Me puse de mejor humor todavía cuando se oyó la voz de Kisten por el altavoz junto con los aullidos de lo que parecía una pelea de gatos.
—Candice está liada ahora mismo, tío. —Reconocí el sonido del ataque de Ivy y Kisten hizo un ruido de conmiseración—. Lo siento, cielo. No deberías haberte ido por el mal camino. Oh, eso ha tenido que doler. —Después volvió con nosotros, con su falso acento más marcado y divertido que nunca—. ?Quizá yo pueda ayudarte en algo?
Lee desconectó el intercomunicador. Se colocó bien la chaqueta y me miró. Parecía seguro de sí mismo. Mala se?al.
—Lee —dije—, podemos hacerlo por las buenas o por las malas.
Se oyó un sonido de pasos secos en el pasillo y me eché hacia atrás, hacia David, cuando entraron en tromba cinco hombres. Ivy no estaba con ellos. Y mis amuletos tampoco. Pero sí que tenían un montón de armas y encima nos apuntaban todas a nosotros. Mierda.
Lee sonrió y salió de detrás del escritorio.
—Yo voto por hacerlo por las buenas —dijo con una sonrisa tan engreída que me apeteció abofetearlo.
Chad empezaba a moverse y Lee le dio un empujón en las costillas.
—Levántate —dijo—. El hombre lobo tiene un papel en la chaqueta. Cógelo.
Con el estómago revuelto, me eché hacia atrás cuando Chad se levantó tambaleándose y con la sangre chorreándole por el traje barato.
—Dáselo, anda —le advertí a David cuando se puso tenso—. Ya lo recuperaré.
—No, no creo —dijo Lee cuando David se lo dio a Chad y el vampiro le pasó el papel manchado de sangre a Lee. Este se apartó el pelo de los ojos con una sonrisa reluciente—. Siento mucho lo de tu accidente.
Miré a David y presentí una muerte inminente, la nuestra, en aquellas palabras.
Lee limpió la sangre del papel en la chaqueta de Chad, lo dobló dos veces y se lo metió en un bolsillo de la americana.
—Pegadles un tiro —dijo con tono despreocupado mientras se dirigía a la puerta—. Sacad las balas y luego tiradlos bajo el hielo, río abajo, a cierta distancia del muelle. Limpiad la habitación después. Yo voy a salir, quiero cenar temprano. Volveré en unas dos horas. Chad, ven conmigo. Tenemos que hablar.
Se me aceleró el corazón y olí la tensión creciente de David. Estaba abriendo y cerrando las manos como si le dolieran. Quizá fuera eso. Jadeé cuando oí los seguros de las pistolas.
—?Rhombus! —grité y mi palabra se perdió entre el estruendo de las armas que se descargaban.
Me tambaleé al invocar la línea más cercana con el pensamiento. Era la de la universidad y era enorme. Olí la pólvora. Me erguí y me palpé con frenesí. No me dolía nada salvo los oídos. David estaba pálido pero no había dolor en sus ojos. Un brillo trémulo de siempre jamás, fino como una molécula, resplandecía a nuestro alrededor. Los cuatro hombres agachados empezaban a erguirse ellos también. Yo había levantado el círculo justo a tiempo y las balas habían rebotado contra ellos.
—?Y ahora qué hacemos? —preguntó uno.
—?Y yo qué co?o sé? —dijo el más alto.
Abajo, en el vestíbulo, se oyó gritar a Lee.
—Pues arréglalo.
—?Tú! —dijo la voz apagada y exigente de Ivy—. ?Dónde está Rachel?
?Ivy! Frenética, miré el círculo que había hecho. Era una trampa.
—?Puedes encargarte tú de dos? —pregunté.
—Dame cinco minutos para convertirme en lobo y puedo encargarme de todos —dijo David prácticamente con un gru?ido.
El ruido de pelea se coló hasta nosotros. Daba la sensación de que había una docena de personas allí abajo, y una vampiresa muy cabreada. Uno de los hombres miró a los otros y salió corriendo. Quedaban tres. El estallido de un arma abajo me hizo erguirme.
—No tenemos cinco minutos. ?Listo?
Asintió.
Rompí el vínculo con la línea con una mueca y el círculo cayó.
—?Adelante! —exclamé.
David se convirtió en una sombra borrosa a mi lado. Yo me fui a por el más peque?o y le tiré el arma a un lado con un pie cuando intentó dar marcha atrás. Era mi entrenamiento contra su magia, muy lenta, por cierto. Ganó mi entrenamiento, claro. El arma se deslizó por el suelo y el tipo se lanzó a por ella. Idiota. Lo seguí al suelo y le di un codazo en los rí?ones. El tipo jadeó y se dio la vuelta para mirarme, muy lejos todavía del arma. Dios, qué joven parecía.
Apreté los dientes, le cogí la cabeza y la estrellé contra el suelo. Cerró los ojos y se quedó inerte. Sí, ya sé, no fue muy elegante pero es que tenía un poco de prisa.
El estallido de un arma al dispararse me hizo darme la vuelta.
—?Estoy bien! —gru?ó David, que se levantó con la rapidez de un lobo y le clavó un pu?o peque?o y poderoso en la cara al último brujo que quedaba de pie. Con los ojos en blanco, el brujo dejó caer la pistola de unos dedos inmóviles y cayó encima del primer hombre que había derribado David. ?Joder, qué rápido era!
Tenía el corazón acelerado y me zumbaban los oídos. Los habíamos derribado a todos y solo se había disparado un tiro.