y el pecho. Sonó un teléfono que nadie contestó.
—Hola —dije con voz débil, empezaban a temblarme los brazos—. Esto, ?podríais ingresarme uno de los dos, quizá? No me encuentro muy bien.
Ivy se levantó con los brazos extendidos y me caí hacia delante. Choqué con la mejilla contra las baldosas. Lo último que recuerdo es mi mano en la suya.
33.