Impaciente de pronto por encontrarme con él, me deslicé por el asiento hasta la puerta abierta y me aparté con una sacudida cuando Jonathan me la cerró en la cara.
—?Eh! —grité, la adrenalina me provocó un dolor de cabeza. Se abrió la puerta y Jonathan me ofreció una sonrisa burlona y satisfecha.
—Disculpe, se?ora —dijo.
Tras él estaba Trent con una expresión cansada en la cara. Me ce?í el chal prestado y miré a Jonathan mientras salía.
—Vaya, gracias, Jon —dije con tono alegre—, pu?etero cabrón.
Trent agachó la cabeza y ocultó una sonrisa. Yo me levanté un poco más el chal, me aseguré de mantener la energía de la línea donde se suponía que tenía que estar y me cogí del brazo de Trent para que me ayudara a subir por la rampa congelada. Se puso rígido y quiso apartarse pero yo le cogí el brazo con la mano libre y metí el bolso entre los dos. Hacía frío y yo quería entrar de una vez.
—Llevo tacones por tu culpa —murmuré—. Lo menos que puedes hacer es asegurarte de que no me caigo de culo. ?O es que me tienes miedo?
Trent no dijo nada pero su postura cambió y se convirtió en reticente aceptación cuando cruzamos, paso a paso, el aparcamiento. Se giró para mirar por encima del hombro a Jonathan e indicarle que se quedara en el coche y yo le sonreí con afectación a aquel hombre alto y descontento, después le tiré los besitos de despedida de Erica, con sus orejitas de conejo y todo. Ya había oscurecido del todo y el viento me lanzaba copos de nieve contra las piernas, desnudas salvo por las medias. ?Por qué no había insistido en pedir prestado un abrigo?, me pregunté. El chal no servía para nada y además apestaba a lilas. Detestaba las lilas.
—?Tú no tienes frío? —le pregunté a Trent cuando lo vi tan cómodo como si estuviéramos en pleno julio.
—No —dijo y recordé a Ceri caminando por la nieve con una tolerancia parecida.
—Debe de ser cosa de elfos —murmuré y él lanzó una risita.
—Pues sí —dijo, clavé los ojos en él al oírlo tan tranquilo. Tenía los ojos brillantes de alegría y yo le eché un vistazo a la rampa que nos llamaba.
—Bueno, pues yo estoy congelada —gru?í—. ?Podemos ir un poco más rápido?
Trent aceleró el paso pero yo todavía estaba temblando cuando llegamos a la entrada. Trent sujetó la puerta, muy solícito, y me indicó que pasara yo delante. Le solté el brazo y entré rodeándome con los brazos para intentar entrar en calor. Le dediqué al portero una breve sonrisa y recibí a cambio una mirada estoica y vacía. Me quité el chal y se lo tendí con dos dedos al encargado del guardarropa mientras me preguntaba si podría, mira por dónde, dejarlo allí… sin querer, por supuesto.
—El se?or Kalamack y la se?orita Morgan —dijo Trent sin hacer caso del libro de visitas—. Nos están esperando.
—Sí, se?or. —El portero hizo un gesto para que alguien ocupara su lugar—. Por aquí.
Trent me ofreció el brazo y yo dudé un momento, intenté leer algo en su rostro sereno pero no lo conseguí. Respiré hondo y entrelacé mi brazo con el suyo. Cuando le rocé la mano con los dedos, hice un esfuerzo consciente por mantener el nivel de energía de la línea a pesar del ligero tirón en el chi.
—Mucho mejor —dijo, sus ojos inspeccionaban la atestada sala de juego mientras seguíamos al portero—. Está usted mejorando a pasos agigantados, se?orita Morgan.
—Que te den, Trent —dije mientras les sonreía a las personas que levantaron la cabeza cuando entramos. Noté la mano de Trent caliente bajo mis dedos y me sentí como una princesa. Hubo una pausa en medio del ruido y cuando se volvieron a alzar las conversaciones había una emoción que no se podía achacar del todo al juego.
Hacía calor y en el aire flotaba un aroma agradable. El disco que colgaba en el centro de la habitación no parecía moverse pero me imaginé que si me molestaba en mirarlo con mi percepción extrasensorial, estaría latiendo con aquel horrible color morado y negro. Le eché un vistazo a mi reflejo para ver si mi cabello se estaba comportando bajo los hilos y la espuma del estilista y me alegré de ver que el amarillo de mi ojo morado seguía oculto bajo el maquillaje normal. Después volví a mirar.
?Mierda! pensé mientras frenaba un poco. Trent y yo teníamos un aspecto fantástico. No era de extra?ar que nos mirara la gente. El era un hombre gallardo y esbelto y yo estaba muy elegante con mi vestido prestado y el pelo recogido y sujeto con aquel pesado hilo de oro. Los dos exudábamos confianza y los dos sonreíamos. Pero si bien parecíamos la pareja perfecta, me di cuenta de que aunque estábamos juntos, cada uno estaba también solo. Nuestras fuerzas no dependían del otro y si bien eso no era malo, tampoco se prestaba a convertirnos en una pareja. Nos limitábamos a estar allí, uno al lado del otro, muy guapos, eso sí, pero nada más.