—De acuerdo —dijo, parecía más seguro—. Eso puedo hacerlo.
—Gracias. —Era solo un susurro pero estaba segura de que me había oído por encima de los saludos que brotaron al verlo llegar.
Le quité a David el vino caliente y lo puse cerca del fuego. Howard parecía contento charlando con Keasley y Ceri y lanzándole miradas furtivas a Takata, que merodeaba por las sombras más seguras del roble.
—Acércate —le dije a David cuando Kisten intentó llamar su atención. La hermana de Ivy estaba parloteando sin descanso a su lado y él parecía exhaus— to—. Quiero que conozcas a Takata.
El aire nocturno era frío y despejado, tan seco que casi dolía y le sonreí a Ivy cuando la vi intentando explicarle a Ceri el arte de hacer un s'more[4]. La perpleja elfa no entendía cómo podía saber bien algo hecho con capas de chocolate colocadas entre un producto azucarado hecho de grano y un confite hilado. Palabras suyas. Yo estaba convencida de que cambiaría de opinión en cuanto probara uno.
Sentí los ojos de Kisten clavados en mí desde el otro lado de las llamas, que habían bajado un poco, y contuve un escalofrío. La luz intermitente jugaba con su rostro, más delgado pero no por ello menos atractivo tras su estancia en el hospital. Bajo las atenciones del vampiro vivo, mis sentimientos por Nick se habían reducido a un dolor suave. A Kist lo tenía allí, a Nick no. Lo cierto era que ya hacía meses que Nick no estaba allí. No había llamado ni enviado una tarjeta de solsticio, y no había dejado forma de que me pusiera en contacto con él, y lo había hecho de forma intencionada. Ya era hora de que siguiera adelante.
Takata cambió de postura encima de la mesa de picnic por si queríamos sentarnos. El concierto de esa noche había transcurrido sin contratiempos y dado que no había rastro de Lee, Ivy y yo lo habíamos visto entre bambalinas. Takata le había dedicado Lazos Rojos a nuestra firma y la mitad de la multitud había agitado mecheros a modo de homenaje porque pensaban que seguía muerta.
Yo solo bromeaba cuando lo había invitado a mi hoguera pero me alegraba de que hubiera aceptado. Parecía disfrutar del hecho de que nadie se dedicara a hacerle la pelota mientras él se sentaba muy tranquilo en segundo plano. Reconocí la mirada distante de su rostro arrugado, era la misma que tenía Ivy cuando planeaba uno de sus trabajos, y me pregunté si su siguiente álbum tendría una canción sobre chispas entre las ramas de un roble oscurecidas por la escarcha.
—Takata —dije cuando nos acercamos y él pareció volver en sí—. Me gustaría presentarte a David Hue. Es el investigador de seguros que me ayudó a llegar a Saladan.
—David —dijo Takata, y se quitó el guante antes de tenderle a David una mano larga y delgada—. Encantado de conocerte. Al parecer conseguiste escapar ileso del último trabajito de Rachel.
David sonrió con amabilidad sin ense?ar los dientes.
—Sí, eso parece. —Le soltó la mano y dio un paso atrás—. Aunque no lo tenía muy claro cuando aparecieron esas pistolas. —Fingió un escalofrío y cambió de postura para calentarse por delante—. Demasiado para mí —dijo en voz baja.
Me alegré de que no hubiera abierto unos ojos como platos ni tartamudeara, y de que no se hubiera puesto a chillar y pegar saltos como Erica hasta que Kisten la había cogido por el cuello de la cazadora y se la había llevado.
—?David! —exclamó Kisten cuando lo miré al pensar en él—. ?Puedo hablar contigo sobre mi barco? ?Cuánto crees que me costaría asegurarlo contigo?
A David se le escapó un gemido de dolor.
—El precio de trabajar en seguros —dijo en voz baja.
Alcé las cejas.
—Creo que solo quiere meter a alguien entre Erica y él. Esa chica no se calla ni debajo del agua.
David se puso en movimiento.
—No me dejarás solo mucho tiempo, ?verdad?
Esbocé una gran sonrisa.
—?Es esa una de mis responsabilidades como miembro de tu manada? —dije y Takata abrió mucho los ojos.
—De hecho, sí, así es. —Levantó una mano para saludar a Kisten y se acercó a él sin prisas, no sin detenerse antes un momento para empujar con la punta de la bota un tronco que se había escapado de las llamas. Howard se estaba riendo de él al otro lado del fuego, le brillaban los ojos verdes.
Miré y me encontré con que Takata había alzado unas gruesas cejas.
—?Miembro de su manada? —preguntó.
Asentí y me senté junto a él encima de la mesa de picnic.
—Solo por el seguro. —Dejé la sidra encima de la mesa, apoyé los codos en las rodillas y suspiré. Me encantaba el solsticio y no solo por la comida y las fiestas. Cincinnati apagaba todas las luces desde la medianoche hasta el amanecer y era la única noche del a?o que se podía ver el cielo nocturno como se suponía que tenía que ser. Cualquiera que robara durante el apagón lo pagaba muy caro, lo que reducía bastante los problemas.