Antes bruja que muerta

—Lo tendré. Gracias. —Me soltó la mano sin brusquedad y dio un paso atrás—. ?Me acompa?as al coche? —le preguntó a Trent con voz suave y satisfecha.

 

—No estoy vestido, amor —dijo Trent sin alzar la voz y sin dejar de tocarla—. Jonathan puede llevarte las maletas.

 

Un destello de irritación cruzó su rostro y yo le lancé una sonrisa maliciosa. Ellasbeth se dio la vuelta y salió al pasillo que se asomaba a la gran habitación.

 

—?Jonathan? —lo llamó entre taconeo y taconeo.

 

Dios mío. Aquellos dos se dedicaban a practicar juegos psicológicos como si fuera un deporte olímpico.

 

Trent exhaló. Yo bajé los pies al suelo e hice una mueca irónica.

 

—Es muy agradable.

 

La expresión del elfo se hizo amarga.

 

—No, no lo es, pero va a ser mi mujer. Y te agradecería que dejaras de insinuar que tú y yo nos acostamos.

 

Maggie entró afanosa, puso la mesa para dos y quitó la taza y el plato de Ellasbeth.

 

—Una mujer odiosa, odiosa de verdad —murmuró con movimientos rápidos y bruscos—. Y puede despedirme si quiere, se?or Kalamack, pero ni me gusta ni lo harás jamás. Ya lo verá. Se traerá a alguna mujer con ella que se apoderará de mi cocina, reorganizará mis armarios y me echará.

 

—Nunca, Maggie —la tranquilizó Trent, su postura cambió y se convirtió en amigable comodidad—. Todos tendremos que llevarlo como podamos.

 

—Oh, bla, bla, bla —masculló la cocinera mientras regresaba a la cocina.

 

Un poco más relajada una vez desaparecida Ellasbeth de la escena, le di otro sorbo a aquel maravilloso café.

 

—Ella sí que es agradable.

 

Los ojos verdes de Trent adoptaron una suavidad juvenil y asintió.

 

—Sí, sí que lo es.

 

—No es elfa —dije y sus ojos se clavaron en los míos con una sacudida—. Pero Ellasbeth sí —a?adí, y su mirada volvió a ser ilegible.

 

—Se está convirtiendo usted en una experta muy incómoda, se?orita Morgan —dijo mientras se apartaba de mí.

 

Yo puse los codos a cada lado del plato blanco y apoyé la barbilla en el puente que hice con las manos.

 

—Ese es el problema de Ellasbeth, ?sabes? Se siente como si fuera una yegua de cría.

 

Trent abrió la servilleta con una sacudida y se la puso en el regazo. La bata se le estaba abriendo poco a poco y mostraba un pijama de ejecutivo. Fue una peque?a desilusión, yo esperaba unos boxers.

 

—Ellasbeth no quiere mudarse a Cincinnati —dijo sin ser consciente de que yo le estaba echando ojeadas furtivas a su físico—. Su trabajo y sus amigos están en Seattle. Nadie lo diría por el aspecto que tiene pero es una de las mejores ingenieras de trasplantes nucleares del mundo.

 

Mi sorprendido silencio atrajo su atención, levantó la cabeza y yo me lo quedé mirando.

 

—Puede coger el núcleo de una célula da?ada y trasplantarlo a una sana —dijo.

 

—Oh. —Guapa e inteligente. Podría ser miss América si aprendía a mentir un poco mejor. Pero a mí me sonaba a manipulación genética ilegal.

 

—Ellasbeth puede trabajar en Cincinnati igual que en Seattle —dijo Trent, que al parecer confundió mi silencio con interés—. Ya he financiado el departamento de investigación de la universidad para que actualicen sus instalaciones. Ellasbeth va a poner a Cincinnati en el mapa en lo que a desarrollo se refiere y está enfadada por verse obligada a mudarse en lugar de mudarme yo. —Se encontró con mi mirada interrogante—. No es ilegal.

 

—Llámalo como quieras —dije y me eché hacia atrás cuando Maggie puso una fuente con mantequilla y una jarra con jarabe humeante en la mesa y se alejó.

 

Los ojos verdes de Trent se encontraron con los míos y se encogió de hombros.

 

El aroma a masa cocinándose nos invadió, embriagador y lleno de promesas y se me hizo la boca agua cuando Maggie regresó con dos platos humeantes de gofres. Puso uno delante de mí y dudó para asegurarse de que me parecía bien.

 

—Tiene un aspecto maravilloso —dije mientras estiraba el brazo para coger la mantequilla.

 

Trent colocó bien su plato mientras me esperaba.

 

—Gracias, Maggie. Yo me ocupo de servir. Se está haciendo tarde. Ve a disfrutar del resto de la noche.

 

—Gracias, se?or Kalamack —dijo Maggie, era obvio que estaba satisfecha cuando le puso una mano en el hombro a Trent—. Voy a limpiar la cocina antes de irme. ?Más té o café?

 

Levanté la cabeza después de acercarle la mantequilla a Trent. Los dos esperaban mi respuesta.

 

—Eh, no —dije al mirar mi taza—. Gracias.

 

—No necesitamos nada más —se hizo eco Trent.

 

Maggie asintió como si estuviéramos haciendo algo bien y regresó a la cocina tarareando. Sonreí cuando reconocí la antigua nana ?Todos los caballitos bellos?.

 

Levanté la tapa de un recipiente cubierto y me lo encontré lleno de fresas trituradas. Se me pusieron unos ojos como platos. Unas frutitas diminutas del tama?o de una u?a dibujaban un aro alrededor del borde, como si estuviéramos en junio y no en diciembre; me pregunté de dónde las había sacado Trent. Me serví con impaciencia unas cuantas cucharadas que puse encima de mi gofre y levanté la cabeza cuando me di cuenta que Trent me estaba observando.