—Ese no es mi problema. Adiós, guapa.
Me erguí y me quedé helada, las piedras en las que estaba sentada parecieron empaparme de frío. Lee recuperó el sentido con un balbuceo horrendo. Al se lo metió bajo un brazo, me saludó con la cabeza y se desvaneció.
Una roca se deslizó cuesta abajo y rodó a mis pies. Parpadeé y me sequé los ojos, pero solo conseguí llenármelos de polvo y lascas de roca.
—La línea —susurré al recordarlo. Quizá si me metiera en la línea. Lee había saltado desde el exterior de una línea pero quizá yo tuviera que aprender a caminar antes de poder correr.
Me llamó la atención un movimiento que noté por el rabillo del ojo. Giré la cabeza de repente, con el corazón desbocado, pero no vi nada. Me tranquilicé, me levanté de un empujón y ahogué un grito, unas punzadas ardientes se me clavaban en el tobillo y me quitaban el aliento. Volví a resbalar hasta el suelo. Apreté la mandíbula y decidí que me arrastraría hasta allí.
Estiré los brazos y vi el traje de chaqueta de la se?ora Aver cubierto de polvo y de la escarcha que había ara?ado de las rocas que me rodeaban. Me aferré a unas rocas y empecé a arrastrarme, hasta conseguí incorporarme un poco. El cuerpo me temblaba de frío y de los restos de adrenalina que me quedaban. El sol ya casi se había puesto. Una caída de rocas me empujó hacia delante. Cada vez se acercaban más.
Un peque?o estallido me hizo levantar la cabeza. Se desperdigaron guijarros y piedras por todas partes cuando los demonios menores corrieron a esconderse. Me quedé sin aliento cuando, entre los mechones de pelo que me cubrían la cara, vi una figura peque?a vestida de color violeta oscuro sentada delante de mí con las piernas cruzadas; tenía en el regazo un bastón estrecho y muy largo, casi de mi altura. La envolvía una túnica. No era un albornoz sino algo con mucha más clase, una mezcla de kimono y algo que llevaría un jeque del desierto, una prenda ondulante con la flexibilidad y suavidad del lino. Encima de la cabeza llevaba un sombrero redondo de lados rectos y copa plana. Entrecerré los ojos bajo la escasa luz y decidí que había como dos centímetros de aire entre el ribete dorado y el suelo. ?Y ahora qué?
—?Quién demonios eres? —dije mientras me adelantaba otro paso—. ?Vas a llevarme a casa en lugar de Al?
—??Quién demonios eres?? —repitió la criatura, su voz era una mezcla de tosquedad y ligereza—. Sí. Eso encaja.
No me estaba pegando con aquel palo negro tallado, ni me estaba echando un hechizo, ni siquiera me hacía muecas, así que preferí no hacerle caso y seguir arrastrándome. Se oyó un crujido de papel y perpleja, me metí el papel doblado en tres de David en la cintura de la falda. Sí, seguramente querría recuperarlo.
—Soy Newt —dijo la criatura, al parecer desilusionada porque yo no le hacía caso. Había un acento intenso en aquella voz que no supe ubicar, una forma extra?a de pronunciar las vocales—. Y no, no voy a llevarte a casa. Ya tengo un familiar demoníaco. Algaliarept tiene razón, ahora mismo no vales nada.
?Un demonio por familiar? Ohhh, eso sí que tenía que estar bien. Gru?í y me arrastré un poco más. Me dolían las costillas y me las apreté con una mano. Jadeé y levanté la cabeza. Una cara lisa, ni joven, ni vieja, ni… nada, en realidad, me miró.
—Ceri te tiene miedo —dije.
—Lo sé. Es muy perspicaz. ?Está bien?
Me invadió el temor.
—Déjala en paz —dije, y me eché hacia atrás cuando la criatura me apartó el pelo de los ojos. Su roce pareció hundirse en mí aunque sentí las yemas de unos dedos firmes en la frente. Me quedé mirando aquellos ojos negros que me contemplaban, imperturbables y curiosos.
—Deberías tener el pelo rojo —dijo, olía a dientes de león aplastados—. Y tienes los ojos verdes, como mis hermanas, no marrones.
—?Hermanas? —resollé, mientras me planteaba darle mi alma a cambio de un amuleto para el dolor. Dios, me dolía el cuerpo entero, por dentro y por fuera. Me senté sobre los talones, fuera de su alcance. Newt tenía una elegancia sobrenatural, el conjunto que llevaba no daba pista alguna sobre su género. Llevaba un collar de oro negro alrededor del cuello, una vez más el dise?o no era masculino ni femenino. Posé la mirada en sus pies desnudos, que flotaban sobre los escombros. Eran estrechos y delgados, un tanto feos. ?Masculinos?—. ?Eres chico o chica? —pregunté al fin, no muy segura.
Newt frunció el ce?o.
—?Importa?
Me temblaban los músculos y me llevé la mano a la boca, me chupé el punto donde la roca me había hecho da?o. A mí sí.
—No te lo tomes a mal pero ?por qué estás ahí sentado?
El demonio sonrió, lo que me hizo pensar que aquello no podía ser buena se?al.
—Hay unos cuantos que han apostado que no serás capaz de aprender a usar las líneas antes de la puesta del sol. Estoy aquí para que nadie haga trampas.
Una punzada de adrenalina me despejó la cabeza.
—?Qué pasa cuando se pone el sol?