—Deberías estar muerta —dijo con tono maravillado—. ?Cómo es que sigues viva?
Apreté la mandíbula e hice lo que pude por soltarme la mano, por meter los dedos entre los suyos y mi mu?eca.
—Me esfuerzo mucho. —Me soltó y caí hacia atrás con un jadeo.
—Te esfuerzas mucho. —Sonrió, dio un paso atrás y me miró de arriba abajo—. Los locos tienen una elegancia propia. Tengo que fundar un grupo de estudio.
Asustada, me encorvé sobre la mu?eca y la sostuve.
—Y tendré a personas como tú entre los míos, Rachel Mariana Morgan. Cuenta con ello.
—No pienso ir a siempre jamás —dije con voz tensa—. Tendrás que matarme antes.
—No tienes alternativa —entonó, lo que me provocó un escalofrío—, si invocas una línea después de la puesta de sol, te encontraré. No puedes hacer un círculo que pueda impedirme entrar. Si no estás en suelo sagrado, te dejaré sin sentido a golpes y te arrastraré a siempre jamás. Y de allí no podrás escapar.
—Prueba entonces —lo amenacé, estiré un brazo y busqué detrás de mi el martillo para golpear la carne que colgaba en la rejilla de arriba. No puedes tocarme a menos que te hagas sólido y eso te va a doler, rojillo.
Con el ce?o fruncido de preocupación, Al dudó un instante. Pensé por un momento que sería como intentar aplastar una avispa. El momento lo era todo. Ceri lucía una sonrisa que no entendí.
—Algaliarept —dijo en voz baja—. Has cometido un error. Ha encontrado una laguna en tu contrato y ahora tendrás que aceptarlo y dejar en paz a Rachel Mariana Morgan. Si no lo haces, voy a fundar una escuela para ense?ar a almacenar la energía de las líneas.
La cara del demonio se quedó inexpresiva.
—?Eh, Ceri? Espera un momento, amor.
Con el martillo en la mano, me fui alejando de espaldas hasta que sentí la burbuja fría de Ceri detrás de mí. Estiró la mano y salté cuando tiró de mí, su círculo se alzó con un destello antes de darme cuenta siquiera de que había caído. Relajé los hombros al ver el brillo trémulo y negro entre Al y nosotras. Entre el tizón que Al había dejado en ella solo se percibía el levísimo brillo azul de su aura da?ada. Le di unos golpecitos en la mano cuando ella me dio de lado un abrazo aliviado.
—?Y eso es un problema? —pregunté sin entender muy bien por qué Al estaba tan disgustado.
La expresión de Ceri era de lo más engreída.
—Cuando huí de él ya sabía cómo se hacía. Y por culpa de eso se va a meter en un lío. En un buen lío. Me sorprende que no lo hayan llamado todavía para que dé explicaciones. Claro que quizá sea porque nadie lo sabe. —Se giró y posó la mirada burlona de sus ojos verdes en Al—. Todavía.
Sentí una extra?a punzada de alarma cuando observé la satisfacción salvaje de la expresión de Ceri. Siempre había dispuesto de aquella información, solo estaba esperando al mejor momento para utilizarla. Aquella mujer era más astuta que Trent y tampoco parecía tener ningún problema en jugar con la vida de la gente, la mía incluida. Menos mal que estaba de mi lado. Porque lo estaba, ?verdad?
Al levantó una mano para protestar.
—Ceri, podemos hablarlo.
—Dentro de una semana —dijo su antigua familiar con toda seguridad—, no habrá ni una sola bruja de líneas luminosas en todo Cincinnati que no sepa cómo ser su propio familiar. Dentro de un a?o, el mundo quedará cerrado para ti y los tuyos y serás tú el que tenga que responder por ello.
—?Y eso es para tanto? —pregunté mientras Al se ajustaba las gafas y cambiaba de postura. Hacía frío lejos de la rejilla de ventilación y me estremecí envuelta en la ropa húmeda.
—Es más difícil convencer a una persona para que haga una elección absurda si puede resistirse —dijo Ceri—. Si esto se sabe, su reserva de familiares en potencia será más débil e indeseable en cuestión de unos cuantos a?os.
Me quedé con la boca abierta.
—Ah.
—Te escucho —dijo Al mientras se sentaba con una postura rígida e incómoda. Un rayo de esperanza tan fuerte que casi dolía me atravesó entera.
—Quítame la marca demoníaca, rompe el vínculo de servidumbre, accede a dejarme en paz y no se lo diré a nadie.
Al bufó.
—No te cortas a la hora de pedir, ?eh?
Ceri me dio un apretón de advertencia en el brazo y después me soltó.
—Déjame a mí. En los últimos setecientos a?os he escrito la mayor parte de sus contratos no verbales. ?Puedo hablar por ti?
La miré, le ardían los ojos con una mirada salvaje: necesitaba vengarse. Dejé el martillo poco a poco en el suelo.
—Claro —dije, empezaba a preguntarme qué era exactamente lo que había salvado de siempre jamás.