—Por aquí, por favor.
Con una rapidez que parecía nacida de la irritación, David cerró su maletín con un chasquido seco y lo levantó de la mesa. Yo hice lo mismo, aliviada cuando los dos vampiros desaparecieron en la habitación del fondo tras el olor a café. Candice subió las escaleras con paso lento y moviendo las caderas como si estuvieran a punto de salir girando de su cuerpo. Intenté no hacerle mucho caso y la seguí.
La casa era vieja y cuando se le podía echar un buen vistazo, se notaba que no estaba bien mantenida. Arriba, la moqueta estaba raleando y los cuadros que colgaban en el pasillo abierto que se asomaba al vestíbulo eran tan antiguos que seguramente venían ya con la casa. La pintura que había encima del revestimiento de la pared era de ese verde asqueroso tan popular antes de la Revelación y tenía un aspecto repulsivo. Alguien con muy poca imaginación la había utilizado para cubrir las tablas del suelo, de veinte centímetros de grosor y talladas con enredaderas y colibríes, y yo le dediqué un pensamiento apenado a la belleza majestuosa oculta tras una pintura horrible y unas cuantas fibras sintéticas.
—El se?or Saladan —dijo Candice a modo de explicación cuando abrió una puerta barnizada de negro. Esbozaba una sonrisa maliciosa y yo seguí a David al interior sin levantar los ojos cuando pasé a su lado. Contuve el aliento y recé para que no se diera cuenta de que era yo, con la esperanza de que no entrara. Pero ?para qué iba a entrar? Lee era todo un experto en magia de líneas luminosas. No necesitaba ningún tipo de protección contra un hombre y una mujer lobo.
Era una oficina de buen tama?o decorada con paneles de roble. Los techos altos y los marcos gruesos que rodeaban el alto bloque de ventanas eran la única prueba de que en un principio aquella habitación había sido un dormitorio, antes de convertirse en despacho. Todo lo demás se había cubierto y disimulado con cromados y roble de tonos claros que solo tenía unos cuantos a?os de antigüedad. Es que soy bruja, noto esas cosas.
Las ventanas que había detrás del escritorio llegaban al suelo y el sol bajo entraba a raudales y ba?aba a Lee, que en ese momento se levantaba de su sillón. Había un carrito de bebidas en una esquina y un centro de entretenimiento ocupaba la mayor parte de la pared contraria. Delante de la mesa del despacho había colocados dos cómodos sillones y habían dejado otro más feo en la otra esquina. Había un enorme espejo en la pared y ni un solo libro. El bajo concepto que yo ya tenía de Lee terminó de caer por los suelos.
—Se?or Hue —dijo Lee con calidez cuando tendió la mano bronceada sobre la moderna mesa de su despacho. Tenía la americana del traje colgada en un perchero cercano, pero al menos se había hecho el nudo de la corbata—. Lo estaba esperando. Siento el malentendido de abajo. Candice puede mostrarse muy protectora a veces. Supongo que lo entiende, al parecer no hacen más que explotar barcos a mi alrededor.
David lanzó una risita que lo hizo parecerse un poco a un perro.
—No hay problema, se?or Saladan. No le robaré mucho tiempo. Es solo una visita de cortesía para hacerle saber que se está procesando su reclamación.
Lee se sentó con una sonrisa mientras se sujetaba la corbata y nos invitó con un gesto a que hiciéramos lo mismo.
—?Les apetece algo de beber? —preguntó mientras yo me acomodaba en el magnífico sillón de cuero y dejaba el maletín en el suelo.
—No, gracias —dijo David.
Lee no me había echado más que una mirada superficial, ni siquiera me había tendido la mano. El ambiente, más propio de un club de caballeros, era tan denso que se podría haber masticado y si bien en circunstancias normales yo habría impuesto mi presencia con todo el encanto posible, en esa ocasión preferí apretar los dientes y fingir que no existía siquiera, como una zorrita buena, el último mono de la compa?ía.
Mientras Lee le a?adía hielo a su bebida, David se puso otro par de gafas y abrió el maletín en el regazo. Había apretado la mandíbula bien afeitada y pude oler la tensión que mantenía a raya y que comenzaba a crecer.
—Bueno —dijo en voz baja mientras sacaba una resma de papeles—. Lamento informarle que, tras una primera inspección inicial y las entrevistas preliminares que hemos hecho con un superviviente, mi compa?ía ha declinado compensarle.
Lee dejó caer otro cubito de hielo en su copa.
—?Disculpe? —Giró en redondo sobre un tacón reluciente—. Su superviviente —dijo recalcando la palabra— se juega demasiado como para presentarse con una información que desmienta la teoría del accidente. ?Y en cuanto a su inspección? El barco está en el fondo del río Ohio.
David asintió con la cabeza.
—Así es. Pero resulta que el barco se destruyó durante una lucha de poder por el control de la ciudad, y por tanto su destrucción puede remitirse a la cláusula sobre terrorismo.