—Cállate, Morgan —dijo Trent con voz distante y preocupada.
El coche aceleró y el sonido pareció arrullarme. Al fin podía relajarme, pensé cuando sentí el cosquilleo de la circulación en los brazos y las piernas. Estaba en el coche de Trent, envuelta en una manta y entre sus brazos. Ese elfo no dejaría que nada me hiciera da?o.
Pero no está cantando, cavilé. ?No debería estar cantando?
27.
El agua caliente en la que estaba metida me sentaba bien. Llevaba en ella tiempo suficiente como para arrugarme como una pasa pero me daba igual. Ellasbeth tenía una ba?era fabulosa, de esas hundidas en el suelo. Suspiré, eché la cabeza hacia atrás y me quedé mirando los techos de tres metros enmarcados por las macetas de orquídeas que rodeaban la ba?era. No podía estar tan mal eso de ser un capo de la droga si podías tener una ba?era como aquella. Yo llevaba allí metida más de una hora.
Trent había llamado a Ivy por mí incluso antes de llegar a los límites de la ciudad y poco después yo también había hablado con ella para decirle que estaba bien, que estaba metida en agua caliente y que no pensaba salir hasta que se helase el infierno. Me había colgado pero yo sabía que todo iba bien entre nosotras.
Arrastré los dedos entre las burbujas y me coloqué bien alrededor del cuello el amuleto para el dolor que me había prestado Trent. No sabía quién lo había invocado, ?su secretaria, quizá? Todos mis amuletos estaban en el fondo del río Ohio. Me vaciló la sonrisa cuando recordé a las personas que no había podido salvar. No iba a sentirme culpable por poder respirar cuando ellas no lo hacían. Sus muertes eran responsabilidad de Saladan, no mía. O quizá de Kisten. Maldición. ?Qué iba a hacer respecto a eso?
Cerré los ojos y recé por ellos pero los abrí de repente porque comenzó a resonar una grácil cadencia de pasos vivos que se fueron acercando a toda prisa. Me quedé de piedra al ver una mujer delgada y vestida con elegancia con un traje de chaqueta de color crema taconeando por las baldosas del ba?o sin previo aviso. Llevaba una bolsa de unos grandes almacenes en un brazo. Su mirada acerada se había clavado en la puerta que llevaba al vestidor y no me vio cuando se desvaneció en él.
Tenía que ser Ellasbeth. Mierda. ?Qué se suponía que tenía que hacer? ?Limpiarme las burbujas de una mano y tendérsela? Inmóvil, me quedé mirando la puerta. Tenía la cazadora en una de las sillas y la bolsa de la ropa seguía colgada junto al biombo. Con el pulso acelerado, me pregunté si podría alcanzar la toalla verde antes de que Ellasbeth se diera cuenta de que no estaba sola.
Se detuvo el leve frufrú y yo me hundí en las burbujas cuando volvió a entrar a grandes zancadas y hecha un basilisco. Tenía entrecerrados de furia los ojos oscuros y los altos pómulos se le habían puesto rojos. Se detuvo con una postura rígida, al parecer se le había olvidado la bolsa que todavía llevaba en el brazo. Llevaba el cabello rubio, espeso y ondulado, sujeto en un mo?o que le daba a su estrecho rostro una belleza austera. Levantó la barbilla, apretó los labios y clavó los ojos en mí en cuanto pasó por el arco.
Así que eso es a lo que se refieren cuando dicen que se congeló el infierno.
—?Quién es usted? —dijo, tenía una voz fuerte, dominante y fría.
Esbocé una sonrisa pero sabía que era más bien enfermiza.
—Ah, soy Rachel Morgan. ?De Encantamientos Vampíricos? —Iba a incorporarme pero cambié de opinión. Odiaba el tono interrogante que se había colado en mi voz pero allí estaba. Claro que quizá fuera porque estaba desnuda salvo por las burbujas y ella iba subida a unos tacones de diez centímetros y vestía un conjunto informal y de excelente gusto que bien podría elegirme Kisten si me llevara de compras a Nueva York.
—?Qué está haciendo en mi ba?era? —Miró con bastante desdén mi ojo morado, que ya empezaba a curarse.
Estiré el brazo para coger una toalla y la arrastré al agua conmigo para taparme.
—Intentando calentarme.
Se le crispó la boca.
—No me extra?a —dijo con aspereza—. Es un cabrón de lo más frío.
Cuando salió, me senté de repente y provoqué un maremoto en la ba?era.
—?Trenton! —resonó su voz, dura entre la paz en la que yo me había estado regodeando.
Lancé un resoplido y miré la toalla empapada que se me pegaba al cuerpo. Suspiré, me levanté y quité el tapón con el pie. El agua que giraba alrededor de mis pantorrillas se asentó y empezó a escapar. Ellasbeth había tenido la consideración de dejar todas las puertas abiertas así que podía oírla gritándole a Trent. No estaba muy lejos. Quizá en la mismísima salita. Decidí que mientras la pudiera oír allí fuera, seguramente podría secarme sin interrupciones en el ba?o. Retorcí la toalla empapada para quitarle el exceso de agua y cogí otras dos secas del radiador.