Y la magia celta me ponía los pelos de punta. Era un arte especializado y buena parte de él dependía de la fe, no de si hacías el hechizo bien o no. Más que magia era una religión y a mí no me gustaba mezclar la religión y la magia, se podían crear unas fuerzas fortísimas cuando algo inconmensurable mezclaba su voluntad con la intención del practicante. Era una magia salvaje y a mí, la mía me gustaba más científica. Si invocas la ayuda de un ser superior, no puedes quejarte si después, las cosas no van según tus planes sino según los de él.
—Date la vuelta —dijo Trent y mis ojos se clavaron en los suyos—. Te lo voy a poner. Tiene que estar ce?ido para que quede bien.
Como no estaba por la labor de demostrarle a Trent que me daba aprensión y los amuletos de protección eran bastante fiables, me quité la sencilla gargantilla de oro de imitación que llevaba al cuello y la dejé caer en el bolsito de mano con los pendientes. Me preguntaba si Trent se daba cuenta de lo que indicaba que me pusiera aquello pero decidí que seguramente lo sabía y además le hacía mucha gracia.
La tensión me endureció los hombros cuando me recogí los mechones de pelo que Randy había dejado sueltos para crear efecto. El collar se asentó alrededor de mi cuello, y su peso me transmitió una sensación de seguridad, todavía cálido del bolsillo en el que había estado guardado.
Los dedos de Trent me rozaron y di un peque?o ga?ido de sorpresa cuando una oleada de energía de línea luminosa me atravesó y entró en mi compa?ero. El coche dio un volantazo y los dedos de Trent se apartaron de un tirón. El collar cayó en el suelo enmoquetado con un tintineo metálico. Me lo quedé mirando con la mano en la garganta.
Trent se había metido en una esquina. La luz ámbar del techo destellaba y lo envolvía en sombras. Me echó un vistazo, molesto, se inclinó hacia delante a toda prisa y recogió el collar del suelo, después lo agitó hasta que lo tuvo estirado en la mano.
—Perdona —dije con el corazón a mil y la mano todavía en el cuello.
Trent frunció el ce?o y miró a Jonathan a través del espejo retrovisor antes de hacerme un gesto para que volviera a darme la vuelta. Cosa que hice, muy consciente de que lo tenía detrás.
—Quen me ha dicho que has estado trabajando en tus habilidades para manejar las líneas luminosas —dijo Trent mientras me rodeaba otra vez con el metal—. A mí me llevó una semana aprender a evitar que la energía de mi familiar intentara igualarse cuando tocaba a otro iniciado. Claro que en aquella época tenía tres a?os, así que tenía una excusa.
Bajó las manos y yo me puse cómoda entre los suaves cojines. Trent lucía una expresión engreída de la que había desaparecido su habitual profesionalidad. No era asunto suyo que fuera la primera vez que intentaba almacenar energía de una línea en mi interior por una cuestión de conveniencia. Me apetecía mandarlo todo a freír espárragos. Me dolían los pies y, gracias a Quen, quería irme a casa, comerme un tarro entero de helado y recordar a mi padre.
—Quen conocía a mi padre —dije con tono hosco.
—Eso he oído. —No me miraba a mí, sino al paisaje junto al que pasábamos de camino al centro de la ciudad.
Se me aceleró la respiración y cambié de postura.
—Piscary dijo que mató a mi padre pero por lo que insinuó Quen, hubo algo más.
Trent cruzó las piernas y se desabrochó la americana.
—Quen habla demasiado.
La tensión me provocó un nudo en el estómago.
—?Nuestros padres trabajaban juntos? —pregunté—. ?Haciendo qué?
Se le crispó el labio y se pasó una mano por el pelo para asegurarse de que lo llevaba aplastado. Desde el asiento del conductor, Jonathan lanzó una tos de advertencia. Ya, claro. Como si sus amenazas significaran algo para mí.
Trent cambió de postura en el asiento para mirarme, en su rostro había una nube de interés.
—?Lista para trabajar conmigo?
Alcé una ceja y lo miré. Trabajar conmigo. La última vez era trabajar para mi.
—No. —Sonreí aunque lo que me apetecía era darle un buen pisotón—. Quen parece culparse a sí mismo por la muerte de mi padre. Cosa que me parece fascinante. Sobre todo porque fue Piscary el que se hizo responsable de su muerte.
Trent suspiró de repente. Estiró la mano para sujetarse cuando entramos en la autopista.
—Piscary mató a mi padre en el acto —dijo—. Tu padre sufrió un mordisco mientras intentaba ayudarlo. Se suponía que Quen tenía que estar allí, no tu padre. Por eso fue Quen a echarte una mano para dominar a Piscary. Tenía la sensación de que tenía que ocupar el lugar de tu padre, cree que fue culpa suya que tu padre no estuviera allí para ayudarte.
Me entró un escalofrío y volví a hundirme en el asiento de cuero. Yo creía que Trent había enviado a Quen pero al parecer Trent no había tenido nada que ver. Sin embargo, un pensamiento molesto resurgía una y otra vez entre tanta confusión.
—Pero mi padre no murió de un mordisco de vampiro.
—No —dijo Trent sin comprometerse, con los ojos clavados en el contorno creciente de la ciudad—. Así es.
—Murió cuando sus glóbulos rojos empezaron a atacar a los tejidos blandos —le apunté; esperaba que me dijera algo más, pero Trent se había cerrado en banda—. Eso es todo lo que me vas a decir, ?eh? —dije, tajante, y el tipo me dedico una especie de sonrisa, encantadora y astuta.