Me la quedé mirando y empecé a entenderlo todo.
—?Digaaaa? —ronroneó Al apoyado en el fregadero, el cilindro rosa tenía un aspecto extra?o junto a su encanto del viejo mundo—. ?Nicholas Gregory Sparagmos! ?Qué gran placer!
Levanté la cabeza de repente.
—?Nick? —dije sin aliento.
Al tapó con una larga manó el teléfono y habló con tono afectado.
—Es tu novio. Te lo voy a irradiar. Pareces cansada. —Arrugó la nariz y se volvió hacia el teléfono—. Lo has sentido, ?no? —dijo con tono alegre—. ?A que te falta algo? Ten cuidado con lo que deseas, peque?o mago.
—?Dónde está Rachel? —dijo la voz de Nick, aflautada y minúscula. Parecía aterrado y se me cayó el alma a los pies. Estiré el brazo aunque sabía que Al no iba a darme el teléfono.
—Pues resulta que está a mis pies —dijo Al con una gran sonrisa—. Mía, toda mía. Cometió un error y ahora es mía. Envíale unas flores a la tumba. Es todo lo que puedes hacer.
El demonio escuchó un momento, las emociones revoloteaban sobre él.
—Oh, no hagas promesas que no puedes mantener. Es taaaan plebeyo. Resulta que ya no necesito ningún familiar, así que no voy a responder a tus peque?as invocaciones; no me llames. La chica ha salvado tu alma, hombrecito. Una pena que nunca le dijeras lo mucho que la querías. Los humanos sois tan imbéciles…
Cortó la llamada de Nick en plena protesta de este. Cerró el móvil con un sonido seco y lo volvió a dejar caer en mi bolso. Empezó a sonar de inmediato y Al lo tocó una vez. Mi móvil hizo sonar su aborrecible canción de despedida y se apagó.
—Bueno. —Al dio una palmada—. ?Dónde estábamos? Ah, sí. Vuelvo enseguida. Quiero verlo funcionar. —Con los ojos resplandeciendo de placer, el demonio se desvaneció con una peque?a corriente de aire.
—?Rachel! —exclamó Ceri. Cayó sobre mí y me sacó a rastras del círculo roto. La empujé, demasiado deprimida para intentar apartarme. Allí estaba. Al iba a llenarme con su fuerza, me obligaría a sentir sus pensamientos, me convertiría en una simple batería capaz de hacerle el té y fregarle los platos. Comenzó a rodar la primera de mis lágrimas de impotencia pero no encontré la voluntad de odiarme por ellas. Sabía que debería estar llorando. Había apostado la vida para encerrar a Piscary y había perdido.
—?Rachel! ?Por favor! —me rogó Ceri, me agarraba con tal fuerza que me dolía cuando intentaba arrastrarme. Tenía los pies mojados y emitían un chirrido, la empujé para intentar hacerla parar.
Una burbuja roja de siempre jamás cobró vida con un estallido seco donde Al se había desvanecido. La presión de aire cambió de forma violenta y Ceri y yo nos tapamos los oídos con las manos.
—?Maldito sea el cielo y todo lo que hay en él! —maldijo Al con la levita verde de terciopelo abierta y desali?ada. Estaba despeinado y ya no llevaba las gafas—. ?Pero si lo hiciste todo bien! —gritó entre violentos gestos—. Tengo tu aura. Tú tienes la mía. ?Por qué no puedo llegar a ti a través de las líneas?
Ceri se arrodilló a mi lado y me rodeó con un brazo con gesto protector.
—?No ha funcionado? —dijo con voz trémula, mientras tiraba de mí un poco más. Su dedo húmedo trazó un rápido círculo a nuestro alrededor.
—Mírame, ?te parece que ha funcionado? —exclamó Al—. ?Te parece que estoy contento?
—No —dijo Ceri, sin aliento, y su círculo se expandió a nuestro alrededor, manchado de negro pero fuerte—. Rachel —dijo dándome un apretón—. Todo va a ir bien.
Al se quedó muy quieto. Se giró en medio de un silencio mortal y sus botas hicieron un ruido suave en el piso.
—No, de eso nada.
Abrí mucho los ojos al ver su cólera frustrada. Oh, Dios. Otra vez no.
Me puse rígida cuando invocó una línea y la mandó a toda velocidad contra mí. Con ella llegó un susurro de emoción demoníaca, una anticipación satisfecha. Me atravesó el fuego y chillé al tiempo que apartaba a Ceri de un empujón. Su burbuja estalló y tuve la sensación de que se convertía en agujas calientes que contribuyeron a mi agonía.
Encogida en posición fetal, busqué con frenesí la palabra en mis pensamientos, ?Tulpa?, y me derrumbé de alivio cuando me atravesó el torrente y se acomodó en la esfera de mi mente. Levanté poco a poco la cabeza, jadeando. La confusión y la frustración de Al me llenaron. Mi cólera fue creciendo hasta que ensombreció sus emociones.
Los pensamientos de Al que había en los míos se tornaron en pura sorpresa. Se me nubló la vista cuando lo que veía entró en conflicto con lo que mi cerebro decía que era verdad y me levanté con un tambaleo. La mayor parte de las velas se habían apagado, derribadas, convertidas en charcos de cera que aromatizaban el aire con humo. Al sintió el desafío a través del vínculo que nos unía y su rostro adquirió una expresión desagradable cuando se coló el orgullo que yo sentía por haber aprendido a almacenar energía.