Antes bruja que muerta

—Por ahí no —casi ladró Jonathan cuando di un paso hacia el dormitorio—. Eso es el dormitorio. Ni se te ocurra entrar. El vestidor está por ahí.

 

—Lo siento —dije con sarcasmo, y después me eché la bolsa de la ropa al hombro y lo seguí a un ba?o. Al menos pensé que era un ba?o. Había tantas plantas que era difícil saberlo. Era del tama?o de mi cocina. La multitud de espejos reflejaron las luces que encendió Jonathan hasta que tuve que gui?ar los ojos. Aquella luz deslumbradora pareció molestarlo a él también, ya que se puso a manipular la batería de interruptores hasta que la multitud de bombillas se redujeron a una sobre el váter y otra sobre el único lavabo y la costosa encimera. Relajé los hombros cuando se atenuó la luz.

 

—Por aquí —dijo Jonathan al pasar por un arco abierto. Lo seguí y me paré en seco nada más entrar. Supongo que era un armario porque había ropa dentro (ropa de mujer, de aspecto caro) pero la habitación era enorme. Un biombo de papel de arroz ocupaba una esquina con un tocador en la parte posterior. Había una mesa peque?a con dos sillas dispuestas a la derecha de la puerta. A la izquierda había un espejo triple. Lo único que le hacía falta era una barra de bar. Maldita fuera. No cabía duda de que me había equivocado de carrera.

 

—Puedes cambiarte aquí —dijo Jonathan con tono gangoso—. Intenta no tocar nada.

 

Molesta, dejé caer el abrigo en una silla y colgué la bolsa de la ropa en un gancho que había a propósito. Con los hombros tensos, bajé la cremallera de la bolsa y me volví, sabía que Jonathan me estaba juzgando. Pero alcé las cejas al ver la expresión sorprendida que puso al observar el conjunto que me había aconsejado Kisten. Después, su rostro volvió a mostrar la expresión gélida de siempre.

 

—No te vas a poner eso —dijo, tajante.

 

—Que te den —le solté.

 

Jonathan se dirigió con movimientos forzados a unas puertas correderas con espejo y las abrió para sacar un vestido nuevo, como si supiera con toda exactitud dónde estaba.

 

—No pienso ponerme eso. —Intenté que mi voz sonara fría pero el vestido era exquisito, hecho de una tela suave, muy escotado por la espalda, y alto y favorecedor en la parte delantera y alrededor del cuello. Me caería hasta los tobillos y me haría parecer alta y elegante. Me tragué la envidia.

 

—Es demasiado escotado por la espalda y así no puedo esconder la pistola de hechizos. Y es demasiado apretado, con eso no se puede correr. Es un vestido penoso.

 

Dejó caer el brazo extendido y casi no pude evitar encogerme cuando la preciosa tela se convirtió en un charco en la moqueta.

 

—Pues elige tú uno.

 

—Quizá lo haga. —Me acerqué al armario, no muy segura.

 

—Los trajes de noche están en ese —dijo Jonathan con aire condescendiente.

 

—Hasta ahí llego… —me burlé pero se me quedaron los ojos como platos y estiré la mano para tocarlos. Dios mío, eran todos preciosos, cada uno con una elegancia sencilla y discreta. Estaban organizados por colores, con zapatos y bolsos a juego dispuestos con cuidado debajo. Algunos tenían sombreros en los estantes de arriba. Hundí los hombros cuando toqué un vestido de color rojo encendido, pero el ?puta? susurrado de Jonathan me empujó a seguir moviéndome. Mis ojos lo abandonaron de mala gana.

 

—Bueno, Jon —dije mientras él me veía revolver entre los vestidos—. O bien Trent es travestí o le gusta traer a mujeres altas de la talla treinta y ocho a esta casa, las trae con traje de noche y las manda a casa con harapos. —Le eché un vistazo—. ?O se limita a follárselas y después se las carga?

 

Jonathan apretó la mandíbula y se puso rojo.

 

—Son para la se?orita Ellasbeth.

 

—?Ellasbeth? —Aparté las manos de un vestido morado que a mí me costaría un mes entero de encargos. ?Trent tenía novia?—. ?Ah, no, joder! No pienso ponerme el vestido de otra mujer sin pedirle permiso.

 

El tipo lanzó una risita y su rostro adoptó una ligera expresión irritada.

 

—Son del se?or Kalamack. Si él dice que puedes ponértelos, es que puedes.

 

No del todo convencida, volví a buscar entre los vestidos. Pero todas mis aprensiones se desvanecieron cuando mis manos tocaron uno gris, suave y vaporoso.

 

—Oh, mira esto —dije sin aliento mientras sacaba la parte superior y la falda del armario y los levantaba con gesto triunfante, como si a Jon le importara una mierda.

 

Jonathan apartó la mirada del armarito de pa?uelos, cinturones y bolsos que acababa de abrir.