Cerré la puerta, me halagaba el matiz de preocupación que había en su voz. Howard se encontraba en medio del santuario y recorría con los ojos el piano de Ivy y mi escritorio.
—Estoy bien —dije—. No aguanto mucho todavía pero ya empiezo a recuperarme. ?Pero el pelo, dices? —Me metí un rizo de pelo marrón rojizo detrás de una oreja y me encasqueté el gorro de lana que me había tejido mi madre y me había regalado esa tarde—. La caja decía que se quita con cinco lavados —dije con tono hosco—. Pues yo sigo esperando.
Me había picado un poco cuando me recordó lo del pelo pero abrí camino hasta la cocina con los dos hombres detrás. De hecho, el pelo era lo que menos me preocupaba. E1 día anterior había encontrado una cicatriz con un dibujo muy conocido, el círculo con la barra oblicua, en el arco del pie izquierdo, la forma de Newt de reclamarme el favor. Ya les debía favores a dos demonios, pero al menos estaba viva. Estaba viva y no era familiar de nadie. Y encontrarme la marca ahí había sido mejor que despertar con una gran ?N? tatuada en la frente.
Los pasos de David vacilaron cuando vio los platos de dulces en la mesa. La zona de trabajo de Ivy se había reducido a un rincón de un metro cuadrado escaso, el resto estaba lleno de galletas, dulce de azúcar, embutidos y galletas saladas.
—Servios —dije, y me negué a sulfurarme por cosas que en ese momento no podía controlar—. ?Queréis meter el vino en el microondas antes de salir? —pregunté antes de comerme una loncha de salami—. Tengo una jarra para calentarlo. —Podía utilizar mi nuevo hechizo pero no era muy fiable y ya estaba harta de quemarme la lengua.
El sonido metálico del vino al golpear la mesa fue atronador.
—?Lo bebéis caliente? —dijo David, parecía horrorizado mientras miraba el microondas.
—Ivy y Kisten sí. —Al ver dudar al hombre lobo, le di una vuelta rápida al cazo de sidra especiada que teníamos en el fogón—. Podemos calentar la mitad y poner el resto en un banco de nieve, si quieres —a?adí.
—Claro —dijo David, que se puso a manipular con sus dedos cortos el corcho envuelto en papel de plata.
Howard empezó a llenarse un plato pero al ver la mirada intencionada de David se sobresaltó.
—?Mmmm! —dijo de repente el maduro brujo con el plato en la mano—. ?Te importa si salgo al patio y me presento? —Agitó la ramita que llevaba metida entre la mano y el plato de papel a modo de explicación—. Hace mucho tiempo que no voy a una hoguera de solsticio.
Le sonreí.
—Por supuesto, sal por ahí. La puerta está en el salón.
David y Howard intercambiaron otra mirada y el brujo salió solo. Oí las voces suaves que se alzaron para saludarlo cuando abrió la puerta. David exhaló una bocanada de aire poco a poco. Estaba tramando algo.
—Rachel —dijo—. Tengo un papel para que lo firmes.
Se me heló la sonrisa en la cara.
—?Qué he hecho ahora? —se me escapó—. ?Es porque me cargué el coche de Lee?
—No —dijo y se me hizo un nudo en el pecho cuando bajó los ojos. Oh, Dios, debe de ser grave.
—?Qué pasa? —Dejé la cuchara en el fregadero y me volví cogiéndome los codos.
David se bajó la cremallera del abrigo, sacó un papel doblado en tres partes y me lo tendió. Después cogió la botella y empezó a abrirla.
—No tienes que firmarlo si no quieres —dijo mientras me miraba con el sombrero vaquero calado casi hasta los ojos—. No me ofendo. En serio. Puedes decir que no. No pasa nada.
Me entró un escalofrío y después empecé a sudar al leer aquella sencilla exposición, una expresión pasmada debía de llenarme los ojos cuando levanté la cabeza y me encontré con su mirada nerviosa.
—?Quieres que sea miembro de tu manada? —tartamudeé.
—No tengo manada —se apresuró a explicar—. Tú serías la única. Estoy inscrito como lobo solitario pero mi compa?ía no despide a un trabajador fijo si son macho o hembra alfa.
Yo era incapaz de decir nada y él intentó llenar el silencio.
—Es que, bueno, me sabe mal haber intentado sobornarte —dijo—. No es como si estuviéramos casados ni nada de eso pero te da derecho a hacerte el seguro conmigo. Y si nos ingresan a alguno de los dos en un hospital, tenemos acceso al historial médico y voz y voto si el otro está inconsciente. No tengo a nadie que pueda tomar ese tipo de decisiones por mí y preferiría que lo hicieras tú antes que un tribunal de mis semejantes. —Se encogió de hombros aunque solo con uno—. Y además puedes venir al picnic anual de la compa?ía.
Bajé los ojos al papel, los levanté para mirar su rostro cubierto de barba de tres días y después volví a mirar el papel.
—?Qué hay de tu antiguo compa?ero?
Echó una miradita al papel para ver el texto escrito.
—Hace falta una hembra para formar una manada.