Lee se echó hacia atrás con un ruido de incredulidad.
—Ahórrame toda esa mierda del buen samaritano —dijo con afectación—. Nosotros no le vendemos a nadie que no lo quiera. Y, Trent, el caso es que lo quieren. Cuanto más fuerte, mejor. Los niveles de mortalidad se estabilizan en menos de una generación. Los débiles mueren y los fuertes sobreviven, listos y dispuestos a comprar más. A comprar un producto más fuerte. Tu cuidadosa regulación lo único que hace es debilitar a todo el mundo. No hay un equilibrio natural, no se refuerza la especie. Quizá por eso quedáis tan pocos. Te has suicidado tú mismo al intentar salvarlos.
Me quedé sentada con las manos enga?osamente relajadas en el regazo, percibía la tensión que se iba acumulando en la peque?a habitación. ??Matar a la clientela débil?? ??Reforzar la especie?? ?Quién cojones se creía que era?
Lee hizo un movimiento rápido y yo me crispé.
—Pero, a fin de cuentas —dijo Lee, que se relajó cuando me vio moverme— en realidad estoy aquí porque tú estás cambiando las reglas. Y no pienso irme. Ya es muy tarde para eso. Me lo puedes entregar todo y salir con elegancia del continente o puedo cogerlo yo, de orfanato en orfanato, de hospital en hospital, de estación en estación, de esquina en esquina, de inocente de gran corazón en inocente de gran corazón. —Dio un sorbo y acunó el vaso entre los dedos entrelazados—. Me gustan los juegos, Trent. Y si te acuerdas, siempre ganaba yo, jugáramos a lo que jugáramos.
El ojo de Trent se crispó. Fue su única muestra de emoción.
—Tienes dos semanas para salir de mi ciudad —dijo, su voz era una cinta serena de aguas tranquilas que ocultaban una corriente mortal—. Voy a mantener mi red de distribución. Si tu padre quiere hablar, estoy dispuesto a escuchar.
—?Tu ciudad? —Lee posó los ojos en mí y después volvió a mirar a Trent—. Me parece a mí que está dividida. —Arqueó las finas cejas—. Muy peligrosa, muy atractiva. Piscary está en la cárcel y su sucesor no es muy eficaz, que digamos. Tú eres vulnerable, tras esa fachada de hombre de negocios honesto detrás de la que te ocultas. Voy a hacerme con Cincinnati y la red de distribución que con tanto esfuerzo has desarrollado, y la voy a utilizar como es debido. Lo tuyo es un desperdicio, Trent. Podrías controlar el hemisferio occidental entero con lo que tienes y lo estás tirando por el retrete con azufre de media potencia y biofármacos que les vendes a peque?os granjeros y casos de asistencia social que jamás llegarán a nada, ni te harán llegar a nada a ti.
Una rabia asesina me calentó la cara. Resultaba que yo era uno de esos casos de asistencia social y aunque lo más probable era que me mandaran a Siberia en una bolsa de biocontención si alguna vez se llegaba a saber, me puse furiosa. Trent era escoria pero Lee era una babosa de mierda. Estaba a punto de abrir la boca para decirle que no hablara de cosas que no entendía cuando Trent me tocó la pierna con el zapato para advertirme.
Los bordes de las orejas de Trent se habían puesto rojos y tenía la mandíbula apretada. Tamborileó en el brazo del sillón con los dedos, una muestra deliberada de su agitación.
—Ya controlo el hemisferio occidental —dijo Trent, su voz profunda y resonante me provocó un nudo en el estómago—. Y resulta que esos casos de asistencia social me dan más que los clientes de pago de mi padre… Stanley.
El rostro bronceado de Lee se puso pálido de rabia y yo me pregunté qué era lo que se estaba diciendo que yo no entendía. Quizá no había sido en la facultad. Quizá se habían conocido en el ?campamento?.
—No me vas a sacar de aquí con dinero —a?adió Trent—. Jamás. Ve a decirle a tu padre que baje los niveles de azufre si quieres que yo salga de la costa oeste.
Lee se levantó y yo me puse rígida, lista para moverme. él extendió las manos y se preparó.
—Sobreestimas tus posibilidades, Trent. Ya lo hacías cuando éramos críos y no has cambiado. Por eso estuviste a punto de ahogarte cuando intentaste volver nadando a la orilla y por eso perdiste cada partida que jugamos, cada carrera que echamos, cada chica que nos disputamos. —Había empezado a se?alarlo para subrayar sus palabras—. Crees que eres más de lo que eres, porque te han mimado y puesto por las nubes por logros que todos los demás dan por hechos. Admítelo. Eres el último de tu clase y es tu arrogancia lo que te ha puesto en esa posición.
Miré a uno y luego al otro. Trent seguía sentado con las piernas cómodamente cruzadas y los dedos entrelazados. Estaba muy quieto. Estaba indignado pero no se le notaba salvo por el temblor del borde de los pantalones.
—No cometas un error que no puedas subsanar luego —dijo en voz baj a—. Ya no tengo doce a?os.
Lee dio un paso atrás, había en él cierta satisfacción inoportuna y una gran seguridad en sí mismo cuando miró la puerta que teníamos detrás.