—?Cómo te encuentras? —dijo Takata. Me sobresalté, ya casi me había olvidado de su presencia—. Oí que te habían ingresado.
Esbocé una sonrisa avergonzada, sabía que empezaba a parecer cansada después de pasarme dos horas y pico chillando en el concierto de Takata.
—Estoy bien. No querían darme el alta pero Kisten estaba al otro lado del pasillo y después de que nos pillaran, bueno, digamos que haciendo experimentos con los controles de la cama, decidieron que los dos estábamos lo bastante curados como para salir a la calle. —Pero qué mala leche tenía esa vieja enfermera de noche. Con el jaleo que había montado, cualquiera diría que éramos un par de pervertidos… Bueno, da igual, esa vieja enfermera de noche tenía muy mala leche.
Takata me miró cuando me puse colorada y me bajé el gorro de lana hasta taparme las orejas.
—Hay una limusina delante de la iglesia —le dije para cambiar de tema—. ?Quieres que les diga que se vayan?
Levantó la cabeza y miró las ramas negras.
—Pueden esperar. Tienen comida.
Asentí y me relajé.
—?Quieres un poco de vino caliente?
Se sobresaltó y sus grandes ojos me miraron estupefactos.
—No. No, gracias.
—?Un poco más de sidra especiada, entonces? —le ofrecí—. Toma. Yo no he probado todavía la mía.
—Echa, pero solo un poco —dijo, me extendió su taza vacía y le eché allí la mitad de mi bebida. Me sentía casi especial, sentada al lado de Takata y con la mitad de mi bebida en su taza, pero me puse rígida cuando una tenue punzada me recorrió el cuerpo entero. Me quedé inmóvil, sin saber lo que era; los ojos de Takata se encontraron con los míos.
—?Tú también lo has sentido? —me dijo y asentí, estaba inquieta y un poco preocupada.
—?Qué ha sido?
La gran boca de Takata se convirtió en una enorme sonrisa cuando se rió de mí.
—El círculo de Fountain Square. Feliz solsticio. —Levantó la taza y yo entrechoqué automáticamente la mía con ella.
—Feliz solsticio —le imité, me parecía extra?o haberlo sentido. Jamás lo había notado hasta entonces. Claro que quizá al haberlo cerrado una vez era más sensible a él.
Con la sensación de que todo iba bien en el mundo, tomé un sorbo de sidra y me encontré con los ojos de David, me rogaba que lo rescatara cuando lo miré por encima del borde de la taza. La boca de Erica era incansable y Kisten lo cogía por el hombro para intentar sostener una conversación a pesar de ella.
—Disculpa —dije al bajarme de la mesa—. Tengo que rescatar a David.
Takata lanzó una risita y yo rodeé el fuego sin prisas. Aunque no dejó de hablar con David, Kisten había clavado los ojos en mí y yo comencé a sentir cierto calor en el estomago.
—Erica —dije al acercarme a ellos—. Takata quiere tocarte una canción.
Takata se irguió de repente y me lanzó una mirada aterrada cuando la jovencita se puso a chillar. Tanto Kisten como David hundieron los hombros, aliviados, y Erica rodeó como un rayo la hoguera hacia el cantante.
—Gracias a Dios —susurró Kisten cuando me senté en el sitio que había dejado libre la hermana de Ivy—. Esa chica no se calla jamás.
Lancé un bufido, me acerqué un poco más a él y le rocé el muslo, insinuante. Mi vampiro me rodeó con un brazo, como yo quería, y me apretó contra él. Kisten exhaló con suavidad y me recorrió entera un escalofrío. Supe que lo sentía cuando me empezó a cosquillear la marca.
—Para ya —susurré, avergonzada, y él me apretó un poco más.
—No puedo evitarlo —dijo Kisten con una bocanada de aire—. ?Cuándo se va todo el mundo?
—Al amanecer —dije mientras dejaba la taza en el suelo—. La ausencia es al amor lo que el viento al aire, que apaga el peque?o y aviva el grande.
—No es mi corazón lo que se engrandece —me susurró sin aliento, con lo que me recorrió un segundo escalofrío—. Bueno —a?adió en voz alta, David empezaba a parecer un tanto incómodo—. Según me ha dicho Rachel, le has pedido que sea tu compa?era ausente, así tú tienes dos sueldos y ella puede disfrutar de una mejor tarifa en el seguro.
—Eh, sí… —tartamudeó David, que había bajado los ojos para que se los ocultara el sombrero—. En cuanto a eso…
Di un salto cuando la mano fría de Kisten se abrió camino bajo mi cazadora y me tocó la piel desnuda de la cintura.
—Me gusta —murmuró, y no estaba hablando del modo que tenían sus dedos de dibujar peque?os círculos para calentarme el estómago—. Muy creativo. Eres de los míos, tío.
David levantó la cabeza.
—Si me disculpáis —murmuró y levantó la mano a toda prisa para tocarse las gafas—. Todavía no he saludado a Ceri y Keasley.
Me eché a reír y Kisten me apretó un poco más.
—Eso, vaya, vaya, se?or de las grandes ideas —dijo Kisten.