Trent hizo un esfuerzo visible por purgar la cólera de su postura. Puso los codos en la mesa de modo que le cayeron las mangas de la bata y mostraron el vello rubio de los brazos.
—Preferiría que Quen la llevara a casa, se?orita Morgan. No tengo un interés especial en hablar con la se?orita Tamwood. —Miró entonces a Ellasbeth—. ?Quieres que llame al aeropuerto por ti o vas a quedarte una noche más?
Una frase totalmente desprovista de cualquier invitación.
—Me quedo —dijo la joven con voz tensa. Dobló la cintura, recogió la bolsa y se dirigió a su puerta. Observé sus pasos rápidos y forzados y vi en ellos una peligrosa combinación de cruel indiferencia y ego.
—No es más que una ni?a, ?verdad? —dije cuando el sonido de sus tacones se perdió en la moqueta.
Trent parpadeó y separó los labios.
—Sí, así es. —Después me invitó a sentarme con un gesto—. Por favor.
Sin saber muy bien si quería comer con aquellos dos, me senté con cautela en la silla que estaba enfrente de Trent. Mi mirada se posó en la ventana de imitación que se extendía por toda la pared que ocupaba la peque?a y hundida salita que teníamos al lado. Eran poco más de las once según los relojes que había visto y la noche era oscura, sin luna.
—Lo siento —dije mientras posaba la mirada en el arco que llevaba a las habitaciones de Ellasbeth.
Trent apretó la mandíbula por un instante y después se relajó.
—?Puedo ofrecerte un poco de café?
—Claro. Estupendo. —Estaba a punto de desmayarme de hambre y el calor del ba?o me había dejado agotada. Levanté la cabeza y abrí mucho los ojos cuando una mujer madura y corpulenta con un delantal salió sin prisas de la peque?a cocina metida al fondo de la habitación. Se veía buena parte de la cocina desde la mesa pero yo no había advertido su presencia hasta entonces.
Me dedicó una sonrisa que envolvió todo su rostro y me puso delante una taza de aquel café de aroma celestial antes de rellenar la taza de té de Trent, más peque?a que la mía, con un brebaje de color ámbar. Creí oler a gardenias pero tampoco estaba segura.
—Bendita sea —dije mientras rodeaba la taza con las manos y aspiraba el vapor.
—No hay de qué —dijo con la calidez profesional de una buena camarera. Después se volvió hacia Trent con una sonrisa—. ?Qué va a ser esta noche, se?or Kalamack? Ya es casi demasiado tarde para una cena como es debido.
Mientras soplaba mi café, mis pensamientos recayeron en los diferentes horarios de bruj s y elfos, me pareció interesante que una de las especies estuviera despierta en todo momento y que, sin embargo, la cena fuera más o menos a la misma hora para los dos.
—Oh, que sea algo ligero —dijo Trent, que era obvio que intentaba relajar el ambiente—. Tengo litro y medio del río Ohio por digerir. ?Qué tal un desayuno en lugar de la cena? Lo de siempre, Maggie.
La mujer asintió, el cabello blanco sujeto firmemente a la cabeza ni se movió.
—?Y usted, querida? —me preguntó.
Yo miré a Trent y después a la mujer.
—?Qué es ?lo de siempre??
—Cuatro huevos fritos muy hechos y tres tostadas de pan de centeno hechas solo por un lado.
Sentí que me ponía pálida.
—?Y eso es una comida ligera? —dije antes de poder contenerme.
Trent se colocó el cuello del pijama, que asomaba debajo de la bata.
—Un gran metabolismo.
Recordé entonces que Ceri y él nunca parecían tener frío y que la temperatura del río tampoco le había afectado.
—Oh —dije cuando me di cuenta que la se?ora seguía esperando—. Lo de las tostadas suena bien pero creo que voy a rechazar los huevos.
Trent alzó las cejas, tomó un sorbo de té y me miró por encima del borde de la taza.
—Claro —dijo con voz neutra—. No los toleras bien. Maggie, mejor unos gofres.
Me apoyé en el respaldo de la silla, conmocionada.
—?Pero cómo sabes…?
Trent se encogió de hombros, estaba guapo con la bata y los pies desnudos. Tenía unos pies bonitos.
—?Crees que no conozco tu historial médico?
Mi asombro murió cuando recordé a Faris, muerto en el suelo de su despacho. ?Qué co?o estaba haciendo allí, cenando con él?
—Gofres, muy bien.
—A menos que te apetezca algo más tradicional para cenar. La comida china no lleva mucho tiempo. ?Prefieres eso? Maggie hace unos wontons fabulosos.
Sacudí la cabeza.
—Los gofres están bien.
Maggie sonrió y se dio la vuelta para volver a trastear por la cocina.
—Será solo un momento.
Me puse la servilleta en el regazo y me pregunté si todo aquel numerito de ?vamos a ser agradables con Rachel? era porque Ellasbeth estaba en la otra habitación escuchando y Trent quería hacerle da?o por haberlo acusado de ponerle los cuernos. Decidí que me daba igual, puse los codos en la mesa y tomé un sorbo del mejor café que había probado jamás. Cerré los ojos bajo el vapor que se alzaba de la taza y gemí de placer.
—Oh, Dios, Trent —dije sin aliento—. Qué bueno.