Antes bruja que muerta

El hombre lobo no dijo nada. Apreté la mandíbula y me dije que podía pensar lo que le diera la gana. Yo no tenía por qué vivir de acuerdo con sus principios. Había mucha gente a la que no le hacía gracia. Había mucha gente a la que le importaba un bledo. Con quién me acostara no debería tener nada que ver con nuestra relación profesional.

 

Cada vez de peor humor, me metí en el coche y cerré la puerta antes de que pudiera hacerlo él. Me abroché el cinturón con un chasquido, él se deslizó detrás del volante y arrancó su cochecito gris. No dije ni una sola palabra mientras salía a la carretera y se dirigía al puente. La colonia de David empezó a empalagarme y abrí un poco la ventanilla.

 

—?No te importa entrar allí sin tus amuletos? —preguntó David.

 

En su tono no había rastro del asco que yo había esperado y decidí aferrarme a eso.

 

—No es la primera vez que voy sin amuletos —dije. Y confío en que Ivy me los traiga.

 

No movió la cabeza pero se le entrecerraron un poco los ojos.

 

—Mi antiguo compa?ero no salía jamás sin sus amuletos. Yo me reía de él cuando entrábamos en algún sitio y él tenía tres o cuatro colgándole del cuello. ?David? decía, ?este es para ver si mienten. Este es para saber si están disfrazados. Y este es para que me diga si andan por ahí con un montón de energía alrededor del chi y están listos para mandarnos a todos al infierno de un bombazo?.

 

Lo miré y me ablandé un poco.

 

—A ti no te importa trabajar con brujas.

 

—No. —Quitó la mano del volante cuando traqueteamos por encima de una vía del tren—. Sus hechizos me ahorraron un montón de problemas. Pero no sabes el tiempo que perdía revolviendo en busca del hechizo adecuado cuando un buen derechazo habría solucionado las cosas más rápido.

 

Cruzamos el río y entramos en Cincinnati en sí, los edificios arrojaban sombras que caían sobre mí cruzándose y parpadeando. David tenía prejuicios solo cuando entraba en juego el sexo. Cosa que no me importaba demasiado.

 

—No voy a entrar indefensa por completo —dije, empezaba a animarme un poco—. Puedo hacer un círculo protector a mi alrededor si no me queda más remedio. Pero en realidad soy una bruja terrenal, lo que podría poner las cosas difíciles porque es más difícil detener a alguien si no se puede hacer la misma magia. —Hice una mueca que mi compa?ero no vio—. Claro que es imposible que yo pueda vencer a Saladan con la magia de las líneas luminosas así que menos mal que no voy a intentarlo siquiera. Lo cogeré con mis amuletos terrenales o con una patada en las tripas.

 

David detuvo el coche sin brusquedad en un semáforo en rojo y se volvió hacia mí con los primeros signos de interés en la cara.

 

—He oído que derribaste a tres asesinos de líneas luminosas.

 

—Ah, eso —dije, más animada—. Tuve cierta ayuda. Estaba allí la AFI.

 

—Y derribaste a Piscary tú sola.

 

El semáforo cambió y agradecí que no se le echara encima al coche que teníamos delante y que esperara hasta que se movió.

 

—Me ayudó el jefe de seguridad de Trent —admití.

 

—él lo distrajo —dijo David en voz baja—. Tú fuiste la que le diste porrazos hasta dejarlo inconsciente.

 

Junté bien las rodillas y me di la vuelta para mirarlo a la cara.

 

—?Cómo lo sabes?

 

La mandíbula pesada de David se tensó y después se relajó pero no apartó los ojos de la calle.

 

—Hablé con Jenks esta ma?ana.

 

—?Qué! —exclamé y estuve a punto de dar con la cabeza en el techo—. ?Está bien? ?Qué te dijo? ?Le dijiste lo mucho que lo sentía? ?Está dispuesto a hablar conmigo si lo llamo?

 

David me miró de soslayo mientras yo contenía el aliento. Sin decir nada, giró con cuidado para meterse en la alameda.

 

—No a todo. Está muy disgustado.

 

Me arrellané en el asiento, aturdida y preocupada.

 

—Tienes que darle las gracias si te vuelve a hablar alguna vez —dijo David con tono tenso—. Te adora, que es por lo que no me volví atrás en nuestro acuerdo de meterte conmigo para que vieras a Saladan.

 

Se me revolvieron las tripas.

 

—?A qué te refieres?

 

David dudó un momento mientras adelantaba a un coche.

 

—Está ofendido porque no confiaste en él pero en ningún momento dijo nada malo de ti. Hasta te defendió cuando te llamé caprichosa y cabeza de chorlito.

 

Se me hizo un nudo en la garganta y me quedé mirando por la ventanilla del lado del pasajero. Pero qué imbécil era, yo, claro.

 

—Es de la absurda opinión de que se merecía que le mintieras, que no se lo dijiste porque tenías la sensación de que no sería capaz de mantener la boca cerrada y que seguramente tenías razón. Se fue porque creyó que te había decepcionado, no al revés. Le dije que eras imbécil y que, conmigo, cualquier socio que me mintiera, terminaría con la garganta rebanada. —David lanzó un resoplido de desdén—. Me echó a patadas. Un tipejo de diez centímetros de altura me echó a patadas. Me dijo que si no te ayudaba como había dicho que haría, iría a buscarme en cuanto mejorara el tiempo y me haría una lobotomía mientras dormía.