Antes bruja que muerta

—Por Dios, Trenton —resonó su voz, amarga y ofensiva—. ?No podías esperar siquiera a que me hubiera ido para traerte a una de tus putas?

 

Me puse colorada y los movimientos que hacía para secarme los brazos se hicieron más bruscos.

 

—Creí que ya te habías ido —dijo Trent con calma, cosa que no ayudó mucho—. Y no es ninguna puta, es una socia mía.

 

—Me da igual cómo la llames, está en mis habitaciones, so cabrón.

 

—No había otro sitio para meterla.

 

—Hay ocho ba?os en este lado de la casa ?y la metes en el mío?

 

Me alegré de tener el pelo ya casi seco y estaba encantada de la vida de que oliera al champú de Ellasbeth. Salté a la pata coja sin demasiado estilo para ponerme las bragas, por suerte solo llevaba las medias que me había llevado de casa cuando me caí al río. Tenía la piel todavía húmeda y se me pegaba todo. Estuve a punto de irme al suelo cuando se me enredó un pie al ponerme los vaqueros y tuve que lanzarme hacia delante para sujetarme a la encimera del ba?o.

 

—?Maldito seas, Trenton! ?No intentes siquiera decir que es trabajo! —gritaba Ellasbeth—. ?Hay una bruja desnuda en mi ba?era y tú estás ahí sentado con la bata puesta!

 

—No, escúchame tú a mí. —La voz de Trent era dura como el hierro y pude oír su frustración incluso a dos habitaciones de distancia—. He dicho que es una socia y eso es lo que es.

 

Ellasbeth lanzó una carcajada dura, casi un ladrido.

 

—?De ?Encantamientos Vampíricos?? ?Pero si ella misma me dio el nombre de su burdel!

 

—Es cazarrecompensas, si es que es asunto tuyo —dijo Trent con tal frialdad que casi pude verle la mandíbula apretada—. Su socia es vampiresa. Es un juego de palabras, Ellasbeth. Rachel me acompa?ó esta noche en calidad de encargada de seguridad y se cayó al río al salvarme la vida. No iba a dejarla en su despacho medio muerta de hipotermia como un gato callejero. Me dijiste que ibas a coger el vuelo de las siete. Creí que te habías ido y no iba a ponerla en mis habitaciones.

 

Se produjo un momento de silencio y yo me puse la sudadera con un par de meneos. En algún lugar, en el fondo del río, había varios miles de dólares en suave hilo de oro del peinado de Randy y un pendiente. Al menos el collar había sobrevivido. Quizá el amuleto funcionaba solo para el collar.

 

—Estabas en el barco… El que estalló… —La voz era más suave pero no había ni una insinuación de disculpa en su repentina preocupación.

 

En medio del silencio me manoseé un poco el pelo e hice una mueca. Quizá, si tuviera media hora, podría hacer algo con él. De todos modos, a ver cómo me recuperaba de la primera impresión estelar que había hecho. Respiré hondo para tranquilizarme, cuadré los hombros y salí descalza, salvo por los calcetines, a la salita. Café. Olía a café. Con una taza de café todo iría mejor.

 

—Supongo que entiendes mi confusión —decía Ellasbeth cuando yo dudé junto a la puerta. Mi presencia pasaba desapercibida pero desde allí podía verlos. Ellasbeth se encontraba junto a la mesa redonda del rincón para el desayuno con gesto dócil, como un tigre cuando se da cuenta de que no puede comerse al tipo del látigo. Trent estaba sentado, vestido con una bata verde ribeteada de granate. Llevaba un vendaje de aspecto profesional en la frente. Parecía molesto, cosa lógica cuando tu prometida te acusa de ponerle los cuernos.

 

—Eso es lo más parecido a una disculpa que voy a oír, ?no? —dijo Trent.

 

Ellasbeth dejó la bolsa de los grandes almacenes y se puso una mano en la cadera.

 

—La quiero fuera de mis habitaciones. Me da igual quién sea.

 

Los ojos de Trent se posaron en los míos como si los atrajeran y yo hice una mueca de disculpa.

 

—Quen la va a llevar a casa después de una cena ligera —le dijo—. Puedes acompa?arnos si quieres. Como ya he dicho, creí que te habías ido.

 

—Cambié el billete a un vuelo vampírico para poder estar más tiempo de compras.

 

Trent volvió a mirarme una vez más para indicarle a Ellasbeth que no estaban solos.

 

—?Te has pasado seis horas de tiendas y solo tienes una bolsa? —dijo, en su voz se ocultaba la más leve de las acusaciones.

 

Ellasbeth siguió la mirada de su novio y al fijarse en mí disimuló a toda prisa su cólera tras una expresión agradable. Pero yo le noté la frustración, solo quedaba por ver cómo iba a manifestarse. Yo apostaba por dardos envenenados ocultos y desaires disfrazados de cumplidos. Aunque yo estaba dispuesta a ser agradable siempre que ella lo fuera.

 

Salí con los vaqueros, la sudadera de los Howlers y una gran sonrisa.

 

—Eh, bueno, gracias por el amuleto para el dolor y por dejar que me aseara, se?or Kalamack. —Me detuve junto a la mesa, se respiraba una incomodidad tan densa y asfixiante como una tarta de queso mal hecha—. No hace falta molestar a Quen. Puedo llamar a mi socia para que venga a recogerme. Seguro que ya está aporreando la verja a estas alturas.