Antes bruja que muerta

—Soy su secretaria —dijo con una sonrisa la pulcra mujercita que estaba al lado de David—. ?Podemos entrar?

 

Abrí mucho los ojos.

 

—Eh, eh, eh —dije agitando los brazos a modo de protesta—. No puedo vigilaros a los dos y encima arrestar a Lee.

 

David recorrió con los ojos el jersey informal y los vaqueros que me había puesto, me estaba evaluando con una mirada calculadora. Esa misma mirada se detuvo en mi pelo más corto, te?ido por el momento de color marrón, me lo había hecho justo después de que me lo sugiriera por teléfono.

 

—La se?ora Aver no va a venir con nosotros —dijo con lo que podría ser un asentimiento inconsciente de aprobación—. Me pareció prudente que tus vecinos me vieran llegar con una mujer además de irme con ella. Tenéis más o menos la misma figura.

 

—Ah. —Idiota, pensé. ?Por qué no se me había ocurrido a mí? La se?ora Aver sonrió pero me di cuenta que ella también pensaba que era idiota.

 

—Voy a entrar un momento en su ba?o para cambiarme, y después me voy —dijo con tono alegre. Dio un paso en la sala, dejó un delgado maletín en el suelo, junto al piano y dudó un instante.

 

Ivy se sobresaltó.

 

—Por aquí —dijo, y le indicó con un gesto a la mujer que la siguiera—. Gracias. Es usted muy amable.

 

Hice una peque?a mueca al oír todo aquel mar de fondo oculto y observé a la se?ora Aver irse con Ivy, la primera haciendo mucho ruido con sus sosos tacones negros y la segunda en silencio, con zapatillas. Su conversación murió con el chasquido de la puerta del ba?o al cerrarse así que me volví hacia David.

 

Parecía un hombre lobo completamente diferente sin los pantalones de licra que se ponía para correr y la camiseta. Y no se parecía en nada a la persona que vi apoyada en un árbol del parque con un guardapolvo que le llegaba casi hasta las botas y un sombrero vaquero calado hasta los ojos. La barba de tres días había desaparecido y dejado unas mejillas curtidas por el sol y el largo cabello estaba bien peinado y olía a musgo. Solo un hombre lobo de primera clase podía arreglarse y salir airoso de la situación sin que pareciera que se estaba esforzando, pero David lo había conseguido. Claro que el traje de tres piezas y las u?as bien cuidadas ayudaban bastante. Parecía mayor de lo que indicaba su físico atlético, con unas gafas encaramadas a la nariz y una corbata ce?ida al cuello. De hecho, estaba muy guapo, con un estilo profesional y culto.

 

—Gracias otra vez por ayudarme a entrar a ver a Saladan —dije, me sentía un poco incómoda.

 

—No me des las gracias —me contestó—. Voy a recibir una prima enorme. —Dejó el maletín que llevaba, que tenía pinta de caro, en la banqueta del piano. Parecía preocupado; no enfadado conmigo, sino receloso, como si no aprobara la situación. Cosa que me puso un poco incómoda. David debió de notar que lo miraba porque levantó la cabeza.

 

—?Te importa si hago un poco de papeleo previo?

 

Cambié de postura y di un paso atrás.

 

—No. Adelante. ?Quieres un café?

 

David miró el escritorio de Jenks y vaciló. Frunció el ce?o, se sentó a horcajadas en la banqueta del piano y abrió el maletín delante de él.

 

—No, gracias. No vamos a estar aquí tanto tiempo.

 

—De acuerdo. —Me retiré sintiendo la desaprobación de David sobre mí. Sabía que no le hacía gracia que le hubiera mentido por omisión a mi socio pero lo único que necesitaba de él era que me metiera en casa de Lee. Dudé al otro lado del pasillo—. Iré a cambiarme. Quería ver lo que te habías puesto tú.

 

David levantó la vista de los papeles, había una mirada distante en sus ojos casta?os cuando intentó hacer dos cosas a la vez.

 

—Te vas a poner la ropa de la se?ora Aver.

 

Alcé las cejas.

 

—No es la primera vez que haces esto.

 

—Ya te dije que el trabajo era mucho más interesante de lo que creías —les dijo a sus papeles.

 

Esperé a que dijera algo más pero no lo hizo así que me fui a buscar a Ivy, me sentía incómoda y deprimida. No me había dicho una sola palabra sobre Jenks pero su desaprobación era obvia.

 

Ivy estaba muy ocupada con sus mapas y rotuladores cuando entré y no dijo nada cuando me serví una taza de café y después le serví otra a ella.

 

—?Qué te parece, David? —pregunté al tiempo que dejaba la taza junto a ella.

 

Bajó la cabeza y dio unos golpecitos con el rotulador en la mesa.

 

—Creo que todo irá bien. Parece saber lo que hace y no es como si yo no fuera a estar allí también.

 

Me apoyé en la encimera, cogí la taza con las dos manos y tomé un largo sorbo. El café me bajó por la garganta y me relajó un poco los nervios. Hubo algo en la postura de Ivy que me llamó la atención. Tenía las mejillas ligeramente sonrojadas.

 

—Creo que te gusta —dije y ella levantó la cabeza de repente—. Creo que te gustan los hombres mayores —a?adí—. Sobre todo los hombres mayores con traje que muerden y saben planear mejor que tú.

 

Y al oír eso, mi compa?era de piso se sonrojó de verdad.