—?Quieres un poco de esto?
—Cuando hayas terminado con ellas.
Fui a coger otra cucharada pero dudé. Dejé la cuchara y empujé el recipiente hacia él. El peque?o tintineo de los cubiertos era casi un estrépito cuando me serví el jarabe.
—Sabrás que al último hombre al que vi en bata lo dejé inconsciente de una paliza con la pata de una silla —bromeé, desesperada por romper el silencio.
Trent casi esbozó una sonrisa.
—Tendré cuidado.
El gofre estaba crujiente por fuera y esponjoso por dentro, era fácil cortarlo solo con el tenedor. Trent utilizó un cuchillo. Yo me puse el cuadrado perfecto con cuidado en la boca para que no chorreara.
—Oh, Dios —dije con la boca llena, había renunciado a mis modales—. ?Esto sabe tan bien porque hemos estado a punto de morir o es que es la mejor cocinera de la tierra?
Era mantequilla de verdad y el jarabe de arce tenía el sabor oscuro que decía que era real al cien por cien. No al dos por ciento, no al siete por ciento, era jarabe de arce de verdad. Recordé el alijo de caramelos de jarabe de arce que había encontrado una vez mientras registraba la oficina de Trent y no me sorprendió.
Trent puso un codo en la mesa sin dejar de mirar su plato.
—Maggie les pone mayonesa. Les da una textura interesante.
Dudé y me quedé mirando el plato, después decidí que si no lo notaba, era porque no había huevo suficiente para preocuparme.
—?Mayonesa?
Un leve sonido de desesperación llegó desde la cocina.
—Se?or Kalamack… —Maggie salió limpiándose las manos en el mandil—. No vaya por ahí dando mis secretos o ma?ana se encontrará con hojas de té en su taza —lo ri?ó.
Trent se inclinó para mirar por encima de su hombro, sonrió un poco más y se convirtió en una persona totalmente diferente.
—Y entonces podré leer mi futuro. Que pase una buena noche, Maggie.
La se?ora carraspeó y se alejó, pasó junto a la salita hundida y giró a la izquierda en la balconada que se asomaba al gran salón. Apenas si podían oírse sus pasos y el cierre de la puerta principal rompió el silencio con estrépito. Cuando escuché el agua corriente en aquel silencio nuevo, tomé otro bocado.
Capo de la droga, asesino, mal hombre, me recordé. Pero el caso era que no hablaba y yo empezaba a sentirme incómoda.
—Oye, siento lo del agua en tu limusina —comenté.
Trent se limpió la boca.
—Creo que puedo permitirme la tintorería después de lo que hiciste.
—Con todo —dije mientras mi mirada se deslizaba al plato de fresas—. Lo siento.
Al ver que mi mirada se debatía entre la fruta y él, Trent hizo una mueca inquisitiva. No me las iba a ofrecer así que estiré el brazo y las cogí.
—El coche de Takata no es más bonito que el tuyo —dije y volqué el recipiente sobre lo que me quedaba de gofre—: Solo te estaba tomando el pelo.
—Ya me lo imaginaba —dijo con ironía. Había dejado de comer y yo levanté la cabeza para verlo con los cubiertos en la mano, me observaba raspar los restos de fresas con el cuchillo de la mantequilla.
—?Qué? —dije mientras dejaba el plato en la mesa—. Tú no ibas a servirte más.
Trent cortó con mucho cuidado otro cuadradito de gofre.
—?Así que has estado en contacto con Takata?
Me encogí de hombros.
—Ivy y yo nos vamos a ocupar de la seguridad de su concierto del próximo viernes.
Me metí un trocito en la boca y cerré los ojos al masticar.
—Esto está buenísimo —Trent no dijo nada y abrí los ojos—. ?Vas a, eh, ir?
—No.
Regresé a mi plato y lo miré entre un par de mechones de pelo.
—Me alegro. —Tomé otro bocado—. Ese tío es tremendo. Cuando hablamos llevaba unos pantalones de color naranja. Y lleva el pelo hasta aquí. —Hice un gesto para mostrárselo a Trent—. Pero seguramente ya lo conoces. En persona.
Trent seguía dedicado a su gofre con el ritmo constante de un caracol.
—Nos vimos una vez.
Satisfecha, deslicé todas las fresas por los restos de gofre que me quedaban y me concentré en ellas.
—Me recogió en la calle, me dio un paseo y me soltó en la autopista. —Sonreí—. Al menos hizo que alguien me trajera el coche. ?Has oído su última canción? —Música. Siempre podía mantener la conversación viva si iba de música. Y a Trent le gustaba Takata. Por lo menos eso sí que lo sabía.
—?Lazos Rojos? —preguntó Trent, había una extra?a intensidad en su voz.
Asentí, tragué lo que me quedaba y aparté el plato. Ya no quedaban más fresas y yo estaba llena.
—?La has oído? —pregunté mientras me acomodaba en la silla con mi café.