Antes bruja que muerta

—Pues cualquiera lo diría.

 

El pomo de la puerta cambió de posición y yo di una sacudida. Candice entró con una taza blanca de aspecto institucional en la mano: el café.

 

—Disculpen —dijo y su voz suave de gatita solo contribuyó a aumentar la tensión. Se deslizó entre Trent y Lee y rompió el contacto visual entre los dos.

 

Trent se estiró las mangas y respiró hondo muy despacio. Yo le eché un vistazo antes de coger el café. Parecía afectado pero porque estaba intentando reprimir la rabia, no por miedo. Pensé en sus biolaboratorios y en Ceri, oculta y a salvo con un anciano enfrente de mi iglesia. ?Estaba tomando decisiones por Ceri que en realidad debería estar tomando ella sola?

 

La taza era gruesa y sentí el calor en los dedos cuando la cogí. Arrugué el labio cuando me di cuenta que le había echado leche. Tampoco era que pensara tomarlo.

 

—Gracias —dije con una fea mueca cuando la vi adoptar una pose bastante sexual sobre el escritorio de Lee, con las piernas cruzadas por la rodilla.

 

—Lee —dijo mientras se inclinaba con gesto provocativo—. Hay un peque?o problema en el casino que necesita tu atención.

 

Lee la apartó con aire molesto.

 

—Ocúpate de lo que sea, Candice. Estoy con unos amigos.

 

Los ojos de la vampiresa se volvieron negros y se puso tensa.

 

—Es algo que tienes que solucionar. Mueve el culo y baja ahora mismo. No puede esperar.

 

Posé los ojos un momento en los de Trent y leí la sorpresa de este. Al parecer la bonita vampiresa era algo más que un simple adorno. ?Una socia?, me pregunté. Desde luego actuaba como tal.

 

La vampiresa miró a Lee con una ceja ladeada y un gesto de burlón malhumor que me hizo desear ser capaz de hacer lo mismo. Yo todavía no me había molestado en aprender.

 

—Ahora mismo, Lee —le apuntó, después se bajó del escritorio y le abrió la puerta.

 

Lee frunció el ce?o, se apartó los cortos mechones de los ojos y retiró la silla con una fuerza excesiva.

 

—Disculpadme. —Con los finos labios muy apretados, saludó a Trent con la cabeza al salir y se oyeron sus pasos secos en la escalera.

 

Candice me dedicó una sonrisa depredadora antes de escabullirse tras él.

 

—Disfruta del café —dijo al cerrar la puerta. Se oyó un chasquido cuando se cerró con llave.

 

 

 

 

 

26.

 

 

Respiré hondo y escuché el silencio. Trent cambió de postura y puso un tobillo encima de la otra rodilla. Tenía la mirada distante y preocupada y se mordía el labio inferior. No se parecía en nada al capo de las drogas y al asesino que era en realidad. Era gracioso pero no se le notaba a primera vista.

 

—Ha cerrado la puerta con llave —dije y me sobresalté con el sonido de mi propia voz.

 

Trent arqueó las cejas.

 

—No quiere que te pasees por ahí. A mí no me parece mala idea.

 

Qué gracioso, el elfo, pensé. Me contuve antes de fruncir el ce?o y me acerqué al peque?o ojo de buey que se asomaba al río helado. Limpié la condensación del cristal con la palma de la mano y observé el variado horizonte de la ciudad. La torre Carew estaba iluminada con luces festivas, resplandecían con la película dorada, verde y roja con la que cubrían las ventanas de los pisos superiores para que brillaran como bombillas enormes. No había nubes esa noche así que hasta pude ver unas cuantas estrellas a través de la ligera capa de contaminación de la ciudad.

 

Me di la vuelta y me llevé las manos a la espalda.

 

—No me fío de tu amigo.

 

—Yo nunca me he fiado. Así se vive más. —La mandíbula tensa de Trent se relajó y el verde de sus ojos se suavizó un poco—. Lee y yo pasábamos los veranos juntos cuando éramos crios. Cuatro semanas en uno de los campamentos de mi padre y cuatro semanas en la casa de la playa que tenía su familia en una isla artificial que había junto a la costa de California. Se suponía que era para fomentar la buena voluntad entre las dos familias. De hecho, fue él el que instaló el centinela en mi ventanal. —Trent sacudió la cabeza—. Tenía doce a?os. La verdad es que para la edad que tenía fue toda una haza?a. Sigue siéndolo. Dimos una fiesta y mi madre se cayó en el jacuzzi de lo achispada que estaba. Supongo que debería sustituirlo por cristal ahora que tenemos… dificultades.

 

Trent sonreía con aquel recuerdo agridulce pero yo había dejado de escuchar. ?Lee había instalado el centinela? Había adoptado el color de mi aura, igual que el disco del casino. Y nuestras auras resonaban con una frecuencia parecida. Entrecerré los ojos y pensé en la aversión al vino tinto que compartíamos.

 

—Tiene la misma enfermedad en la sangre que yo, ?verdad? —dije. No podía ser una coincidencia. No con Trent. Trent levantó la cabeza de golpe.

 

—Sí —dijo con cautela—. Por eso no lo entiendo. Mi padre le salvó la vida ?y ahora monta esto por unos cuantos millones al a?o?