—Si tienes suerte, no será la última —dijo.
—?Cállate de una vez, anda! —le solté. Esperaba que en mi mirada no hubiera tanto miedo como en la suya. Si sobrevivíamos a la explosión, todavía teníamos que enfrentarnos a las consecuencias. Trozos de barco cayendo del cielo y agua helada. Estupendo—. Esto, ?cuánto queda? —pregunté, me temblaba la voz. Mi móvil volvía a sonar.
Trent bajó la cabeza.
—Diez segundos. Quizá deberíamos sentarnos antes de caer.
—Claro —dije—. Seguramente es una buena ide…
Un estallido hizo temblar el suelo y yo ahogué un grito. Estiré el brazo hacia Trent, desesperada por evitar que nos soltáramos. El suelo nos empujó y caímos. Trent se aferró a mi hombro y me atrajo hacia él para que no me fuera rodando. Apretada contra su cuerpo, olí el aroma de la seda y el de su loción para después del afeitado.
Se me cayó el estómago a los pies y un destello de fuego estalló a nuestro alrededor. Chillé cuando se me adormecieron los oídos. Con un movimiento irreal, mudo, el barco se partió en dos y nos alzamos en el aire. La noche se convirtió en manchones de cielo negro y fuego rojo. Me ba?ó el cosquilleo del círculo al romperse. Y entonces caímos.
Se me escapó el brazo de Trent y chillé cuando me envolvió el fuego. Los oídos, entumecidos por la explosión, se me llenaron de agua y por un momento fui incapaz de respirar. No me estaba quemando, me estaba ahogando. Hacía frío, no calor. Aterrada, luché contra el peso del agua que me empujaba.
No podía moverme. No sabía donde estaba la superficie. La oscuridad estaba llena de burbujas y trozos de barco. Me llamó la atención un brillo exiguo que vi a mi izquierda. Me recuperé un poco y me lancé hacia allí mientras le decía a mi cerebro que era la superficie, aunque pareciera estar de lado y no hacia arriba.
Dios, esperaba que fuera la superficie.
Salí del agua de golpe, seguía sin oír nada. Me golpeó un frío que me dejó helada. Ahogué un grito, sentía el aire como un cuchillo en los pulmones. Respiré hondo otra vez, agradecida, pero hacía tanto frío que dolía.
Seguían cayendo trozos de barco y me puse a flotar en posición vertical, menos mal que llevaba un vestido con el que me podía mover. El agua sabía a aceite y lo que había tragado me pesaba en el estómago.
—?Trent! —grité y lo oí como si fuera a través de un almohadón—. ?Trent!
—?Aquí!
Me sacudí el pelo mojado de los ojos y me volví. Me envolvió una oleada de alivio. Estaba oscuro pero entre el hielo y la madera que flotaba vi a Trent. Tenía el pelo pegado a la cabeza pero no parecía herido. Estaba temblando pero me quité de una patada el tacón que me quedaba y empecé a nadar hacia él. De vez en cuando nos salpicaban trocitos de barco. ?Cómo podía estar cayendo todavía? me pregunté. Había suficientes restos entre los dos como para construir dos barcos enteros.
Trent empezó a avanzar con una brazada profesional. Al parecer había aprendido a nadar. El fulgor del fuego en el agua helada iluminó la noche a nuestro alrededor. Miré hacia arriba y sofoqué un grito. Todavía tenía que caer algo grande y en llamas.
—?Trent! —grité pero no me oyó—. ?Trent, cuidado! —chillé al tiempo que se?alaba. Pero no me escuchaba. Me agaché para intentar escapar.
Algo me lanzó como si me hubieran dado un golpe. El agua se volvió roja a mi alrededor. Me quedé casi sin aire en los pulmones cuando me golpeó algo y me hizo una magulladura en la espalda. Pero me salvó el agua y con los pulmones doloridos y los ojos irritados, seguí el aliento que exhalaba hasta la superficie.
—?Trent! —lo llamé al sacar la cabeza del agua helada al frío ardiente de la noche. Lo encontré agarrado a un cojín que se estaba llenando de agua a toda velocidad. Sus ojos se encontraron con los míos sin poder centrarse. La luz del barco en llamas se atenuaba y nadé a por él. El muelle había desaparecido. No sabía cómo íbamos a salir de allí.
—Trent —dije tosiendo cuando lo alcancé. Me zumbaban los oídos pero ya podía oírme. Escupí el pelo que se me había metido por la boca—. ?Te encuentras bien?
Parpadeó como si intentara centrarse. Sangraba por la línea del pelo y la herida dejaba una veta marrón en su cabello rubio. Tenía los ojos cerrados y observé horrorizada que empezaba a soltar el cojín.
—Ah, no, de eso nada —dije y estiré el brazo antes de que se hundiera.