—Has acabado con ella por completo —dijo Al, maravillado.
A Lee le costaba respirar. Era obvio que el esfuerzo que había hecho había sido sobrehumano. Yo no podía dejar de llorar y las lágrimas que me corrían por las mejillas se quedaban frías bajo el viento. Al me soltó la mandíbula y me acurruqué hecha un ovillo en medio de los escombros, a sus pies, me daba igual lo que pasara después. Oh, Dios, papá.
—Es toda tuya —dijo Lee—. Quítame la marca.
Sentí los brazos de Al rodeándome y levantándome. No pude evitar apretarme contra él. Yo estaba muerta de frío y él olía a Oíd Spice, la colonia de mi padre. Aunque sabía que era la crueldad retorcida de Al, me aferré a él y lloré. Lo echaba de menos. Dios, cómo lo echaba de menos.
—Rachel —dijo la voz de mi padre, arrancada de mi memoria, y lloré todavía más—. Rachel —dijo otra vez—. ?No queda nada?
—Nada —dije entre sollozo y sollozo.
—?Estás segura? —dijo mi padre, dulce y cari?oso—. Has luchado tanto, brujita mía. ?De verdad te has enfrentado a él con todo y has fracasado?
—He fracasado —dije sin dejar de sollozar—. Quiero irme a casa.
—Shhh —me tranquilizó, sentí su mano fría en la piel en medio de mi oscuridad—. Yo te llevaré a casa y te meteré en la cama.
Sentí que Al se ponía en movimiento. Estaba destrozada pero no estaba acabada. Mi mente se rebeló, quería hundirse todavía más en la nada pero mi voluntad había sobrevivido. Era Lee o yo y yo quería mi taza de chocolate caliente en el sofá de Ivy y un libro sobre racionalizaciones.
—Al —susurré—. Lee tendría que estar muerto. —Me costaba menos respirar. Los recuerdos de la muerte de mi padre comenzaban a deslizarse por los pliegues ocultos de mi cerebro. Llevaban tanto tiempo enterrados allí que no tardaron en encontrar su sitio y uno por uno desaparecieron a la espera de noches solitarias sin nadie a mi lado.
—Shhh, Rachel —dijo Al—. Ya veo lo que pretendes dejando que Lee te derrote pero tú puedes prender la magia demoníaca. Jamás ha habido ninguna bruja capaz de hacer eso. —Se echó a reír y aquel júbilo me dio escalofríos—. Y eres mía. No de Newt, ni de nadie más, solo mía.
—?Qué hay de mi marca demoníaca? —protestó Lee a varios pasos de distancia; me apeteció llorar por él. Estaba muerto y no lo sabía todavía.
—Lee también puede —susurré. Ya podía ver el cielo. Seguí parpadeando con fuerza y vi la sombra negra de Al destacada contra las nubes manchadas de rojo, no me había soltado todavía. Me invadió el alivio, que se deshizo de mis últimas dudas y dejó a su paso un peque?o rayo de esperanza. Los hechizos ilusorios de líneas luminosas solo funcionaban a corto plazo, a menos que se les diera un lugar permanente de plata en el que residir—. Pruébalo —dije—. Prueba su sangre. El padre de Trent también lo arregló a él. Puede prender magia demoníaca. Al se paró en seco.
—Bendito sea yo tres veces. ?Hay dos, sois dos?
Chillé cuando me caí y lancé otro grito cuando choqué contra una roca con la cadera.
Detrás de mí oí el alarido de Lee, un grito de miedo y angustia. Me di la vuelta donde me había dejado caer Al, me asomé sobre los escombros y me froté los ojos para ver a Al rasgando con una u?a afilada el brazo de Lee. Brotó la sangre y yo me sentí enferma.
—Lo siento, Lee —susurré al tiempo que me abrazaba las rodillas—. Lo siento mucho.
Al emitió un sonido bajo, profundo y gutural de placer.
—Tiene razón —dijo cuando se quitó el dedo de los labios—. Y a ti se te da mejor la magia de las líneas luminosas que a ella. Te voy a llevar a ti en su lugar.
—?No! —chilló Lee y Al lo acercó de un tirón—. ?La querías a ella! ?Y te la di!
—Me la diste, te quité la marca demoníaca y ahora te llevo conmigo. Los dos podéis prender magia demoníaca —dijo Al—. Podría pasarme décadas enteras luchando con un familiar escuálido como ella, que encima exige tanto esfuerzo mantener, y jamás podría meterle en esa cabeza de chorlito los hechizos que tú ya te sabes. ?Has intentado alguna vez quitar una maldición demoníaca?
—?No! —gritó Lee mientras luchaba por escapar—. ?No puedo!
—Ya podrás. Toma —dijo el demonio al dejarlo caer al suelo—. Sujétame esto.
Me tapé los oídos y me acurruqué hecha una bola cuando Lee chilló y después volvió a chillar. Era un sonido agudo y crudo, me ara?aba el cráneo como una pesadilla. Tenía la sensación de que iba a vomitar de un momento a otro. Había puesto a Lee en manos de Al para salvar mi vida. Que Lee hubiera intentado hacer lo mismo conmigo no me hacía sentir mucho mejor.
—Lee —dije entre lágrimas—. Lo siento. Dios, lo siento mucho.
La voz de Lee se desvaneció cuando se desmayó. Al sonrió y me dio la espalda.
—Gracias, cari?o. No me gusta estar en la superficie cuando se hace de noche. Que tengas mucha suerte.
Abrí mucho los ojos.
—?No sé cómo volver a casa! —exclamé.