—Has acabado tú solo con esos dos —dije, entusiasmada con el esfuerzo conjunto—. ?Gracias!
A David le costaba respirar, se limpió el labio y se agachó para recoger el maletín.
—Necesito ese papel.
Pasamos por encima de los brujos desmayados y David salió antes que yo. Se detuvo y entrecerró los ojos para mirar al hombre que apuntaba a Ivy desde la balconada. Levantó el maletín y lo hizo girar con un gru?ido. El trasto aporreó la cabeza del brujo. El tipo se dio la vuelta tambaleándose. Yo giré sobre un pie y estrellé el otro contra el plexo solar del tipo. Agitó los brazos mientras caía contra la barandilla.
No me detuve a ver si estaba fuera de combate o no. Dejé a David peleándose por el arma y bajé corriendo las escaleras. Ivy estaba repeliendo a Candice. Mi bolsa de amuletos estaba a los pies de Ivy. Había tres cuerpos tirados en el suelo de baldosas. El pobre Chad no tenía un buen día.
—?Ivy! —la llamé cuando lanzó a Candice contra la pared y tuvo un momento—. ?Dónde está Lee?
Tenía los ojos negros y ense?aba los dientes. Con un grito agudo de indignación, Candice se fue a por ella. Ivy saltó hacia la ara?a de luces, aporreó a Candice con el pie en la mandíbula y derribó a la vampiresa. Se oyó un crujido en el techo.
—?Cuidado! —grité desde el último escalón cuando Ivy se balanceó para aterrizar con una elegancia irreal y la ara?a de luces se derrumbó. Se rompió en mil pedazos que mandaron vidrio y cristal roto por todas partes.
—?Por la cocina! —jadeó Ivy, que se había agachado—. Está en el garaje. Con Kisten.
Candice me miró con una expresión de odio puro en los ojos negros. Le chorreaba sangre por la boca y se la lamió. Posó la mirada en la bolsa de lona llena de amuletos. Se tensó para correr a por ella pero Ivy dio un salto.
—?Vete! —gritó Ivy mientras luchaba con la vampiresa más peque?a.
Y fui. Rodeé corriendo los restos de la ara?a de luces, con el corazón desbocado, y al pasar recogí mis amuletos. Detrás de mí oí un grito de terror y dolor. Me detuve en seco. Ivy tenía a Candice sujeta contra la pared. Me quedé helada. No era la primera vez que lo veía. Por Dios, si hasta lo había vivido.
Candice se revolvió y luchó con un nuevo frenesí en sus movimientos para intentar liberarse pero Ivy la sujetó con fuerza y la inmovilizó, era como si la sujetara una viga de acero. La fuerza de Piscary la hacía imparable y el miedo de Candice alimentaba su sed de sangre. Se oyó un tiroteo en el garaje que aún no alcanzaba a ver. Aparté los ojos de las dos vampiresas, asustada. Ivy se había transformado por completo en vampiresa. De forma total y absoluta. Se había perdido en el momento.
Atravesé corriendo la cocina vacía hasta la puerta del garaje, tenía la boca seca. Candice volvió a gritar, el sonido aterrorizado terminó en un gorgoteo. No era eso lo que yo había planeado. En absoluto.
Giré en redondo al oír el sonido de unos pasos detrás de mí pero era David. Estaba pálido y no frenó ni un segundo al acercarse a mí. Tenía un arma en la mano.
—?Está…? —pregunté, me temblaba la voz.
Me posó la mano en el hombro y me puso en movimiento con un peque?o empujón. Las arrugas le marcaban la cara y parecía más viejo.
—Vete, venga —dijo con voz, ronca—. Ella te cubre.
En el garaje, el sonido de las voces de los hombres se alzó y después cayó. Se oyó un breve tiroteo. Agachada junto a la puerta, revolví en mi bolsa de lona. Me puse un montón de amuletos alrededor del cuello y me metí las esposas en la cintura de la falda. La pistola de hechizos me pesaba en la mano, catorce peque?ines en fila en el depósito, listos para dormir a quien fuera y propulsor suficiente para dispararlos a todos.
David se asomó a la puerta y luego se volvió a agachar.
—Hay cinco hombres con Saladan detrás de un coche negro, al otro lado del garaje. Creo que están intentando arrancarlo. Tu novio está tras la esquina. Podemos alcanzarlo con una carrera rápida. —Me miró mientras yo hurgaba entre mis amuletos—. ?Por Dios bendito! ?Para qué es todo eso?
?Mi novio? pensé mientras me deslizaba hasta la puerta arrastrando los amuletos. Bueno, me había acostado con él.
—Uno es para el dolor —susurré—. Otro para ralentizar las hemorragias. Otro para detectar hechizos negros antes de toparme con ellos y otro…
Me interrumpí cuando arrancó el coche. Mierda, co?o.
—Siento haber preguntado —murmuró David muy cerca de mí.