Mi mirada siguió a la suya y me sujeté el estómago. Me podía ver en él. Tenía el rostro cubierto por el aura de Al, negro y vacío. Solo se me veían los ojos, un tenue fulgor parpadeaba a su alrededor. Era mi alma, que intentaba crear aura suficiente para ponerla entre la de Al y la mía. Pero no bastaba, el espejo la iba absorbiendo toda y yo empezaba a sentir la presencia de Al hundiéndose en mi cuerpo.
Me di cuenta de que estaba jadeando e imaginé lo que debía de haber sido para Ceri, con su alma desaparecida por completo y el aura de Al filtrándose así en ella sin cesar, foránea y malvada.
Me puse a temblar. Me tapé la boca con la mano y busqué como una loca algo en lo que vomitar. Contuve las arcadas y me aparté del espejo. Iba a vomitar. Ah, no, de eso nada.
—Maravilloso —dijo Al cuando me encorvé con los dientes apretados y la bilis en la boca—. Ya lo tienes todo. Trae. Ya lo echo yo en la tinaja por ti.
Su voz era alegre y brillante y mientras lo miraba entre el pelo que me cubría la cara, Al dejó caer el espejo en la poción. El brebaje destelló y se hizo transparente. Como yo sabía que ocurriría.
Ceri estaba sentada en el suelo, llorando con la cabeza en las rodillas. Levantó la cabeza y pensé que estaba mucho más hermosa todavía con todas aquellas lágrimas. Cuando yo lloraba, solo me ponía fea.
Me sobresalté cuando un grueso volumen amarillento golpeó la encimera a mi lado. La luz que atravesaba la ventana estaba empezando a hacerse más fuerte pero el reloj decía que solo eran las cinco. Casi tres horas para que saliese el sol y pusiese fin a aquella pesadilla, a menos que Al le pusiera fin antes.
—Léelo.
Bajé la cabeza y lo reconocí. Era el libro que yo había encontrado en mi ático, el que Ivy había afirmado que no estaba entre los que había dejado allí para mí, el mismo que yo le había dado a Nick para que me lo guardara después de que lo usara sin querer para convertirlo en mi familiar y el mismo libro que Al nos había quitado con enga?os. El que Algaliarept había escrito para convertir a la gente en familiares de demonios. Mierda.
Tragué saliva. Tenía los dedos pálidos cuando los apoyé en el texto y lo recorrí para encontrar el encantamiento. Estaba en latín pero yo sabía la traducción.
—?Parte para ti, y para mí todo? —susurré—. ?Unidos por un vínculo, ese es mi ruego?.
—Pars ubi, totum mihi —dijo Al con una sonrisa—. Vinctus vinculuis, prece fratis.
Me empezaron a temblar los dedos.
—?Bajo la seguridad de la luna, la luz sana. Caos decretado, en vano sea nombrado?.
—Luna servata, lux sanata. Chaos statutum, pejus minutum. Continúa. Termina.
Solo quedaba una línea. Una línea y el hechizo estaría completo. Nueve palabras y mi vida sería un infierno viviente ya estuviera en mi lado de las líneas o no. Respiré hondo. Y después otra vez.
—?Al abrigo de la mente? —susurré. Me temblaba la voz y cada vez me costaba más respirar—. ?Portador del dolor. Cautivos hasta que los mundos mueran…?.
La sonrisa de Al se abrió todavía más y en sus ojos hubo un destello negro.
—Mentem tegens, malum ferens —entonó—. Semper servus. Dum duret… mundus.
Con una impaciencia incontenible, Al se quitó los guantes y metió las manos en la tinaja. Yo di una sacudida. Una punzada reverberó por mi cuerpo, seguida por un mareo que me revolvió las tripas. Negro y asfixiante, el hechizo me envolvió el alma y me entumeció.
Con las manos chorreando y los nudillos rojos, Al se apoyó en la encimera. Un trémulo brillo carmesí cayó sobre él como una cascada y su imagen se desdibujó antes de resolverse. Parpadeó, parecía agitado.
Respiré hondo una vez, y luego otra. Estaba hecho. Al tenía mi aura para siempre, todo salvo lo que mi alma estaba intentando reponer con desesperación para que se interpusiera entre mi ser y el aura de Al que todavía me cubría. Quizá con el tiempo mejoraría, pero lo dudaba mucho.
—Bien —dijo mientras se bajaba las mangas y se limpiaba las manos con una toalla negra que había aparecido entre sus dedos. Se materializaron unos guantes negros que le ocultaron las manos—. Bien hecho. Estupendo.
Ceri lloraba en silencio pero yo estaba demasiado exhausta para mirarla siquiera.
Me sonó el móvil en el bolso, en la otra encimera, un sonido absurdo.
Las últimas dudas pasajeras de Al se desvanecieron.
—Oh, déjame contestar a mí —dijo, rompió el círculo y fue a responder el teléfono.
Me estremecí al sentir un ligero tirón en mi centro vacío, la energía regresaba a través de Al hacia la línea en la que se había originado. Al alzó las cejas, encantado, e hizo girar mi móvil entre las manos enguantadas.
—?Me pregunto quién será? —dijo con una sonrisa afectada.
Incapaz de soportarlo más, me deslicé hasta el suelo con la espalda pegada a la encimera y me abracé las rodillas. El aire del agujero de ventilación era cálido en mis pies desnudos pero los vaqueros húmedos absorbían el frío. Era el familiar de Al. ?Por qué me molestaba siquiera en seguir haciendo circular el aire por los pulmones?
—Para eso toman tu alma —susurró Ceri—. No puedes matarte si tienen tu voluntad.