Se dirigió a mí con los hombros rígidos y los ojos en la carretera.
—Rachel, yo no sabía que Saladan iba a dejar morir a todas esas personas.
Se me cortó la respiración. Me obligué a exhalar y a respirar hondo otra vez.
—Cuéntamelo —dije, estaba mareada. Me quedé mirando por la ventana con las manos en el regazo y un nudo en el estómago. Por favor, que esta vez me equivoque, por favor.
Miré al otro lado del coche y Kisten, después de echar un vistazo por el espejo retrovisor, aparcó en un lado de la carretera. Se me encogieron las tripas. Joder, ?por qué tenía que gustarme aquel tío? ?Por qué no podían gustarme los tíos majos? ?Por qué el poder y la fuerza personal que me atraían siempre parecían traducirse en una indiferencia cruel por las vidas de otras personas?
Mi cuerpo se echó hacia delante y otra vez hacia atrás cuando Kisten paró de repente. El coche se sacudía con el tráfico que continuaba pasando junto a nosotros a ciento veinte por hora, pero todo era quietud en nuestro espacio. Kisten cambió de postura y me miró, estiró los brazos por encima del cambio de marchas para acunar las manos que seguían en mi regazo. Su barba de un día destellaba bajo las luces de los coches que venían en sentido contrario, al otro lado de la mediana, y había una expresión preocupada en sus ojos azules.
—Rachel —dijo y yo contuve el aliento con la esperanza de que estuviera a punto de decirme que todo había sido un error—. Yo hice que pusieran esa bomba en la caldera.
Cerré los ojos.
—No pretendía que murieran esas personas. Llamé a Saladan —continuó y yo abrí los ojos cuando el coche vibró al pasar cerca un camión—. Le dije a Candice que había una bomba en su barco. Joder, le dije dónde estaba y que si la tocaban, detonaría. Les di tiempo de sobra para sacar a todo el mundo. No estaba intentando matar a nadie, intentaba provocar un circo en los medios de comunicación y hundirle el negocio. Jamás se me ocurrió que se iría tan fresco y los dejaría allí para que murieran. Lo juzgué mal —dijo, había una recriminación amarga en su voz— y esas personas pagaron mi falta de visión con su vida. Dios, Rachel, si hubiera supuesto siquiera lo que iba a hacer ese tío, habría encontrado otro modo. El que tú estuvieras en ese barco… —Respiró hondo—. He estado a punto de matarte…
Tragué saliva y sentí que el nudo que tenía en la garganta se reducía un poco.
—Pero no es la primera vez que matas a alguien —dije, sabía que el problema no era esa noche sino un pasado entero perteneciendo a Piscary y teniendo que cumplir su voluntad.
Kisten se echó hacia atrás aunque sus manos nunca abandonaron las mías.
—Maté a mi primera persona a los dieciocho a?os.
Oh, Dios. Intenté soltarme pero él me apretó las manos con suavidad.
—Tienes que oírlo —dijo—. Si quieres irte, quiero que sepas la verdad para que no vuelvas. Y si te quedas, entonces que no sea porque tomaste una decisión basada en la escasez de información.
Me preparé para lo peor y lo miré a los ojos, me parecieron sinceros, quizá había una insinuación de culpa y un antiguo dolor.
—Tampoco es la primera vez que haces esto —susurré con miedo. Yo era una más entre toda una serie de mujeres, y todas se habían ido. Quizá fueran más listas que yo.
Kisten asintió y cerró los ojos por un instante.
—Estoy cansado de que me hagan da?o, Rachel. Soy un buen tío que resulta que mató a su primera persona cuando tenía dieciocho a?os.
Tragué saliva y me solté las manos con la excusa de meterme el pelo tras una oreja. Kisten sintió que me alejaba y se giró para mirar por el parabrisas antes de volver a poner las manos en el volante. Le había dicho que no tomara decisiones por mí, supongo que me merecía hasta el último detalle sórdido.
—Continúa —dije con el estómago hecho mil nudos.
Kisten se quedó mirando a la nada mientras el tráfico continuaba pasando y acentuaba la quietud del coche.
—Maté a la segunda más o menos un a?o después —dijo con voz neutra—. Aquella chica fue un accidente. Conseguí evitar acabar otra vez con la vida de nadie más hasta el a?o pasado, que…
Lo miré, respiró hondo y luego exhaló. Me temblaban los músculos mientras esperaba la continuación.
—Dios, lo siento, Rachel —susurró—. Juré que intentaría no tener que matar a nadie otra vez. Quizá por eso Piscary ya no me quiere como su sucesor. Quiere a alguien con el que pueda compartir la experiencia y yo no quiero. Fue él el que los mató en realidad pero yo estaba allí. Le ayudé. Los sujeté, los mantuve ocupados mientras él los masacraba tan contento uno por uno. Que se lo merecieran ya no me parece justificación suficiente. No del modo en que lo hizo.
—?Kisten? —dije, vacilante, con el pulso acelerado.