—Fue conmigo con quien habló —dijo la bien torneada vampiresa con un suspiro molesto—. Pero después de los últimos y desagradables acontecimientos, el se?or Saladan se ha retirado a un entorno… menos público. No está aquí ni mucho menos atiende supuestos compromisos. —Sonrió para ense?ar los dientes con una amenaza políticamente correcta y le devolvió a David la tarjeta—. Pero para mí será un placer hablar con usted.
Se me desbocó el corazón y me quedé mirando las baldosas italianas. Lee estaba en casa (casi se podía oír el tintineo de las fichas de juego) pero si no podía entrar a verlo, las cosas se iban a poner mucho más difíciles.
David la miró y la piel que tenía alrededor de los ojos se le tensó. Después recogió el maletín del suelo.
—Muy bien —dijo con aspereza—. Si no puedo hablar con el se?or Saladan, a mi compa?ía no le queda más recurso que asumir que son correctas nuestras suposiciones sobre una posible actividad terrorista y tendremos que denegar el pago de la póliza. Que pase un buen día, se?ora. —Apenas me miró antes de dirigirse a mí—. Venga, Grace. Nos vamos.
Contuve el aliento y sentí que me empezaba a poner pálida. Si salíamos de allí, Kisten e Ivy terminarían metidos en una trampa. Los pasos de David resonaron en el silencio cuando se dirigió a la puerta y yo eché a andar tras él.
—Candice —dijo la voz indignada y meliflua de Lee desde la balconada del segundo piso, encima de la majestuosa escalera—. ?Qué estás haciendo?
Giré en redondo y David me cogió del hombro para advertirme. Lee se encontraba junto al rellano superior, con una copa en una mano y una carpeta y un par de gafas de montura metálica en la otra. Vestía lo que parecía un traje sin la americana, con la corbata sin anudar alrededor del cuello pero con aspecto pulcro de todos modos.
—Stanley, cielo —ronroneó Candice, que se apoyó con gesto provocativo en una mesa peque?a que había junto a la puerta—. Dijiste que no ibas a ver a nadie. Además, no es más que un barco. ?Cuánto podría valer?
Los ojos oscuros de Lee se crisparon cuando frunció el ce?o.
—Casi un cuarto de millón de dólares, querida. Son agentes de seguros, no operativos de la SI. Comprueba si llevan hechizos y acompá?alos arriba. Se les exige por ley que mantengan la más estricta confidencialidad, incluyendo el hecho de haber estado aquí. —Miró a David y se apartó el flequillo de surfero de un manotazo—. ?Me equivoco?
David levantó la cabeza y le sonrió con esa expresión de ?los tíos tenemos que ayudarnos entre nosotros? que yo tanto odiaba.
—No, se?or —dijo, su voz resonaba en el blanco puro del vestíbulo abierto—. No podríamos hacer nuestro trabajo sin esa peque?a enmienda de la constitución.
Lee levantó la mano para dar su permiso, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo abierto. Se abrió una puerta con un crujido y yo me sobresalté cuando Candice me cogió el maletín. La adrenalina me hizo erguirme y lo atraje hacia mí.
—Relájate, Grace —dijo David con tono condescendiente mientras me lo quitaba y se lo daba a Candice—. Que esto es pura rutina.
Los dos vampiros del fondo se adelantaron y tuve que obligarme a quedarme quieta.
—Tendrán que perdonar a mi ayudante —dijo David mientras ponía nuestros maletines en la mesa que había junto a la puerta, abría primero el suyo y lo hacía girar y luego el mío—. Es un infierno cuando toca adiestrar a un ayudante nuevo.
La expresión de Candice se hizo burlona.
—?Fuiste tú el que le puso el ojo morado?
Me sonrojé, levanté la mano para tocarme el pómulo y bajé los ojos para posarlos en mis horribles zapatos. Al parecer, el maquillaje oscuro no funcionaba tan bien como yo había pensado.
—Hay que saber mantener a las zorras a raya —dijo David con ligereza—. Pero si sabes cómo arrearles, solo tienes que hacerlo una vez.
Apreté la mandíbula y me encendí cuando Candice se echó a reír. Observé con la frente baja al vampiro que manoseaba mi maletín. El trasto estaba lleno de cosas que solo llevaría un tasador de seguros: una calculadora con más botoncitos que las botas de vestir de un duende irlandés, libretas, carpetas manchadas de café, calendarios peque?os e inútiles que podías pegar en la nevera y bolígrafos con caritas sonrientes. Había recibos de sitios como tiendas de bocadillos y papelerías. Dios, era horrible. Candice le echó un vistazo a mis tarjetas de visita falsas con un interés distraído.
Mientras el maletín de David sufría un escrutinio parecido, Candice se metió sin prisas en una habitación trasera. Volvió con unas gafas con montura metálica y después hizo alarde de mirar por ellas. El corazón me empezó a palpitar muy deprisa cuando sacó un amuleto. Estaba brillando con un tono rojo intenso.
—Chad, cielo —murmuró la vampiresa—. échate hacia atrás. Tu hechizo está interfiriendo.
Uno de los vampiros se puso colorado y se apartó. Me pregunté qué clase de amuleto tendría ?Chad, cielo? para que se le pusieran las orejas de ese color concreto. Se me cortó la respiración cuando el amuleto se puso de color verde y me alegré de haber entrado con un disfraz mundano. A mi lado, David crispó los dedos.
—?Podemos ir un poco más deprisa? —dijo—. Tengo que ver a más gente.
Candice sonrió e hizo girar el amuleto que llevaba en el dedo.