Me lamí los labios, que se quedaron fríos bajo el viento gélido. A nuestro al rededor se oyeron los ruidos tímidos de las criaturas que se acercaban arrastrándose, reclamadas por mí al tocar las campanas de la ciudad y atraídas por la promesa de la oscuridad. El tintineo suave de una piedra me hizo darme la vuelta en redondo. Había algo allí dentro, con nosotros.
Lee sonrió, yo me sequé las manos en mi traje de chaqueta prestado y me erguí un poco más. Tenía razón al sentirse tan seguro de sí mismo (yo era una bruja terrenal sin amuletos que pretendía enfrentarse a un maestro de las líneas luminosas) pero no lo sabía todo. Al no lo sabía todo. Joder, ni siquiera yo lo sabía todo, pero sí que sabía algo que ellos desconocían. Y cuando ese horrible sol rojo se pusiera tras los edificios destrozados, no iba a ser yo la que fuera el familiar de Al.
Quería sobrevivir. En ese momento, me daba igual si estaba bien o no entregarle a Lee al demonio en mi lugar. Más tarde, cuando estuviese acurrucada con una taza de chocolate caliente y temblando al recordarlo, sería el momento de decidirlo. Pero para ganar, primero tenía que perder. Aquello iba a doler de verdad.
—Lee —dije; quería intentarlo una última vez—. ?Sácanos de aquí! —?Dios, por favor, que yo tenga razón!
—Pero qué cría eres —dijo mientras se tiraba del traje manchado de tierra—. Siempre gimoteando y esperando que alguien te rescate.
—?Lee! ?Espera! —grité cuando dio tres pasos y tiró una bola de bruma violeta.
Me hice a un lado. Me pasó rozando a la altura del pecho y chocó contra los restos de la fuente. Con un estrépito sordo, una parte de la fuente se agrietó y se derrumbó. Se alzó el polvo, rojo en el aire oscurecido.
Cuando me volví, Lee tenía mi tarjeta de visita en la mano, la que yo le había dado al gorila en su barco. Mierda, tenía un objeto focal.
—No lo hagas —dije—. No te va a gustar cómo termina.
Lee sacudió la cabeza, movió los labios y susurró ?Doleo?; lo dijo con claridad, la invocación vibró en el aire y, con mi tarjeta en la mano, hizo un gesto.
Me erguí con una sacudida y contuve un brusco gorgoteo antes de que saliera de mis labios. Un dolor que me retorció las tripas me hizo doblarme. Respiré a pesar de todo y me levanté con un tambaleo. No se me ocurrió nada para corresponder. Me adelanté, vacilando, para intentar liberarme del dolor. Si pudiera golpearlo, quizá parase el dolor. Si pudiera coger la tarjeta, no podría fijarme como objetivo sino que tendría que lanzar sus hechizos.
Choqué contra Lee, caímos los dos y las piedras se me clavaron por todo el cuerpo. Lee empezó a dar patadas y yo me aparté rodando mientras Al aplaudía casi sin ruido con las manos enguantadas de blanco. El dolor me nublaba la razón y me impedía pensar. Una ilusión, me dije. Era un hechizo de línea luminosa. Solo la magia terrenal podía infligir un dolor real. Es una ilusión, jadeé y alejé el hechizo de mí gracias a la pura fuerza de voluntad. No iba a sentirlo.
Tenía el hombro magullado y me palpitaba, me dolía más de lo que me dolía en realidad. Me aferré al dolor real y alejé la agonía fantasma. Encorvada, vi a Lee a través del pelo, que ya se había escapado por completo de aquel estúpido mo?o.
—Inflex —dijo Lee con una gran sonrisa, movió los dedos y terminó el hechizo. Me encogí, a la espera de que pasara algo, pero no pasó nada.
—?Uh, qué bien! —exclamó Al desde su roca—. De primera clase. ?Magnífico!
Zigzagueé un momento mientras luchaba contra las últimas sombras de dolor. Volvía a estar en la línea. Lo presentía. Si supiera cómo viajar por las líneas, podía terminar con aquello en ese mismo instante. Abracadabra, pensé. Alakazán. Mierda, hasta sería capaz de arrugar la nariz y moverla si pensara que con eso iba a funcionar. Pero no era el caso.
Crecieron los susurros a mi alrededor. Cada vez eran más atrevidos a medida que el sol amenazaba con ponerse. Cayó una roca detrás de mí y giré en redondo. Resbalé y caí con un grito. Me golpearon las náuseas cuando se me torció el tobillo. Me lo sujeté con un jadeo y sentí que me saltaban lágrimas de dolor.
—?Brillante! —aplaudió Al—. La mala suerte es extremadamente difícil de echar, pero quítale el hechizo. No quiero una patosa en mi cocina.
Lee hizo un gesto y sentí que se alzaba de mi pelo un breve torbellino que olía a ámbar quemado. Sentí un nudo en la garganta cuando se rompió el hechizo, me palpitaba el tobillo y las rocas frías me mordían. ?Me había maldecido con mala suerte? Hijo de puta…
Apreté la mandíbula y me apoyé en una roca para levantarme. Ya había derribado antes a Ivy con siempre jamás puro y no necesitaba un objeto focal para lanzárselo a él. Cada vez más enfadada, me erguí y busqué en mi memoria la forma de hacerlo. Hasta entonces siempre había sido algo instintivo. El miedo y la rabia ayudaban bastante; me levanté tambaleándome, cogí siempre jamás de mi chi y lo sostuve en las manos. Me quemaban pero aguanté mientras sacaba más energía de la línea hasta que tuve la sensación de que se me estaban carbonizando las manos extendidas. Furiosa, comprimí la energía pura que tenía en las manos hasta que alcanzó el tama?o de una pelota de béisbol.