—Adelante, peque?o elfo —dije furiosa; sentía la energía de la línea que había tejido esa tarde en mi cabeza y que estaba a punto de derramarse y llenar mi cuerpo—. Dame una buena razón.
El sonido de una puerta al cerrarse atrajo la atención de los dos y la llevó a la balconada del segundo piso. Jonathan ocultó su visible enfado y dio un paso atrás. De repente me sentí como una auténtica estúpida, allí encima de la mesa. Trent se detuvo en seco, sorprendido, sobre nosotros, con una camisa de vestir y pantalones; después parpadeó varias veces.
—?Rachel Morgan? —le dijo sin alzar la voz a Quen, que estaba a su lado pero un poco más atrás—. No. Esto es inaceptable.
Intenté salvar algo de la situación y alcé una mano en el aire con gesto extravagante. Me puse la otra en la cadera y posé como la chica de un anuncio ense?ando un coche nuevo.
—?Tachan! —dije con tono alegre, sintiéndome insegura a causa de los vaqueros, la sudadera y el nuevo corte de pelo que no terminaba de gustarme—. Hola, Trent. Esta noche soy tu ni?era. Oye, ?dónde esconden tus viejos el alcohol? Pero el bueno, ?eh?
Trent frunció el ce?o.
—No la quiero aquí. Ponte el traje. Nos vamos en una hora.
—No, Sa'han.
Trent se había dado la vuelta para irse pero se paró en seco.
—?Puedo hablar contigo un momento? —dijo en voz baja.
—Sí, Sa'han —murmuró el más bajo con tono respetuoso pero sin moverse.
Yo salté de la mesa. ?Sabía cómo crear una buena impresión o qué?
Trent frunció el ce?o y su atención se dividió entre un Quen impenitente y el aire nervioso de Jonathan.
—Estáis los dos metidos en esto —dijo.
Jonathan se llevó las manos a la espalda y se alejó un paso más de mí con gesto sutil.
—Confío en el criterio de Quen, Sa'han —dijo, su voz profunda se alzaba con claridad en la sala vacía—. No confío, sin embargo, en el de la se?orita Morgan.
—Vete a freír monas, Jon —resoplé, ofendida.
Al tipo se le crisparon los labios. Yo sabía que odiaba aquel diminutivo. Trent tampoco estaba muy contento. Le echó un vistazo a Quen y empezó a bajar las escaleras a ritmo rápido y constante; a medio vestir con su traje oscuro de dise?o parecía una portada de GP. Le habían peinado hacia atrás el fino cabello rubio y la camisa le tiraba un poco en los hombros al descender al piso inferior. La elasticidad de su paso y el destello de sus ojos decían a gritos que el mejor momento de los elfos eran las cuatro horas que rodeaban la puesta y la salida del sol. Una corbata de color verde profundo le rodeaba el cuello de modo informal, aunque todavía no se había hecho el nudo. Por Dios, estaba francamente guapo, era todo lo que cualquier ente femenino podría desear: joven, atractivo, poderoso y seguro de sí mismo. No me hacía mucha gracia que me gustara aquella pinta pero eso era lo que había.
Con una expresión interrogadora, Trent bajó las escaleras estirándose las mangas de la camisa y abrochándose los pu?os con una rapidez ensimismada. Llevaba los dos primeros botones de la camisa desabrochados, lo que ofrecía una visión intrigante. Levantó la cabeza al llegar al rellano inferior y durante solo un instante hizo una pausa cuando vio el ventanal.
—?Qué le ha pasado al centinela? —preguntó.
—La se?orita Morgan lo tocó. —Jonathan tenía la expresión alegre y satisfecha de un crío de seis a?os chivándose de su hermana mayor—. Le aconsejo que no acepte los planes de Quen. Morgan es impredecible y peligrosa.
Quen le lanzó una mirada asesina que Trent no vio porque se estaba abotonando el cuello de la camisa.
—Luces al máximo —dijo Trent y tuve que gui?ar los ojos cuando las enormes luces del techo se fueron encendiendo una a una para iluminarla habitación como si fuera de día. Se me hizo un nudo en el estómago al mirar el ventanal. Mierda. Lo había roto pero bien. Tenía hasta mis vetas rojas y no me hacía gracia que aquellos tres supieran que había tanta tragedia en mi pasado. Pero al menos el negro de Al había desaparecido. Gracias a Dios.
Trent se acercó un poco más, su rostro terso era ilegible. Cuando se detuvo percibí el olor limpio a su loción para después del afeitado.
—?Se puso así cuando la tocaste? —preguntó y su mirada fue de mi nuevo corte de pelo a la ventana.
—Yo, eh, sí. Quen dijo que era una lámina de siempre jamás y pensé que era un círculo de protección modificado.
Quen agachó la cabeza y se acercó más.
—No es un círculo de protección, es un centinela. Tu aura y el aura de la persona que lo instaló deben de resonar con una frecuencia parecida.