Lee se sentó tras su escritorio con un gru?ido de incredulidad.
—Ese barco está recién salido de los astilleros. Solo he hecho dos pagos sobre él. No pienso cubrir esa pérdida, para eso lo aseguré.
David puso un fajo de papeles grapados en la mesa. Miró por encima de las gafas y sacó un segundo papel, cerró el maletín y lo firmó.
—Le hacemos saber también que las primas por las otras propiedades que ha asegurado con nosotros se incrementarán en un quince por ciento. Firme, aquí por favor.
—?Quince por ciento! —exclamó Lee.
—Con efecto retroactivo al uno de este mes. Si tiene la bondad de hacerme un cheque, puedo aceptar el pago ya.
Mierda, pensé. La compa?ía de David no se andaba con chiquitas. Me acordé entonces de Ivy. Aquello empezaba a ponerse negro a toda prisa. ?Dónde estaba la llamada de Ivy? A esas alturas ya tenían que haber llegado.
Lee no estaba muy contento. Apretó la mandíbula, entrelazó los dedos y los apoyó en el escritorio. Tenía la cara roja tras el flequillo negro y se inclinó hacia delante.
—Vas a tener que mirar ese maletín, cachorrito, porque ahí dentro tiene que haber un cheque para mí —dijo, su acento de Berkeley cada vez se acentuaba más—. No estoy acostumbrado a que me decepcionen.
David cerró el maletín de golpe y lo dejó con suavidad en el suelo.
—Va a tener que ampliar sus horizontes, se?or Saladan. A mí me pasa todo el tiempo.
—A mí no. —Lee se levantó con una expresión colérica en el rostro redondo. Aumentó la tensión y yo le eché un vistazo a Lee y después a David, que parecía lleno de confianza incluso sentado. Ninguno de los dos se iba a echar atrás.
—Firme el papel, se?or —dijo David en voz baja—. Yo solo soy el mensajero. No meta a los abogados en esto. Porque ellos son los únicos que terminan haciendo dinero y a usted luego no lo asegura nadie.
Lee tomó a toda prisa una bocanada de aire con los ojos oscuros crispados de rabia.
Me sobresalté ante el repentino timbrazo de mi teléfono. Abrí mucho los ojos. El tema que sonaba era el de El Llanero Solitario. Me revolví para apagarlo pero no sabía cómo. Que Dios me ayude.
—?Grace! —ladró David y me volví a sobresaltar. El teléfono se me deslizó entre los dedos y lo manoseé con la cara ardiendo. Me debatía entre el pánico de que me estuvieran mirando los dos y el alivio al ver que Ivy ya estaba lista.
—?Grace, te dije que apagaras ese teléfono cuando estábamos en la entrada! —chilló David.
Se levantó y yo lo miré, impotente. Me quitó el teléfono de un manotazo, cortó la música y me lo volvió a tirar.
Apreté la mandíbula cuando me golpeó la palma de la mano con un chasquido agudo. Ya estaba harta. Al ver mi cólera ciega, David se colocó entre Lee y yo y me cogió por el hombro para advertirme. Cabreada, le aparté el brazo pero contuve el enfado cuando me sonrió y me gui?ó un ojo.
—Eres un buen operativo —dijo en voz baja mientras Lee apretaba un botón del intercomunicador y tenía una conversación en voz muy baja con lo que parecía una Candice muy disgustada—. La mayor parte de la gente con la que trabajo se me habría tirado a la garganta en la puerta principal solo por ese comentario de la zorra subordinada. Aguanta un poco más. Podemos sacar unos cuantos minutos de esta conversación y todavía necesito que me firme el impreso.
Asentí, aunque no fue nada fácil. Y el cumplido ayudó bastante.
Todavía de pie, Lee estiró el brazo para coger la chaqueta y se la puso.
—Lo siento, se?or Hue. Tendremos que continuar con esto en otro momento.
—No, se?or. —David se levantó sin inmutarse—. Vamos a terminar con esto ahora.
Se oyó una conmoción en el pasillo y me levanté cuando Chad, el vampiro del amuleto, entró con un tropezón. Al vernos a David y a mí, se tragó sus primeras y seguramente frenéticas palabras.
—Chad —dijo Lee con una levísima irritación en la expresión al notar la apariencia desali?ada del vampiro—. ?Quieres acompa?ar al se?or Hue y a su ayudante a su coche?
—Sí, se?or.
La casa estaba en silencio y yo contuve una sonrisa. Ivy había acabado una vez con todo un piso de agentes de la AFI. A menos que Lee tuviera un montón de gente escondida, yo no tardaría mucho tiempo en tener mis amuletos y Lee las esposas puestas.
David no se movió. Permaneció delante del escritorio de Lee, su porte de hombre lobo cada vez era más acentuado.
—Se?or Saladan. —Empujó el formulario con dos dedos—. ?Si tiene la bondad?
En las mejillas redondas de Lee aparecieron unas manchas rojas. Cogió un bolígrafo de un bolsillo interior de la chaqueta y firmó el papel con letras grandes e ilegibles.