??Guerrero retirado??, pensé, preguntándome qué veía en Keasley que yo no viera. Desde la esquina llegó una discusión en falsete entre Jenks y su hija mayor. La joven pixie retorcía el borde de su vestido verde claro, mostrando sus pies diminutos mientras le suplicaba.
—No, espera un momento —dijo Keasley, doblando hacia abajo la abertura de su bolsa de papel—. Puedo cuidarme solo. No necesito a nadie que ?alivie mis heridas?.
Ceri sonrió. Mis zapatillas, que ella llevaba en sus pies, resonaron de forma apagada sobre el linóleo cuando se arrodilló ante él.
—Ceri —protesté a la vez que Keasley, pero la joven nos apartó las manos, con un repentino matiz de agudeza en sus verdes ojos que no toleraba interferencia alguna.
—Levántate —le dijo Keasley bruscamente al sentarse a su lado—. Sé que eras el familiar de un demonio, y puede que fuera así como te ordenase actuar, pero…
—Esté tranquilo, Keasley —atajó Ceri; un suave brillo rojo de siempre jamás cubría sus pálidas manos—. Quiero ir con usted, pero solo si me permite corresponder a su amabilidad. —Le sonrió, con sus grandes ojos verdes desenfocados—. Eso me proporcionará un sentimiento de autoestima que realmente necesito.
Contuve la respiración al sentir como activaba la línea luminosa de nuevo.
—?Keasley? —dije elevando la voz.
Sus ojos marrones se abrieron de golpe y se quedó inmóvil en su asiento cuando Ceri se estiró y colocó sus manos sobre el ajado mono de trabajo, a la altura de las rodillas. Observé como su rostro se relajaba y las arrugas se le acentuaban, haciéndole parecer más viejo. Tomó una gran bocanada de aire y se enderezó.
Ceri temblaba, de rodillas ante él. Sus manos se separaron finalmente de su cuerpo.
—Ceri —pronunció Keasley, con su áspera voz quebrada. Se tocó las rodillas—. Se ha ido —susurró, con lágrimas en sus cansados ojos—. Oh, querida ni?a —continuó, poniéndose en pie para ayudar a Ceri a levantarse—. Llevaba tanto tiempo sin saber lo que es no sentir dolor… Gracias.
Ceri sonrió; las lágrimas brotaban de ella mientras asentía.
—También yo. Esto ayuda.
Aparté la mirada con un nudo en la garganta.
—Tengo unas cuantas camisetas que puedes usar hasta que vayamos de Compras —le dije—. Puedes quedarte con mis zapatillas. Al menos te ayudarán a cruzar la calle.
Keasley la tomó del brazo con una mano, y cogió la bolsa marrón con la otra.
—La llevaré de compras ma?ana —anunció mientras se dirigía hacia el pasillo—. Hacía tres a?os que no me sentía lo bastante bien para ir al centro comercial. Me sentará bien salir por ahí. —Se volvió hacia mí con su viejo y arrugado rostro transformado—. Aunque te enviaré la factura. Puedo decirles a todos que es la sobrina de mi hermana. La que vive en Suecia.
Me reí, advirtiendo que era una risa muy próxima al llanto. Aquello estaba saliendo mejor de lo que había esperado y no podía dejar de sonreír.
Jenks emitió un sonido agudo y su hija descendió lentamente hasta aterrizar sobre el microondas.
—?Vale, se lo pediré! —exclamó él, y ella se elevó tres centímetros con el rostro esperanzado y palmeó sus manos—. Si le parece bien a tu madre y le parece bien a Keasley, entonces me parece bien a mí —aseguró Jenks, con un apagado brillo azul en sus alas.
Jih se elevó en un estado de evidente nerviosismo mientras Jenks flotaba ante Keasley.
—Oye, ?tienes plantas en tu casa que Jih pudiera cuidar? —preguntó con aspecto de estar terriblemente avergonzado. Esbozó un gesto de disgusto al apartarse el pelo rubio de los ojos. Ella quiere ir con Ceri, pero no voy a dejar que se marche a no ser que pueda resultar de utilidad.
Mis labios se separaron. Dirigí los ojos hacia Ceri, advirtiendo por su respiración contenida que deseaba esa compa?ía claramente.
—Tengo una maceta con albahaca —contestó Keasley, reacio—. Si quiere quedarse, cuando el tiempo mejore puede ocuparse del jardín, o lo que sea.
Jih chilló, dejando caer polvo pixie de un brillo dorado que se tornaba blanco.
—?Pregúntaselo a tu madre! —dijo Jenks, con aspecto enfadado mientras la emocionada chica pixie se escabullía. Jenks se posó sobre mi hombro, inclinando sus alas. Creí oler a oto?o. Antes de que pudiera preguntarle a Jenks, una estridente marea de rosas y verdes entró volando en la cocina. Sorprendida, me pregunté si quedaría algún pixie en la iglesia que no se encontrase en aquel círculo de metro y medio alrededor de Ceri.
El arrugado rostro de Keasley mostraba una estoica resignación mientras desenrollaba la abertura de su bolsa de material y Jih se introducía en ella para protegerse del frío durante el viaje. Todos los pixies se asomaron por el agujero de la bolsa para decirle adiós y agitar sus manos.
Keasley alzó la vista y le entregó la bolsa a Ceri.
—Pixies —le oí murmurar. Tomando a Ceri por el codo, inclinó la cabeza hacia mí y se dirigió al pasillo, con un ritmo más rápido y el cuerpo más derecho de lo que jamás lo había visto—. Tengo un segundo dormitorio —explicó—. ?Sueles dormir por la noche o durante el día?
—Ambas cosas —respondió con suavidad—. ?Le parece bien?