Antes bruja que muerta

—Y yo creo que tú deberías cerrar esa bocaza.

 

Las dos nos sobresaltamos al oír el suave golpecito en el arco que llevaba al pasillo. Era la se?ora Aver; qué vergüenza, ninguna de las dos la habíamos oído salir del ba?o. Llevaba puesto mi albornoz y su ropa en un brazo.

 

—Aquí tiene, cielo —dijo cuando me pasó su traje gris.

 

—Gracias. —Dejé el café en la encimera y lo cogí.

 

—Si no le importa, déjelo luego en la tintorería Desgaste Lobuno. Se les da fenomenal quitar manchas de sangre y arreglar peque?os desgarrones. ?Sabe dónde está?

 

Miré a aquella mujer con aspecto de matrona que tenía delante, vestida con mi albornoz azul de rizo y el largo cabello casta?o suelto alrededor de los hombros. Parecía ser de la misma talla que yo, aunque con un poco más de cadera. Yo llevaba el cabello un poco más oscuro pero se parecía lo suficiente.

 

—Claro —dije.

 

La secretaria de David me sonrió. Ivy había vuelto con sus mapas y no nos hacía ningún caso mientras movía el pie en silencio.

 

—Estupendo —dijo la mujer lobo—. Voy a transformarme y a decirle adiós a David antes de irme a cuatro patas. —Me lanzó una amplia sonrisa llena de dien tes, salió sin prisas al pasillo y dudó un instante—. ?Dónde tienen la puerta de atrás?

 

Ivy se levantó con un ruidoso chirrido de la silla.

 

—Está rota. Ya se la abro yo.

 

—Gracias —dijo la se?ora con la misma sonrisa cortés. Se fueron y yo me llevé despacio la ropa de la mujer a la nariz. Conservaba la temperatura tibia de su cuerpo y un leve aroma a almizcle mezclado con un olor ligero a pradera. Hice una mueca de disgusto ante la idea de ponerme la ropa de otra persona pero la cuestión era oler a mujer lobo. Y no era como si me hubiera traído unos harapos para que me los pusiera. Aquel traje de lana forrada debía de haberle costado una peque?a fortuna.

 

Volví a mi habitación con pasos lentos y medidos. La guía para salir con un vampiro seguía en mi tocador y la miré con una mezcla de depresión y sensación de culpabilidad. ?En qué estaba pensando, cómo se me ocurría querer leerla otra vez con la idea de volver loco a Kisten? Abatida, la lancé al fondo del armario. Que Dios me ayudara, era una auténtica idiota.

 

Me quité los vaqueros y el jersey, resignada. No tardó en romper el silencio el tamborileo de unas u?as en el pasillo y cuando me puse las medias, se oyó el gemido de unos clavos que se arrancaban de la madera. La puerta nueva no llegaría hasta el día siguiente y la buena se?ora no podía salir por una ventana.

 

Empezaba a no sentirme muy segura de todo aquello, pero tampoco sabía muy bien por qué. No era como si tuviera que entrar sin amuletos, pensé mientras me ponía la falda gris y remetía la blusa blanca por dentro. Ivy y Kisten me iban a llevar todo lo que necesitaba. La bolsa de lona ya estaba hecha y esperando en la cocina. Y no era porque me fuera a enfrentar a alguien al que se le daba mejor la magia de líneas luminosas. Eso era el pan nuestro de cada día.

 

Me puse la chaqueta con un encogimiento de hombros y guardé la orden de arresto de Lee en un bolsillo interior. Metí los pies en los tacones bajos que había sacado del fondo del armario y me quedé mirando mi reflejo. Mejor, pero seguía siendo yo así que estiré el brazo para coger las lentillas que David me había mandado por mensajero un rato antes.

 

Mientras parpadeaba y colocaba en su sitio los finos trochos de plástico marrón, decidí que la inquietud se debía a que David no confiaba en mí. No confiaba en mis habilidades y no confiaba en mí. Yo jamás había tenido una relación profesional en la que yo fuera el compa?ero dudoso. No era la primera vez que me consideraban una cabeza de chorlito, un desastre o incluso incompetente, pero jamás alguien que no era digno de confianza. Y no me hacía ninguna gracia. Claro que viendo lo que le había hecho a Jenks, seguramente me lo merecía.