Antes bruja que muerta

Yo cambié de posición la bolsa de la ropa, que hizo el sonido característico del nailon contra la ropa; iba mirando de uno a otro a medida que las corrientes políticas pasaban entre ellos. No sabía lo que había tras aquella puerta pero tenía que ser bueno.

 

El hombre más bajo y más peligroso entrecerró los ojos y las cicatrices de la viruela se quedaron blancas en un rostro que de repente se puso rojo.

 

—Esta noche es ella la que lo va a mantener con vida —dijo—. No pienso hacer que se cambie y lo espere en una simple oficina como si fuera una puta pagada.

 

En los ojos azules de Jonathan había incluso más determinación. Se me aceleró el pulso y me aparté de los dos.

 

—Muévete —entonó Quen; su voz, sorprendentemente profunda, resonó por todo mi cuerpo.

 

Aturdido, Jonathan dio un paso atrás. A Quen se le tensaron los músculos de la espalda y tiró de la puerta.

 

—Gracias —dijo sin sinceridad alguna al tiempo que se abría la puerta, lenta por la inercia.

 

Me quedé con la boca abierta: ?aquella pu?etera puerta tenía quince centímetros de grosor! El sonido del agua corriente se multiplicó, acompa?ado por el olor a nieve húmeda, pero el caso era que no hacía frío; eché un vistazo por encima de los estrechos hombros de Quen y vi una moqueta con un suave jaspeado y una pared forrada de paneles de una madera oscura que se había aceitado y frotado hasta hacerla resplandecer con un profundo brillo dorado. Eso, pensé mientras seguía a Quen al interior, tenía que ser el alojamiento privado de Trent.

 

El corto pasillo se extendió de inmediato, convertido en el corredor de un segundo piso. Me detuve en seco cuando me asomé a la gran habitación que teníamos debajo. Era impresionante, unos cuarenta metros de largo, la mitad de ancha y con una altura de unos seis metros. Habíamos salido en el segundo piso, que abrazaba el techo. Abajo, entre la suntuosa moqueta y las maderas, había colocados sin orden aparente asientos varios en forma de sofás, sillones y mesitas de café. Todo estaba decorado en suaves tonos tierra, acentuados por el granate y el negro. Una chimenea del tama?o de un camión de bomberos ocupaba una pared entera pero lo que me llamó la atención de verdad fue el ventanal que iba del suelo al techo, se extendía por toda la pared que tenía enfrente y dejaba entrar la luz oscura de primeras horas de la noche.

 

Quen me tocó el hombro y empecé a bajar las amplias escaleras enmoquetadas. Mantuve una mano en la barandilla porque no podía apartar los ojos del ventanal, fascinada. Ventanal, no ventanales, porque parecía un único cristal. No me parecía que un cristal tan grande fuera muy acertado en términos estructurales pero allí estaba, como si no tuviera un grosor superior a unos cuantos milímetros y sin distorsión alguna. Como si no hubiera nada.

 

—No es plástico —dijo Quen en voz baja, con los ojos verdes clavados en la vista—. Es energía de línea luminosa.

 

Lo miré de repente y leí en sus ojos que me decía la verdad. Al ver mi asombro, una leve sonrisa se abrió paso entre sus rasgos marcados por la Revelación.

 

—Es la primera pregunta que hace todo el mundo —dijo para demostrar que sabía lo que yo había estado pensando—. El sonido y el aire son lo único que puede pasar.

 

—Debe de haber costado una fortuna —dije mientras me preguntaba cómo sacaban la habitual calima roja de siempre jamás. Tras la energía había una vista despampanante de los jardines privados de Trent, cubiertos de nieve. Un risco de roca se elevaba casi a la misma altura del tejado y una catarata caía por encima y dejaba bandas cada vez más gruesas de hielo que resplandecían con las últimas luces del día. El agua se remansaba en una cuenca de aspecto natural que yo habría apostado a que no lo era y se convertía en un arroyo que serpenteaba entre las enraizadas plantas y arbustos de hoja perenne hasta que desaparecía.

 

Una terraza grisácea por el tiempo y despojada de nieve se extendía entre el ventanal y el jardín. Mientras descendía sin prisas al nivel inferior, decidí que el disco redondo de cedro que estaba al mismo nivel que la terraza y del que se filtraba algo de vapor debía de ser un jacuzzi. No muy lejos había una zona más baja con mesas y sillas para hacer fiestas en el patio. Yo siempre había pensado que la parrilla de Ivy, con su cromo reluciente y sus enormes quemadores, era una pasada pero me imaginaba que lo que tuviera Trent sería hasta obsceno.

 

Me encontré en el piso bajo y bajé los ojos, de repente tenía la sensación de que estaba caminando sobre marga en lugar de una moqueta.

 

—Muy bonito —dije sin aliento y Quen me indicó que esperara en el conjunto de sillones más cercano.