Antes bruja que muerta

—Espera.

 

Me detuvo el tono suplicante de su voz cuando ya tenía la mano en la manilla. Me di la vuelta, Quen había aparecido al final de la escalera con una expresión preocupada y amenazadora en la cara. Por alguna razón, no me pareció que fuera porque yo estuviera a punto de ir a darme un paseo sola por el complejo Kalamack sino por lo que podría decir Trent. Quité la mano del pomo. Quizá merezca la pena quedarse.

 

—Si te cuento lo que sé de tu padre, ?me ayudarás con Lee?

 

En el piso bajo, Quen cambió de postura.

 

—Sa'han…

 

Trent frunció el ce?o con gesto desafiante.

 

—Exitus acta probat.

 

Se me aceleró el pulso y me coloqué mejor el cuello de imitación de piel de mi cazadora.

 

—?Eh! En cristiano, chicos —solté—. Y la última vez que dijiste que podías hablarme de mi padre, lo único que saqué fue cuál era su color favorito y qué le gustaba poner en sus perritos calientes.

 

La atención de Trent se clavó en el suelo del gran salón y en Quen. Su jefe de seguridad sacudió la cabeza.

 

—?Quieres sentarte? —dijo Trent y Quen hizo una mueca.

 

—Claro. —Lo miré con recelo, regresé sobre mis pasos y lo seguí al piso bajo. Trent se acomodó en un sillón metido entre el ventanal y la pared trasera y adoptó una postura cómoda que me indicó que era allí donde se sentaba cuando estaba en esa habitación. Tenía una buena vista de la catarata oscura y había varios libros, las cintas de los marcapáginas daban fe de tardes pasadas bajo el sol. Tras él, en la pared, había cuatro cartas del tarot, cuatro Viscontis[3] harapientas, cada una protegida tras un cristal. Me quedé fría cuando me di cuenta que la dama cautiva de la carta del diablo se parecía a Ceri.

 

—Sa'han —dijo Quen en voz baja—. Esto no es una buena idea.

 

Trent no le hizo caso y Quen se retiró un poco hasta colocarse detrás de él, desde donde podía mirarme furioso.

 

Dejé la bolsa de la ropa encima de una silla cercana y me senté, con las piernas cruzadas por las rodillas y moviendo el pie con impaciencia. Ayudar a Trent con Lee sería pecata minuta si me contaba algo importante. Joder, pero si iba a acabar con aquel cabrón yo misma en cuanto llegara a casa y preparara unos cuantos hechizos. Pues sí, era una mentirosa, pero siempre he sido honesta conmigo misma en cuanto a eso.

 

Trent se sentó al borde del sillón, con los codos en las rodillas y la mirada perdida en la noche.

 

—Hace dos milenios empezaron a cambiar las cosas en nuestro esfuerzo por recuperar siempre jamás de manos de los demonios.

 

Abrí mucho los ojos. Dejé de mover el pie y me quité la cazadora. Podríamos tardar un rato en llegar a mi padre. Trent me miró a los ojos y al ver que aceptaba el rodeo que estaba dando, se recostó con un chirrido del cuero. Quen lanzó un gemido lastimero con lo más profundo de la garganta.

 

—Los demonios vieron llegar su final —dijo Trent en voz baja—. En un esfuerzo muy poco habitual de cooperación, decidieron dejar a un lado sus ri?as internas por la supremacía y trabajaron juntos para lanzarnos una maldición a todos. Ni siquiera nos dimos cuenta de lo que había pasado hasta casi tres generaciones después; no vimos a qué se debía el crecimiento del índice de mortalidad entre nuestros recién nacidos.

 

Parpadeé un momento. ?Los demonios eran los responsables del fiasco de los elfos? Yo había creído que era la costumbre que tenían de cruzarse con los seres humanos.

 

—La mortalidad infantil aumentaba de forma exponencial con cada generación —dijo Trent—. La tenue victoria que habíamos alcanzado se nos escapó de entre los dedos en ataúdes diminutos y entre llantos. Con el tiempo nos dimos cuenta que nos habían echado una maldición, habían cambiado nuestro adn de modo que se rompía de forma espontánea, y con cada generación iba empeorando un poco más.

 

Se me revolvió el estómago. Genocidio genético.

 

—?Intentasteis reparar el da?o cruzándoos con los humanos? —pregunté, y oí la estrechez de miras que insinuaba mi voz. Sus ojos pasaron del ventanal a mí.

 

—Ese fue un último esfuerzo desesperado por salvar algo hasta que se pudiera desarrollar una forma de arreglar el problema. En última instancia fue un desastre, pero lo cierto es que nos mantuvo con vida hasta que mejoramos las técnicas genéticas para detener y con el tiempo reparar buena parte de la degradación. Cuando la Revelación los convirtió en ilegales, los laboratorios pasaron a la clandestinidad, desesperados por salvar a los pocos que conseguimos sobrevivir. La Revelación nos dispersó por todas partes y yo consigo encontrar un ni?o desconcertado cada dos a?os más o menos.