Antes bruja que muerta

Abrió mucho los ojos y luego los dejó en blanco. Ahogué un chillido y me aparté rodando cuando la inercia lo inclinó hacia delante. Se oyó un porrazo húmedo cuando chocó contra el empedrado. La sangre se le coló por debajo de la mejilla. Se había roto algo.

 

—Siento que trabajes para un gilipollas como ese —dije sin aliento al levantarme, después me paré en seco. Me quedé sin expresión y se me resbaló el arma hasta quedarse colgada de un solo dedo. Estaba rodeada por ocho hombres, todos ellos a más de tres metros de distancia. Lee se encontraba tras ellos, con una aborrecible expresión satisfecha en la cara mientras se abrochaba el botón de la chaqueta. Hice una mueca e intenté recuperar el aliento. Ah, ya. Había roto el círculo. Mierda puta, ?cuántas veces iba a tener que arrestar a ese tío?

 

Jadeando y encorvados de dolor, vi a David y a Kisten inmóviles bajo tres armas en el garaje. Había ocho rodeándome. Había que sumar los cinco que yo acababa de derribar y Kisten había dejado ko a cuatro por lo menos. Y no podíamos olvidar a los tíos del principio, los de arriba. Ni siquiera sabía cuántos había dejado Ivy fuera de combate. Aquel brujo se había preparado para una pu?etera guerra.

 

Me erguí poco a poco. Podía manejar la situación.

 

—?Se?orita Morgan? —La voz de Lee sonaba extra?a entre la nieve derretida que caía del alero del tejado. El sol estaba detrás de la casa y me puse a temblar al dejar de moverme—. ?Le queda algo en esa pistolita?

 

La miré. Si había contado bien (y me parecía que sí) quedaban ocho hechizos allí dentro. Ocho hechizos que eran inútiles porque Lee podía desviarlos todos. E incluso si no los desviaba, no tenía muchas posibilidades de derribar a todos esos hombres sin que me abrasaran allí mismo. Si jugaba según las reglas…

 

—Voy a soltar la pistola —dije, y después, poco a poco, con mucho cuidado, abrí el depósito y dejé caer las bolas de hechizos azules antes de tirársela. Rebotaron siete esferas diminutas que rodaron por las ranuras del empedrado antes de detenerse. Siete visibles y una que me quedaba en la mano. Dios, tenía que funcionar. Pero que no me aten las manos. Tenía que tener las manos libres.

 

Levanté las manos, temblando, y me aparté un poco. Una bolita diminuta me bajó por la manga hasta convertirse en un punto frío en el codo. Lee hizo un gesto y los hombres que me rodeaban convergieron en un solo punto. Uno me sujetó por el hombro y me tuve que contener para no golpearlo. Tranquila, dócil. No hace falta que me ates.

 

Lee se me plantó delante.

 

—Pero qué chica tan estúpida —se burló mientras se tocaba la frente bajo el flequillo corto y moreno, donde se extendía un nuevo corte.

 

Apartó la mano, me obligué a no moverme y aguanté cuando me soltó un revés. Me erguí hecha una furia tras el impulso del bofetón. Los hombres que me rodeaban se echaron a reír pero yo ya estaba moviendo las manos en la espalda y la bolita del hechizo rodó hasta terminar en la palma de mi mano. Miré a Lee y después a las bolas de hechizo que habían quedado en el empedrado. Alguien se agachó para coger una.

 

—Te equivocas —le dije a Lee, me costaba respirar—. En realidad es ?qué bruja tan estúpida?.

 

La mirada de Lee siguió a la mía hasta las bolas de hechizos.

 

—Consimilis —dije mientras invocaba una línea.

 

—?Al suelo! —exclamó Lee, y empujó a los hombres que lo rodeaban para apartarlos.

 

—?Calefacio! —grité al tiempo que apartaba de un codazo al brujo que me sujetaba y rodaba por el suelo. Mi círculo apareció de repente a mi alrededor con un pensamiento rápido. Se oyó un estallido seco y agudo y unos cuantos trozos de metralla de color azul salpicaron el exterior de mi burbuja. Las bolas de plástico habían estallado con el calor y lo habían cubierto todo de una poción del sue?o muy caliente. Me había tapado con los brazos y miré entre ellos. Había caído todo el mundo salvo Lee, que había puesto hombres suficientes entre él y la poción voladora. En el garaje, Ivy se alzaba jadeando sobre los tres últimos vampiros. Los habíamos derribado a todos, el único que quedaba era Lee. Y Lee era mío.

 

Esbocé una sonrisa, me levanté, rompí el círculo y recuperé la energía de mi chi.

 

—Solo quedamos tú y yo, surfero —dije mientras tiraba la bola de hechizo que había usado como punto focal y la volvía a coger—. ?Te apetece jugar a los dados?

 

El rostro redondo de Lee se quedó muy quieto. Se mantenía inmóvil y después, sin un solo indicio de movimiento, invocó una línea.

 

—Hijo de puta —maldije mientras me lanzaba. Choqué contra él y lo derribé contra el empedrado. Lee apretó los dientes y me sujetó la mu?eca, me la apretó hasta que se me cayó la bola de hechizo.

 

—?Te vas a callar! —grité encima de él y le clavé el brazo en la garganta para que no pudiera hablar. Lee se defendió y levantó la mano para abofetearme.