Antes bruja que muerta

Me estaba poniendo mala.

 

—?Qué quieres? —Había una olla de hechizos en mi encimera, estaba llena de un líquido de color ámbar que olía a geranios. No había contado conque me trajera el trabajo a casa.

 

—Qué quieres… amo —me apuntó Al con una sonrisa que me mostró aquellos dientes gruesos como bloques.

 

Me metí el pelo detrás de la oreja.

 

—Quiero que salgas de mi cocina de una puta vez.

 

Su sonrisa ni vaciló siquiera cuando, con un poderoso movimiento, me dio un bofetón. Ahogué un grito y me lancé hacia delante para recuperar el equilibrio. Me invadió la adrenalina cuando me cogió por el hombro y evitó que me cayera.

 

—Pero qué graciosa es mi chica —murmuró, su elegancia británica me dio escalofríos y sus bellos rasgos cincelados se hicieron más duros todavía—. Dilo.

 

El sabor áspero de la sangre me mordió la lengua y apreté la espalda contra la encimera hasta que me dolió.

 

—Qué quieres, oh noble amo del puto culo.

 

No tuve tiempo de agacharme cuando hizo girar la mano de repente. El dolor me atravesó la mejilla y caí al suelo. Las hebillas de plata de las botas de Al invadieron mi campo de visión. Llevaba medias blancas y había encaje allí donde se encontraban con la parte inferior de los pantalones.

 

Empecé a sentir náuseas. Me toqué la mejilla, sentí un escozor y detesté a aquel demonio. Intenté levantarme, pero fui incapaz porque me puso un pie en el hombro y me obligó a tirarme. Lo odié todavía más y me aparté el pelo para poder verlo. ?Qué más daba?

 

—?Qué quieres, amo?

 

Tuve la sensación de que iba a vomitar de un momento a otro.

 

Arrugó los finos labios en una sonrisa. Se tiró del encaje de las mangas y se inclinó, solícito, para ayudarme a levantarme. Me negué pero me levantó tan rápido de un tirón que me encontré apretada contra él, aspirando el aroma a terciopelo aplastado y ámbar quemado.

 

—Quiero esto —susurró mientras me metía una mano bajo el jersey, buscaba algo.

 

Se me aceleró el pulso. Me puse rígida y apreté los dientes. Lo voy a matar. No sé cómo pero lo voy a matar.

 

—Qué conversación tan conmovedora con tu compa?era de piso —dijo y me retorcí porque su voz había cambiado y se había convertido en la de Ivy. Cambió de aspecto sin dejar de tocarme y siempre jamás me atravesó entera. Los ojos rojos de cabra se clavaron en mí desde el rostro perfecto de Ivy. Delgada y ce?ida, la imagen de su cuerpo envuelto en cuero se apretó contra el mío y me sujetó contra la encimera. La última vez me había mordido. Oh, Dios. Otra vez no.

 

—Pero quizá quieras esto en su lugar —dijo con la voz gris y sedosa de mi compa?era de piso, y empecé a sudar por la espalda. Su largo cabello liso me rozaba la mejilla y aquel susurro sedoso me provocaba un estremecimiento imparable en la piel. Al lo sintió donde se tocaban nuestros cuerpos y se inclinó un poco más hasta que yo me eché atrás.

 

—No te apartes —dijo Al con la voz de Ivy y mi resolución creció. Era una babosa. Un cabrón y lo iba a matar por aquello—. Lo siento, Rachel… —dijo sin aliento, unos dedos largos ardían convertidos en cosquilleos allí donde me tocaban, trazando una línea que me recorría desde el hombro a la cadera—. No estoy enfadada. Comprendo que tengas miedo. Pero lo que podría ense?arte, si supieras las cumbres de pasión que podríamos alcanzar. —Su aliento se estremeció. Me rodeaban los brazos de Ivy, frescos y ligeros, inclinándome hacia él contra mi voluntad. Notaba el aroma exquisito de mi compa?era de piso, a incienso oscuro y cenizas. Al la había clavado.

 

—?Me dejas ense?arte? —susurró la visión de Ivy y cerré los ojos—. Solo un bocadito… Sé que puedo hacerte cambiar de opinión.

 

Me rogaba, con la voz repleta de deseos vulnerables. Era todo lo que Ivy no había dicho, todo lo que jamás diría. Abrí los ojos cuando mi marca cobró vida con un destello. Dios, no. El fuego me invadió la ingle. Me fallaban las piernas e intenté apartarlo de un empujón. Unos ojos de color rojo demoníaco se convirtieron en un marrón líquido y me sujetó con más fuerza, atrayéndome hacia él hasta que su aliento empezó a ir y venir por mi cuello.

 

—Dulce, Rachel —susurró la voz de Ivy—. Podría ser tan dulce. Podría ser todo lo que un hombre no puede ser. Todo lo que deseas. Solo una palabra, Rachel. ?Me dirás que sí?

 

No podía… No podía enfrentarme a eso en ese momento.

 

—?No tenías algo que querías que hiciera? —dije—. El sol no tardará en salir y tengo que irme a la cama.

 

—Poco a poco —canturreó, el aliento de Ivy olía a naranjas—. Solo hay una primera vez.