—Cabrón —susurré y se la tiré con un tambaleo.
Lee se agachó hacia un lado y mi bola dorada de siempre jamás chocó contra mi círculo. Abrí mucho los ojos cuando una cascada de cosquileos me atravesó, se había roto la burbuja.
—?Joder! —grité, no me había dado cuenta que mi hechizo te?ido de aura podría romper el círculo. Aterrada, me giré en redondo hacia Al, sabía que si no podía levantarlo a tiempo tendría que enfrentarme a los dos. Pero el demonio seguía sentado y miraba algo por encima de mí hombro, con los ojos de cabra muy abiertos. Se había bajado un poco las gafas y se había quedado con la boca abierta.
Me di la vuelta a tiempo de ver que mi hechizo golpeaba un edificio cercano. Un estruendo tenue hizo temblar el suelo. Me llevé la mano a la boca cuando un trozo del tama?o de un autobús se desprendió y cayó con una lentitud irreal.
—Bruja estúpida —dijo Lee—. ?Viene directamente a por nosotros!
Me di la vuelta, eché a correr con las manos estiradas y me abrí camino entre los escombros, con las manos entumecidas en las rocas cubiertas de escarcha. El suelo temblaba, el polvo se alzaba denso en el aire. Tropecé y me caí.
Me levanté entre toses y arcadas, temblando. Me dolían los dedos y no podía moverlos. Me di la vuelta y encontré a Lee al otro lado del nuevo derrumbamiento, en sus ojos había odio y un toque de miedo.
Decía algo en latín. Clavé los Ojos en la tarjeta que tenía entre los dedos y que no dejaba de mover, con el corazón a mil mientras esperaba, indefensa. Lee hizo un gesto y mi tarjeta estalló en llamas.
Destelló como la pólvora. Di un grito y me di la vuelta con las manos en los ojos. Los chillidos de los demonios menores me golpearon. Me eché hacia atrás con un tambaleo, desequilibrada. Unas manchas rojas me impedían ver. Tenía los ojos abiertos y me corrían lágrimas por la cara pero no veía. ?Estaba ciega!
Se oyó el ruido de un deslizamiento de rocas y lancé un ga?ido cuando alguien me puso unas esposas. Repartí golpes a ciegas y estuve a punto de caer cuando no encontré nada con el canto de la mano. Me invadió el miedo y me debilitó. No veía. ?Me había quitado la vista!
Me empujó una mano y me caí balanceando una pierna. Sentí que lo golpeaba y se cayó.
—Zorra —jadeó y chillé cuando me dio un tirón de pelos, después intenté alejarme.
—?Más! —dijo Al muy contento—. ?Ensé?ame lo mejor que sabes hacer! —lo alentó.
—?Lee! —exclamé—. ?No lo hagas! —El color rojo no desaparecía. Por favor, por favor, que sea una ilusión.
Lee empezó a pronunciar unas palabras oscuras que sonaban obscenas. Olí a quemado, era un mechón de mi pelo.
Se me encogió el corazón con una duda repentina. No iba a conseguirlo. Prácticamente iba a matarme. No había forma de ganar aquella partida. Oh, Dios… ?pero en qué estaba pensando?
—La has hecho dudar —dijo Al con tono asombrado desde la negrura—. Ese es un hechizo muy complejo —dijo sin aliento—. ?Qué más? ?Sabes adivinar el futuro?
—Puedo ver el pasado —dijo Lee muy cerca, estaba jadeando.
—?Oh! —exclamó Al, encantado—. ?Tengo una idea maravillosa! ?Haz que recuerde la muerte de su padre!
—No… —susurré—. Lee, si te queda algo de compasión. Por favor.
Pero comenzó a susurrar con aquella odiosa voz y yo gemí y me encerré en mí misma cuando un dolor mental se sobrepuso al físico. Mi padre. Mi padre exhalando su último aliento. La sensación de su mano seca en la mía, sin fuerzas ya. Me había quedado, me había negado en redondo a irme de la habitación. Estaba allí cuando dejó de respirar. Estaba allí cuando su alma quedó libre y me dejó para que me defendiera sola muy pronto, demasiado. Me había hecho más fuerte pero me había dejado marcada.
—Papá —sollocé, me dolía el pecho. Había intentado quedarse pero no había podido. Había intentado sonreír pero se le había quebrado—. Oh, papá —susurré en voz muy baja cuando empezaron a brotarme las lágrimas. Había intentado mantenerlo a mi lado pero no había podido.
Una depresión negra se alzó de mis pensamientos y me encerró en mí misma. Me había dejado. Estaba sola. Se había ido. Nadie había conseguido jamás llenar aquel vacío, ni siquiera se habían acercado. Nadie lo llenaría jamás.
Entre sollozos me llenó aquel recuerdo mísero, aquel momento horrible cuando me di cuenta que se había ido para siempre. No fue cuando me sacaron a rastras de su lado en el hospital, sino dos semanas más tarde, cuando batí el récord de los ochocientos metros de la escuela y miré a las gradas en busca de su sonrisa orgullosa. No estaba. Y fue entonces cuando supe que estaba muerto.
—Brillante —susurró Al, su voz cultivada y suave sonaba a mi lado.
No hice nada cuando una mano enguantada se curvó bajo mi mandíbula y me levantó la cabeza. No le vi cuando parpadeé pero sentí el calor de su mano.