—No creo que puedas… —insistió.
—Entonces ya nos ocuparemos de eso cuando lo haga. —Ladeé la cabeza, cerré los ojos y me incliné para buscarlo. Relajó las manos que me sujetaban los hombros y me encontré estirándome hacia él, atraída cuando se rozaron nuestros labios. Le apreté el cuello para atraerlo todavía más hacia mí. Me recorrió una sacudida que llevó toda mi sangre a la superficie y me produjo un cosquilleo cuando Kisten profundizó un beso lleno de promesas. La sensación no parecía brotarme de la marea y atraje la mano de Kisten hacia ella, casi jadeé cuando trazó con las yemas de los dedos aquel tenue tejido cicatricial, casi invisible. Me acordé entonces por un instante de la guía de Ivy para salir con un vampiro y lo vi todo de una forma completamente nueva. Oh, Dios, las cosas que podría hacer yo con este hombre
Quizá necesitaba un hombre peligroso, pensé cuando se alzó en mí una emoción salvaje. Solo alguien que se había equivocado tanto podía entender que, sí, yo también hacía cosas cuestionables, pero no por eso dejaba de ser una buena persona. Si Kisten podía ser las dos cosas, entonces quizá eso significara que yo también podía serlo.
Y con eso abandoné toda intención de seguir pensando. Kisten me buscó el pulso con la mano y mis labios tiraron de lo suyos. Metí la lengua con vacilación entre sus labios, sabía que una pesquisa dulce provocaría una reacción más cálida que una caricia exigente. Encontré un diente liso y lo rodeé con la lengua, provocadora.
La respiración de Kisten se aceleró y se apartó de golpe.
Me quedé inmóvil porque de repente ya no estaba allí, el calor de su cuerpo seguía dejando un recuerdo en mi piel.
—No llevo las fundas puestas —dijo, solo quedaba la hinchazón negra de sus ojos y la palpitación de mi cicatriz con una promesa—. Estaba tan preocupado por ti que no perdí ni un minuto… No voy… —Respiró hondo, estaba temblando—. Dios, hueles tan bien.
Me obligué a relajarme en mi asiento con el corazón a mil y lo observé mientras me metía un mechón de pelo tras la oreja. No sabía muy bien si me importaba que llevara las fundas puestas o no.
—Perdona —dije sin aliento, la sangre seguía palpitando por mis venas—. No pretendía llegar tan lejos. —Pero fue como si me provocaras tú.
—No te disculpes. No eres tú la que ha estado descuidando… las cosas. —Kisten resopló e intentó ocultar aquella expresión embriagadora de deseo. Bajo las emociones más toscas había una mirada suave de comprensión, agradecimiento y alivio. Yo había aceptado su horrible pasado aunque sabía que su futuro quizá no fuera mucho mejor.
No dijo nada, puso el coche en primera y aceleró. Yo me sujeté a la puerta hasta que regresamos a la carretera, contenta de que no hubiera cambiado nada aunque todo fuera diferente.
—?Por qué eres tan buena conmigo? —dijo en voz baja cuando aceleramos y adelantamos a un coche.
?Porque creo que podría enamorarme de ti? pensé, pero no pude decirlo todavía.
30.
Levanté la cabeza al oír una llamada discreta a la puerta. Estábamos en la cocina e Ivy me lanzó una mirada de advertencia, se levantó y se estiró todo lo que pudo.
—Ya voy yo —dijo—. Seguramente serán más flores.
Le di un mordisco a la tostada de canela y hablé con la boca llena.
—Si es comida, tráetela, ?quieres? —murmuré.
Ivy salió con un suspiro, sexy e informal a la vez con las mallas negras y un jersey suelto que le llegaba a los muslos. La radio estaba encendida en la salita y yo tenía sentimientos encontrados al oír al presentador hablar de la tragedia de la explosión en el barco a primera hora de la noche anterior. Incluso tenían las palabras de Trent diciéndole a todo el mundo que yo había muerto al salvarle la vida.
Mientras me limpiaba la mantequilla de los dedos, pensé que todo aquello era muy extra?o. No dejaban de aparecer cosas delante de nuestra puerta. Era agradable saber que me echarían de menos, y no sabía que mi muerte había afectado a tantas personas. No iba a ser fácil cuando saliera del armario y resultara que estaba viva, igual que cuando plantas a alguien en el altar y tienes que devolver todos los regalos. Claro que si me muriera esa noche, me iría a la tumba sabiendo quiénes eran mis amigos. Me sentía un poco como Huckleberry Finn.
—?Sí? —dijo la voz cauta de Ivy en la iglesia.
—Soy David. David Hue —respondió una voz conocida. Me tragué el último trozo de tostada y me acerqué sin prisas a la parte delantera de la iglesia. Estaba muerta de hambre y me pregunté si Ivy me estaba colando azufre en el café para intentar fortalecer las reservas de mi cuerpo después del chapuzón en el río.
—?Y esa quién es? —preguntó Ivy con tono beligerante. Entré en el santuario y me los encontré en los escalones, el sol comenzaba a ponerse y entraba en la iglesia a la altura de sus pies.